Estimado Ramón Guillermo:
Tal y como lo habíamos acordado estas últimas semanas, has hecho del conocimiento público tu decisión de separarte de la Secretaría Ejecutiva de la Mesa de la Unidad Democrática, resolución que no sólo comparto, sino a la cual me adhiero con todas sus consecuencias, tras haber desempeñado hasta hoy mi responsabilidad como Secretario Ejecutivo Adjunto.
Desde la primera vez que hablamos, en 2009, sobre el desafío que significaba asumir posiciones dirigentes en lo que constituía un nuevo ensayo para conformar una instancia unitaria, estuvimos conscientes de los muchos y previsibles obstáculos que íbamos a enfrentar. La iniciativa de adelantar un proceso que nos permitiera confrontar a un gobierno desnaturalizado por medios democráticos dentro del marco constitucional, en mitad de la bancarrota más grande de la institucionalidad política desde finales de los años 80, sumado a años de errores, derrotas y frustraciones en el campo político, nos auguraba un camino engorroso, complicado, abrupto.
La tarea, pues, se ofrecía llena de dificultades, pero nuestra vocación política nos ponía por delante el reto trasegar el camino de la Unidad como elemento fuerza y como la mejor de las causas que podíamos emprender para devolverle al país una democracia moderna e incluyente, una institucionalidad sólida, así como la confianza y la certidumbre arrebatadas en casi tres lustros de abusos y arbitrariedades.
Sabíamos también que encararíamos dificultades propias de la instancia que habríamos de conformar, dada la naturaleza de sus integrantes, partidos políticos de variadas ideologías, algunos incluso adversarios históricos, por lo que deberíamos empezar por generar una normativa interna que permitiera el funcionamiento sin mayores tropiezos. Para ello era substancial dotarnos de mecanismos expeditos para la toma de decisiones, teniendo el cumplimiento de los acuerdos como regla de oro, con la exigencia del compromiso ineludible de todos los participantes, a fin de ser eficientes en la labor que teníamos por delante. La debilidad estructural de los partidos requería que buscáramos formulas para restablecer su fuerza organizativa para el activismo, la acción y la estructura del padrón electoral.
Debíamos además buscar mecanismos de comunicación con los diversos sectores de la vida nacional, respetando su autonomía y funcionamiento, pero ofreciendo nuestro concurso para el objetivo común planteado. Sabíamos que recibiríamos los ataques de los conjurados habituales, enemigos de las fórmulas políticas civilizadas, salvo que ellos fueran los protagonistas.
Teníamos que contar adicionalmente con los avances del gobierno, no sólo en el campo electoral sino en el político y el social. Éste había logrado demonizar a los partidos e inocular en los venezolanos la división y el enfrentamiento, con una violencia desconocida por las nuevas generaciones, empleando en su afán intimidatorio todos los recursos del estado. Su caudillo había conseguido idealizar la “revolución” en el imaginario del venezolano, convirtiéndola en una fórmula mágica de solución de dificultades, cuando por el contrario, profundizaba los problemas añejos y generaba otros más atroces.
Desde el principio concluimos que no podíamos resignarnos. Nos exigimos actuar frente a la dificultad teniendo clara conciencia de ella. Debíamos proceder con base en lo que creíamos, sin separarnos de la política, pues como decía Platón, “El castigo que los hombres buenos tienen que pagar por no estar interesados en la política es ser gobernados por hombres peores que ellos mismos”.
Siempre tuvimos presente que en todo proyecto hay que contar con la existencia de intereses y conveniencias individuales, pero sabiendo que éstos deben subordinarse al interés colectivo para poder hablar de sociedad. La tarea, en fin, era esperanzadora. Suponía una batalla diaria e infatigable. Demandaba una especial disposición y ésta debía traducirse en logros que, aunque pequeños, tendrían siempre que ser más elevados. No avanzar significaba retroceder, y ése era un lujo que no podíamos permitirnos.
Llegada la hora del balance y sin poner de lado lo que falta por hacer, hemos de resaltar que logramos establecer normas y reglas internas que nos permitieron arribar a complicados acuerdos y consensos en la acción estratégica. Constituimos las Mesas de Unidad Democrática a nivel estadal, municipal y, más allá de nuestras fronteras, en los distintos países donde muchas comunidades de venezolanos se sumaron a la difícil tarea de difundir la realidad que ha padecido nuestra nación en estos duros tiempos, a la vez que se organizaban para participar en los comicios.
En el ámbito electoral, hemos dado forma a los dos procesos de Elecciones de Primarias materializados en 2010 y en 2012. El primer ensayo, para elegir un grupo importante de candidatos a la AN, el cual resultó en una extraordinaria experiencia que abrió paso al histórico proceso de primarias que realizamos en 2012 para elegir candidato presidencial y candidatos a gobernadores y alcaldes de la unidad, en el cual participaron más 3.220.000 electores.
Plasmamos la instancia de la tarjeta única como mecanismo de expresión electoral de la gran mayoría independiente de venezolanos que ha logrado la mayor votación que partido político alguno haya conseguido en la historia política venezolana.
Integramos a todos los partidos en la organización de un nuevo y robusto padrón electoral, el cual ha permitido una participación ciudadana cada vez más eficiente en las labores de control y funcionamiento de la estructura electoral como soporte en las elecciones nacionales, regionales y locales. Y lo que es vital: se materializó el estudio y diagnóstico de la situación política, económica y social del país. Gracias al esfuerzo y aporte de más de 450 expertos en distintas materias, se conformaron las Bases Programáticas para un Gobierno de Unidad Nacional, aprobadas por todos los partidos políticos y precandidatos presidenciales, las cuales constituyen hoy lo que podríamos denominar las bases del Proyecto País para la Venezuela del siglo XXI.
Todos estos logros, Ramón Guillermo, tienen que ver con tu auctoritas, esfuerzo y capacidad para conducir la MUD como lo hiciste, en un escenario tan complejo y adverso.
Es probable que, como me lo han comentado, hubiese habido momentos más pertinentes para nuestra desincorporación. Pero estimo que cuando se concluye un ciclo, hay que tener plena conciencia de ello. Estamos abonando el camino para que otros tomen el testigo, sin que ello signifique desvincularnos de la política. Desde otros frentes seguiremos aportando nuestro esfuerzo para conseguir los cambios que el país requiere y estamos obligados a ofrecerle. Tenemos mucho por hacer en el proceso político que vivimos. Desde el Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro, podemos seguir colaborando en el ámbito de las políticas públicas, asistiendo a parlamentarios nacionales y regionales, a gobernadores, alcaldes y concejales. Así mismo, habremos de seguir fortaleciendo la Unidad, que es el activo más importante de la oposición democrática para producir el cambio político; pues fraccionarla, dividirla o debilitarla sería criminal y sólo serviría para alargar la agonía de este gobierno que, en su intento por implantar un modelo contrario a los intereses de los venezolanos, ha reprimido a mansalva y violado sin pudor los derechos humanos.
Quizás suene ilusorio que aún tengamos la convicción de seguir adelante en estas tareas desde otros espacios. En especial para aquellos que ironizan de la Unidad y de la factibilidad de retomar el camino de la democracia. Aquellos que con talante lampedusiano preconizan una concepción fatalista de estos intentos y defienden las fórmulas utilitaristas del poder. Ahí están haciendo fila los “mujiquitas”, los muñecos de ventrílocuo que parlotean sin ideas propias, los cortesanos de faldones, cuyas alabanzas les han dado tanto rédito, agrediendo insultando, vejando y ofendiendo sin límites. Porque la política para ellos, querido Ramón Guillermo, no es campo para la creación, solución de los problemas de la gente o debate de ideas, sino lugar para el lucro, el fasto y la vanidad. Muchas son las agresiones e insultos que hemos recibido en estos tiempos. Pero ello no nos puede amilanar. En lo personal no tengo dudas, y por eso desde donde se me permita, seguiré aportando mi concurso a la Unidad.
Debemos vencer la apatía, el conformismo y la fatiga, para no dar paso a ideas extremas que nos lleven al irracionalismo político. Estamos obligados a seguir adelante. A dilucidar el complejo panorama en que nos estamos desenvolviendo. Los políticos debemos revelarnos contra el inmediatismo y, bajo la ética de la responsabilidad, hacer lo que nos corresponde por el bien común. Bien lo dice Felipe González en su último libro, En busca de Respuestas, citando a ese personaje que tanto te atrae, Winston Churchill: “No es suficiente que hagamos lo mejor; a veces tenemos que hacer lo que se requiere que hagamos”.
Recibe un afectuoso y solidario abrazo,
Recibe un afectuoso y solidario abrazo,
Ramón José Medina
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