PONENCIA DE DEMETRIO BOERSNER
VENEZUELA EN EL CONTEXTO DE LAS RELACIONES
INTERNACIONALES ACTUALES
Doctor Amalio Belmonte, Secretario de la Universidad Central de Venezuela,
Doctora Sary Levy Carciente, Decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales,
Doctor Félix Gerardo Arellano, Director de la Escuela de Estudios Internacionales,
Licenciado Juan Francisco Contreras, Presidente del Colegio de Internacionalistas de Venezuela, y colegas internacionalistas todos,
Honorables representantes del Cuerpo Diplomático acreditado en Venezuela,
Amigos profesores y alumnos de Estudios Internacionales,
Señoras y Señores, amigas y amigos:
Agradezco sinceramente el honor que se me hace al pedirme que presente la ponencia central en esta celebración de los 62 años de nuestra Escuela. La Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y la Escuela de Estudios Internacionales han sido el centro principal de mi vida profesional desde la caída de la dictadura en enero del 58, cuando ingresé a la docencia universitaria de la mano de los profesores Ernesto Pelzer, Luis Hernández Alarcón, Arístides Silva Otero y Luis Cabana, y me inicié como profesor de Historia de las Relaciones Internacionales y asignaturas afines. Me tocó ejercer el cargo de director de la Escuela durante la difícil coyuntura de la reforma universitaria de 1968 a 1970, y siempre he vivido intensamente tanto las tristezas como las alegrías de la Escuela, de la Facultad y de esta gran “Casa que vence las sombras”. Aún en las etapas de mi vida en que yo desempeñaba otras funciones –diplomáticas, políticas o periodísticas- nunca dejé de considerar a la Universidad como mi hábitat más auténtico. Luego de cada ausencia, volvía con alegría a este hogar. Ustedes siguen teniéndome a la orden mientras mis energías me lo permitan.
Señores, colegas, amigos:
Como se me ha solicitado, trataré de resumir ante ustedes mi percepción de la naturaleza y dinámica del actual orden internacional y del papel que desempeña Venezuela dentro del mismo.
La época bipolar
El colapso del poder colectivista burocrático y la disolución del bloque soviético entre 1989 y 1991 marcaron el fin de un orden internacional bipolar que se había mantenido durante más de cuatro décadas. Fue una bipolaridad inicialmente rígida, pero que comenzó a diluirse lentamente a partir de 1960, en la medida en que se formaban y agudizaban fisuras internas en el seno de ambos bloques, y que al margen de la contradicción Este-Oeste se perfilaba una creciente contradicción Norte-Sur, entre el mundo industrializado y el de los países en desarrollo.
Durante la era bipolar, Venezuela tuvo una postura internacional variable entre el occidentalismo y el autonomismo tercermundista. La etapa de la bipolaridad rígida o guerra fría intensa se reflejó en Venezuela a través de la dictadura militar derechista de los años 1948-1958, con su diplomacia generalmente colaboradora de la estrategia anticomunista del Occidente. De 1958 en adelante, los gobiernos democráticos desarrollaron una política exterior más independiente, pero tuvieron conciencia de que, mientras durara el antagonismo Este-Oeste, nuestra proximidad geográfica a Estados Unidos nos obligaba a mantener nuestras iniciativas nacionalistas y autonomistas dentro de los límites de tolerancia de esa potencia.
Estos límites de tolerancia se fueron ampliando en la medida en que la bipolaridad se diluía y la distensión ganaba terreno en escala mundial. Por ello, la política petrolera nacionalista lanzada en los años sesenta –elevación de impuestos, precios de referencia, regulación estatal y creación de la OPEP- pudo ser radicalizada en los setenta, culminando en la nacionalización de las industrias del petróleo y del hierro, a la vez que Venezuela asumía un papel destacado en el movimiento de los países en desarrollo y el reclamo de un nuevo orden económico internacional. A cambio de ello, se evitaban actitudes hostiles o provocadoras, en conformidad con la consigna “firmeza sin desplantes”.
Sin embargo, las turbulencias económicas mundiales surgidas a partir de 1973, y la reacción conservadora y neoliberal de las potencias anglosajonas en 1979-1980, con la resultante deuda externa tercermundista “impagable”, hundieron a la América Latina, incluida Venezuela, en el desastre de la llamada “década perdida” de los ochenta: decrecimiento económico, aumento de la pobreza y las tensiones sociales, desprestigio de élites, y recaída en subordinación neocolonial a los dictados financieros del Primer Mundo. En esas circunstancias, durante los años ochenta Venezuela tuvo que moderar el alcance de su política exterior y adoptar una “diplomacia de tiempos de crisis”.
La década unipolar (1991-2000)
En la década final del siglo, el orden internacional pudo ser caracterizado como “unipolar flexible”. El colapso soviético significó la victoria de la comunidad de naciones desarrolladas norteñas (antes “occidentales”), y la hegemonía universal de un directorio constituido por dichas naciones, con los Estados Unidos a su cabeza. El llamado “Consenso de Washington” impuso al mundo entero el paradigma de la globalización neoliberal con democracia representativa y énfasis en los derechos humanos. Estados Unidos y la OTAN actuaron como policía mundial e impusieron, incluso por la fuerza de las armas, el acatamiento de ese consenso, a la vez que fortalecieron su control de las áreas geoestratégicas más importantes.
América Latina mayoritariamente aceptó los lineamientos generales de ese nuevo ordenamiento internacional. Una excepción notable fue Brasil donde, junto con el restablecimiento de la democracia en los años ochenta, había resurgido un afán de autonomía nacional y de defensa de los intereses del Sur frente a los del Norte. Aunque Venezuela adoptó algunos aspectos de la predominante tendencia globalizadora neoliberal, se alió con Brasil en intentos de mantener, pese a todo, una razonada y positiva defensa de la identidad latinoamericana.
Resumen de 40 años de política exterior democrática
En términos generales, la política exterior de Venezuela democrática, de 1958 a 1998, tuvo tres grandes objetivos que pueden ser resumidos en las palabras: Territorio, Democracia y Autonomía. A lo largo de los cuarenta años de democracia representativa, nuestra política exterior defendió en todo momento esos tres principios fundamentales sin olvidarse de ninguno de ellos, pero bajo circunstancias cambiantes, varió su orden de prioridad. El objetivo de la seguridad e integridad de nuestro territorio y sus fronteras fue salvaguardado con igual dedicación por todas las presidencias democráticas, con atención especial al Golfo de Venezuela, el Mar Caribe y la Guayana Esequiba. El principio de la defensa y consolidación de la democracia a lo largo y ancho del continente ocupó el primer puesto en nuestras preocupaciones exteriores durante los primeros diez años del régimen democrático, cuando éste todavía era frágil y estaba expuesto a amenazas y ataques armados tanto desde la extrema derecha militarista y fascista como desde una extrema izquierda dogmática y violenta. En la segunda década, ya consolidado el orden democrático interno, nuestro país colocó en el primer plano la lucha por el logro de una mayor autonomía o independencia nacional, en alianza e integración con los hermanos países de la América morena y las huestes del Tercer Mundo asiático y africano. En la tercera y cuarta década de la era democrática representativa, las duras circunstancias socioeconómicas internacionales, que ya mencioné, nos obligaron a un mayor pragmatismo, y las prioridades de la política exterior variaron en lapsos más breves y difíciles de desentrañar.
Siglo XXI: Tendencias pluripolares y re-ideologización
El final del milenio trajo consigo el cuestionamiento de la globalización liberal y del predominio unilateral de Estados Unidos. Aunque la globalización y liberalización económica de los años noventa había estimulado el crecimiento macroeconómico mundial, en muchos casos agravó la asimetría entre clases o regiones ricas y pobres. Ello trajo por consecuencia tensiones y estallidos sociales, de los cuales el llamado “caracazo” de 1989 fue un ejemplo típico.
En ese trasfondo de subyacentes tensiones, se generó el auge del terrorismo islamista y su ataque del 11 de septiembre de 2001 contra los baluartes del poder financiero y militar de la primera potencia. Este acto de violencia extrema cambió de la noche a la mañana el clima político mundial, y marcó el inicio del resquebrajamiento gradual del sistema unipolar. En su lugar comenzó a plantearse la posible transición a una estructura pluripolar, a la vez que se hizo evidente el retorno del factor ideológico-religioso a la política internacional. El gobierno norteamericano, pese a que había quedado demostrada su vulnerabilidad, adoptó una actitud unilateral extrema cuando, después de intervenir en Afganistán con el apoyo de todos sus aliados y amigos, decidió invadir Irak, sin autorización de las Naciones Unidas. Se quedó casi sola en esta empresa y la alianza occidental sufrió un rudo deterioro.
Un segundo gran golpe a la globalización y la unipolaridad lo constituyó la recesión económica mundial que comenzó en 2008 y aún no ha terminado. La crisis económica tiende a ahondar las contradicciones entre diversos intereses regionales y nacionales.
Simultáneamente con los dos factores de cambio señalados, se produjo un fortalecimiento económico y político de potencias emergentes que, aunque reconocen la enorme importancia que Estados Unidos sigue teniendo, se niegan a rendirle pleitesía como poder imperial supremo. .Estas nuevas potencias emergentes son China, India y Brasil, vastos en territorio y población, capaces de crecimiento rápido basado en economías mixtas (de mercado con regulación estatal), bajo gobierno autoritario la primera y gobiernos democráticos las otras dos. A ellas se les agrega Rusia que, luego de una dolorosa transición del colectivismo burocrático al capitalismo y una etapa de aislamiento estratégico, reconquistó su condición de potencia notable, por su control sobre recursos energéticos vitales y la recuperación de su plena gobernabilidad interna. En cambo, la Unión Europea, de la cual se esperaba que sería otro importante factor en un naciente orden pluripolar, todavía tiene dificultades en hablar con una sola voz. Japón, aunque conserva gran poderío económico, adopta un bajo perfil en los debates políticos y estratégicos.
Todos los centros de poder mencionados tienen un rasgo común: sus políticas exteriores son pragmáticas y casi vacías de contenido ideológico. Sólo Estados Unidos utiliza un limitado lenguaje ideológico cuando invoca los valores democráticos para justificar algunas de sus iniciativas. El ascendente sistema pluripolar probablemente se basará en un equilibrio de interdependencias y en políticas pragmáticas por parte de las potencias principales, ligadas por la irreversible globalización del conocimiento, la ciencia, la tecnología, el hábitat humano y los flujos comerciales y financieros.
Sin embargo, no se debe subestimar la intensidad de nuevos conflictos ideológicos y religiosos debidos en última instancia a la concentración de la riqueza y del poder en pocas manos, y la existencia de grandes masas excluidas y depauperadas, tanto en escala mundial como en el interior de naciones socialmente atrasadas. La asimetría entre el Norte y el Sur (centros desarrollados y periferias en desarrollo) no está disminuyendo y, como lo señaló Gunnar Myrdal hace más de medio siglo, la pobreza y la servidumbre engendran círculos viciosos de atraso y conflicto crecientes. El islamismo terrorista, a pesar de su carácter reaccionario y fascistoide, con su afán de hacernos retroceder a un pasado de hace 1400 años, es producto (bien que aberrante y rechazado por la mayoría de los musulmanes) de la frustración de una vasta comunidad que, por opresiones externas e internas, aún no ha logrado entrar a la vía del desarrollo autosostenido. Para vencer al terrorismo y superar la brecha de rencores y temores entre el Occidente y el Islam, se necesitaría no sólo un diálogo entre culturas, sino también un colosal programa de cooperación técnica y financiera para enrumbar hacia el desarrollo integral a centenares de millones de musulmanes de Asia y África. Aún más allá de esto, queda planteado el gigantesco reto de reducir el desnivel estructural entre centros desarrollados y periferias en desarrollo, mediante una reanudación efectiva del diálogo Norte- Sur a fin de crear términos de intercambio más equitativos entre los dos mundos, tal como lo proponía con insistencia la diplomacia venezolana de los años setenta.
Venezuela: Ideologización de la diplomacia
A partir del inicio de la actual presidencia de la República, en enero de 1999, Venezuela ha modificado substancialmente el contenido y sobre todo el estilo de su política exterior. El concepto clave de democracia, que antes se invocaba como principio fundamental, fue sustituido por el concepto revolución. El principio de la autonomía fue reinterpretado como cruzada antiimperialista. La seguridad y defensa del territorio quedó transformada en un afán de expansión de la influencia venezolana sobre otros países de la región latinoamericana y caribeña, en nombre del llamado bolivarianismo. Las consideraciones de interés económico, que en las décadas pasadas jugaban un papel destacado en la toma de decisiones de política exterior, han sido reemplazadas por consideraciones ante todo ideológicas, por lo cual el “arma petrolera” se utiliza en gran medida para lograr objetivos políticos más bien que comerciales y financieros. Desde 1999, Venezuela no comparte el pragmatismo de los países más importantes, sino se alinea en el frente de las fuerzas que cuestionan radicalmente el orden internacional establecido y vocean ese cuestionamiento en términos de conflicto ideológico. El anterior énfasis predominante en el ámbito geopolítico del Atlántico Norte fue reemplazado por un enfoque geoestratégico global. Las nociones de continuidad del interés nacional, política exterior de Estado y profesionalización del Servicio Exterior han pasado a un segundo plano con respecto a la exigencia de lealtad ideológica. La figura del Jefe de Estado y sus decisiones personales ocupan un puesto incomparablemente más destacado que en tiempos de la llamada “cuarta República”.
El voluntarismo político que muchas veces desconoce realidades económicas nacionales e internacionales tiende a alinear a Venezuela internacionalmente con socios de dudosa utilidad y respetabilidad y a involucrarla en conflictos que no la conciernen directamente y que, incluso, le pueden ocasionar fisuras internas. La tendencia del gobierno actual de ver el mundo maniqueamente en blanco y negro sin matices intermedios, lo conduce a realizar gestos desafiantes que nos aislan y nos hacen perder credibilidad a nivel regional, hemisférico y mundial.
Sería una mezquindad desconocer que, junto con estas equivocaciones de fondo, también ha habido aciertos; sólo que éstos pueden desvirtuarse por el alto contenido ideológico que se les quiere dar. El apoyo a la integración latinoamericana es positivo, pero su ideologización (empeño en dividir a los gobernantes hermanos entre “bolivarianios” y “antibolivarianos”) tiende a dividir más que a unir. Es laudable el empeño de trascender los límites geográficos tradicionales y multiplicar los contactos e intercambios de Venezuela con países de todos los continentes, incluidas Asia, África y Oceanía, pero no deberían acompañarse esos contactos de pronunciamientos políticos radicales que colidan con la realidad de un mundo mayoritariamente pragmático y reformista en vez de dogmático y revolucionario. Merece toda nuestra aprobación el afán de reducir nuestra excesiva dependencia del mercado estadounidense y diversificar geográficamente los intercambios económicos, técnicos, culturales y políticos del país, hacia Latinoamérica, Europa, China y el conjunto afroasiático, pero ahí también –como nos lo dicen los chinos insistentemente- habría que adoptar el lenguaje del cambio paulatino y negociado, en lugar del lenguaje del conflicto entre sistemas.
Señoras y señores:
Una posible política exterior futura
He esbozado ante ustedes la visión de un mundo mayoritariamente pragmático y minoritariamente ideológico, en evolución desde un orden unipolar hacia otro, pluripolar, al cual Venezuela no ha logrado insertarse exitosamente. En primer lugar, porque, debido al debilitamiento de su producción industrial y agropecuaria interna, no comparte el crecimiento económico, lento pero inconfundible, que todo el resto de los países ha reasumido luego de la crisis de los pasados dos años. En segundo término, por el hecho señalado de que incluso sus iniciativas constructivas de política exterior van acompañadas de un inconveniente discurso agresivo, que nos ha hecho perder amigos tradicionales sin ganar amigos nuevos de comparable solidez y confiabilidad.
Confío en que, en una Venezuela futura de mayor pluralismo de ideas y más amplias consultas, nuestra política exterior restablecerá algunos principios tradicionales que han sido abandonados, pero también acogerá una parte de las iniciativas tomadas en los años más recientes, mejorando su implementación y liberándolas de deformaciones dogmáticas. Es necesario el restablecimiento de relaciones de confianza con las potencias desarrolladas del Atlántico Norte, junto con la creación de condiciones favorables para la inversión extranjera privada, sin abandonar en nada la defensa práctica del interés nacional, en solidaridad con los hermanos países de Latinoamérica y el Caribe. Dicha solidaridad debe plasmarse en el continuado apoyo a la integración económica y concertación política de la región, sin posturas exageradas de liderazgo subregional y sin intentos de infiltración y dominación ideológica en el seno de otras naciones. Sin dogmatismo, deberíamos pregonar una política latinoamericana de desarrollo integrado y cada vez más autosostenido, aunque abierto al mundo exterior, e insistir en que el crecimiento económico debe ir acompañado de un simultáneo avance hacia una mayor democracia social y equidad distributiva.
Debería mantenerse la diplomacia amplia, de relaciones con todas partes del mundo, con la intención de ganar amistades, diversificar nuestras interdependencias e incrementar nuestra libertad de acción. Sin embargo, debe abandonarse la práctica de inventar proyectos conjuntos o “alianzas estratégicas” de intención puramente propagandística, y no basadas en verdaderas necesidades y conveniencias.
Las prédicas “revolucionarias” internacionales deben ser sustituidas por el retorno a una consecuente política de apoyo a la democracia y la vigencia de los derechos humanos en el mundo entero, así como de firme respaldo a los esfuerzos multilaterales en pro de la paz, la solución pacífica de las controversias, y el desarme, incluida la estricta no proliferación de las armas nucleares. Estas posturas conllevarán, evidentemente, una actitud bilateral más crítica hacia ciertos países ligados en estrecha amistad al gobierno venezolano actual.
Por último, la futura diplomacia venezolana debería protagonizar esfuerzos prácticos y constructivos de los países en desarrollo para avanzar hacia un nuevo diálogo global sobre las relaciones económicas entre el Norte y el Sur
UCV / FACES / EEI
Amigas y amigos:
He tratado de demostrar, a través de esta ponencia, que el mundo y Venezuela tienen gran necesidad de internacionalistas profesionales con preparación académica de alto nivel, y con la mística necesaria para asumir la defensa de los intereses a largo plazo de su propio pueblo y de la humanidad toda. Los gobiernos y las ideologías oficiales pasan; las naciones y la comunidad internacional permanecen. Esforcémonos todos para que nuestra acción de internacionalistas deje efectos positivos no sólo para el presente, sino también para el porvenir.
Muchas gracias por su amable atención.
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