MIGUEL ÁNGEL SANTOS |
EL UNIVERSAL
31 de julio de 2013
Aunque hace poco hayan celebrado los cien días, el gobierno de Nicolás Maduro lleva ya seis largos meses. En buena parte ese trajinar ha estado marcado por los excesos de la última campaña electoral del gigante político, que dejó allí no sólo su propia vida sino también la de las finanzas de la República. A la fragmentación del presupuesto, los excesos del gasto y la torpeza de la política cambiaria, características del período anterior, ahora hay que sumarle la incapacidad del heredero para controlar a los capos de los diferentes bolsillos del tesoro de la nación. Como resultado, aún con el barril de petróleo venezolano más allá de cien dólares, nos hemos ido deslizando hacia una vorágine de escasez, inflación y devaluación del bolívar cuyo fin es imprevisible.
¿Qué heredó Nicolás Maduro? Para garantizar el triunfo electoral, Hugo Chávez decidió compensar sus cada vez más esporádicas apariciones públicas con un gasto mayor. Así, incurrió en un déficit de 18% del PIB, que se financió imprimiendo dinero y recurriendo a los bancos para recoger los depósitos ociosos a través de emisiones de deuda interna. Para evitar la inflación, dada la parálisis del aparato productivo, el gobierno facilitó la entrada de niveles récord de importaciones. La economía creció 5% y la cantidad de dinero creció 60%, a pesar de lo cual la inflación cerró en 20% (24% en alimentos). Esto último, imprimir dinero sin que se registre una aceleración de la inflación consecuente con esa expansión, es un resultado excepcional (aún por explicar) con el que no se podía seguir contando.
¿Qué están pensando hacer? La inseguridad de Maduro, la elección inminente y la debilidad política resultante, han convencido al gobierno de que recortar el gasto público no es una opción. Así, se han planteado llevar el déficit a unos 15% del PIB y financiarlo de nuevo a través de la impresión de dinero. En lo que va de año el PIB ha caído menos de lo que muchos esperábamos, pero la inflación estalló, 40% a nivel del consumidor y 55% en alimentos en los últimos doce meses. Peor aún, los seis meses de Maduro anualizados resultarían en 53% y 83% respectivamente. La fuerte dependencia del consumo de las importaciones, tanto públicas como privadas, la necesidad de mantener la petro-diplomacia para garantizar apoyos en la región, la caída lenta pero sostenida en la producción y exportación petrolera, y el servicio de la deuda externa, tienen el flujo de divisas muy comprometido. El gobierno sigue insistiendo en que tiene "recursos para atender la demanda de divisas" pero al ritmo de dos subastas mensuales por doscientos millones de dólares el Sicad apenas llegará a la mitad de lo que circulaba a través del Sitme.
Aquí es donde la fragmentación del presupuesto hace más daño. Diferentes grupos de interés se han ido apropiando de trozos de nuestro flujo de divisas, ya sea de forma directa o a través de las mafias de Cadivi. Maduro ha procurado tomar algo de control, re-centralizando el déficit fiscal en el gobierno y suspendiendo las transferencias de Pdvsa al Fonden, pero esto es solo una parte del problema. La corrupción en torno a las importaciones públicas de bienes y servicios (34.298 millones de dólares en 2012), los dólares filtrados de la factura petrolera que se vierten en un mercado paralelo con ganancias inmediatas por el orden de los cientos por ciento, escapan completamente a su control.
¿Qué puede pasar en lo que resta de año? Imprimir dinero al ritmo requerido por los planes del gobierno equivaldría a un aumento de la liquidez por el orden de 72%. Ya esta última semana la cantidad de monedas y billetes en circulación resultó 66% más grande que hace un año. A este ritmo, con el PIB estancado o en los negativos bajos, sólo cabe prever una aceleración de la inflación. Y es que dentro de las restricciones ideológicas y de eficiencia con que funciona el gobierno de Maduro no hay muchas opciones. Sus dilemas esenciales seguirán siendo los mismos. O recorta el gasto para reducir el déficit, y se viene abajo la producción y el empleo con una inflación menor; o sigue imprimiendo billetes a mansalva y aproxima el PIB a cero, con una inflación (y devaluación) todavía mayor. O mantiene los controles de precios, en cuyo caso la inflación será menor pero la escasez se desbordará; o los libera y se acelera la inflación, con menor escasez. Esas son las trampas en las que nos han metido. Se trata siempre de escoger entre infierno I o infierno II. Está claro que si bien en nuestra historia la relación entre el desempeño económico y la estabilidad política ha sido caprichosa, lo que se nos viene encima amenaza con llevar esa inconsistencia demasiado lejos.
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