“Luchar por la vida en Venezuela, es luchar por el cambio político”. La frase de Luis Ugalde (historiador jesuita, ex rector de la UCAB) y citada por la escritora e investigadora Ana Teresa Torres, en un reciente encuentro académico virtual, define el día a día de muchos venezolanos cuya resistencia y la de su entorno es la mayor evidencia de una sociedad dispuesta a luchar por un porvenir mejor.
Con las estructuras del poder bajo dominio de un grupo político y las funciones estatales mermadas, la ciudadanía exhibe una capacidad de resiliencia para cubrir como puede la ineficiencia e inacción de un gobierno pendiente de no perder el control. No se trata de sustituir al Estado, sino de no quedarse cruzados de brazos y morir de mengua.
El coordinador de investigación del Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea), Marino Alvarado, da algunos ejemplos de esas iniciativas. Los vecinos de la Urbanización Sucre, en Lara, que se organizaron para atender un ancianato y terminaron ayudando a otras tres residencias de ancianos con la sumatoria de más voluntades, o el representante de un alumno en Carabobo que, viendo que compañeros de su hijo no tienen internet para cumplir con las clases a distancia en tiempos de pandemia, se organizó para hacer una especie de delivery en bicicleta, a fin de buscar los cuadernos y entregarlos a los docentes. Esa misma iniciativa también la tuvo un docente con sus estudiantes.
“La gente tiene unas capacidades que son limitadas, y hay quienes tienen más capacidades, no se trata solo de un asunto económico, sino de energía, no todos son jóvenes, ni tienen las mismas condiciones de salud, pero igual tratan de resolver, y no solo es por la ausencia del Estado, estas expresiones de solidaridad reflejan la parte buena que tiene el venezolano”, destaca Alvarado.
Pero cada expresión solidaria, desde una iniciativa individual como de fundaciones con trayectoria y nacidas en los últimos años, evidencia también la falta de gobernabilidad. En ese sentido, el ayudar al otro no significa hacerle el trabajo al gobierno, siempre que el trabajo no se quede en el asistencialismo, sino que exija a las autoridades cumplir con su deber.
“Si uno lo ve desde la perspectiva de derecho, hay que exigirle al Estado que cumpla sus obligaciones. En Provea siempre hemos cuestionado ese planteamiento que está en la Constitución, que pretende compartir las responsabilidades entre el Estado y la sociedad, eso que llaman la corresponsabilidad. No, el Estado tiene unas obligaciones. La corresponsabilidad, en muchos casos, las autoridades la han interpretado como descargar en las personas las obligaciones que tiene el Estado. Para eso el ciudadano paga IVA, paga impuestos, no puede haber corresponsabilidad cuando las cargas económicas son totalmente distintas”, agrega el defensor de derechos humanos.
El defensor de derechos humanos destaca la labor de instituciones no gubernamentales como la Iglesia Católica que ha entendido que además de ofrecer asistencia al prójimo, está en la obligación de Exigirle al Estado cumplir con sus deberes.
“El asistencialismo no es malo, pero si te quedas solo en el asistencialismo, cometes un error, porque estás haciendo una serie de labores que le corresponde al Estado, y las organizaciones y personas deben cuidarse de que el Estado no descargue labores que son su responsabilidad. El Ministerio de Educación, por ejemplo, presenta como algo muy positivo el hecho de que obliguen, porque al final se convierte en una obligación, a los representantes para que vayan a las escuelas a reparar los pupitres. Distinto es que un grupo de representantes por iniciativa den aportes y quieran mejorar la escuela”, explica el representante de Provea.
Más que sobrevivencia…
Para la politóloga y psicóloga social, Colette Capriles, la necesidad de seguir con la vida diaria no implica que la gente lo asuma desde la resistencia.
Explica que no hay información suficiente sobre cómo los ciudadanos sobrellevan la vida cotidiana en las condiciones actuales. Recuerda que es deber del periodismo y de los observadores, incluyendo académicos, documentar cómo la gente organiza sus escasísimos recursos para sobrevivir.
“Especular acerca de si hay un sentimiento de resistencia más o menos consciente no tiene mucho sentido en mi opinión. En el impulso a seguir con la vida diaria hay sin duda un elemento de resistencia, pero eso no quiere decir que la gente se lo plantee así”, explica.
Considera que la generalización y consolidación de un modo de vida en penuria no conducen necesariamente a crear una atmósfera de repudio o rebelión, a pesar de que cada uno de los ciudadanos del país sepa que solo mejorará el país cuando se retome el orden institucional democrático.
“La acción colectiva se hace muy difícil en estas condiciones, a menos que se logre conservar y desarrollar un tejido de solidaridades de distinto tipo (humanitaria, comunitaria, gremial) que ayuden a orientar y favorecer la acción política”, expresa.
En este sentido, la ciudadanía debe estar consciente en no limitarse a la sobrevivencia diaria, aunque esta es una condición sometida por el régimen y sus prácticas represivas que ejerce cada vez con mayor frecuencia y desproporción.
“Lo más importante es intentar que la vida no se limite a la sobrevivencia, pero eso no se logra mientras permanezca el aislamiento que este tipo de regímenes crea. Me refiero al aislamiento entre personas, y a la represión y control de lo que se puede decir en público. La separación, el aislamiento, la censura, son justamente aquello en que hay que enfocarse políticamente”, destaca Capriles.
Asegura, por otra parte, que las personas no se acostumbran a las tragedias que viven día a día e insiste en que la clave es combatir la orfandad institucional.
“Esa idea de que la gente se acostumbra es nefasta, porque ya es un juicio moralista sobre las posibilidades de las personas. Nadie se acostumbra al mal. Y nadie sobrevive sin solidaridades y relaciones con los demás. El punto clave me parece que es combatir esa sensación de orfandad y abandono que ha sido provocada por la destrucción de las instituciones, públicas o privadas”, afirma.
La organización es un punto clave para quienes han logrado reinventase en medio de la crisis. Capriles pone de ejemplo los grupos de vecinos que crean mecanismos para ayuda mutua, o padres y maestras que buscan la manera de facilitar la educación a pesar de la catástrofe. Se trata de “volver a confiar en vecinos, clientes, empleadores, líderes, es la tarea más importante ahorita. Y es algo contra lo cual el gobierno de Maduro trabaja intensamente: en romper todos los lazos de confianza”.
A contracorriente
Su labor como coordinadora de Educación para la Paz de Fe y Alegría, le permite a Luisa Pernalete tener contacto con las zonas más populares del país y ver iniciativas de ayudas entre vecinos.
“En esta situación de educación a distancia, con lo mal que ganan los maestros, y sin embargo se nota el esfuerzo por atender a los alumnos. En Fe y Alegría, desde que comenzó la cuarentena hasta ahora hemos aumentado el número de alumnos atendidos. A los 15 días de haber entrado la cuarentena, con programas de radio, grupos de WhatsApp y todo lo que se nos ocurría, comenzamos con una cobertura de 43 %, que era muy baja, hoy atendemos 70-75 %, dependiendo de las zonas y los colegios. Además, la creatividad que ponen los maestros para no soltar los lazos afectivos, que el niño se sienta acompañado”, destaca la profesora.
Pernalete disiente de quienes afirman que la ciudadanía “se está acostumbrando” a las adversidades. “La sociedad sigue apostando a un cambio político, económico y social, que más allá de una figura o actor político, se retome la independencia de poderes y el estado de derecho”.
Cómo vivir y no morir hoy
El obispo de Ciudad Guayana, Monseñor Helizandro Terán, reflexiona sobre esa Venezuela que sobrevive a pesar de las dificultades por la ausencia de gobernabilidad. “Vivimos momentos muy problemáticos que generan un sufrimiento indescriptible a los venezolanos, en todos los órdenes, y aplasta a los más pobres. Más allá de andar pendiente en discusiones políticas, la gente está pendiente de cómo subsistir, y es lamentable. La gente no piensa en si hay o no elecciones, en la mente del venezolano está cómo vivir y no morir hoy”, señala monseñor.
Las ciudades y poblaciones rurales afrontan sin excepción un colapso de los servicios básicos, sin agua en medio de una pandemia, sin garantía de despacho de gas doméstico, con constantes fallas eléctricas y de comunicación, y un sistema de salud pública es ruinas.
Recuerda que la Iglesia ofrece paliativos para reforzar la caridad solidaria, sin embargo, reconoce que estas iniciativas pequeñas y parciales no pueden sustituir las responsabilidades y funciones del Estado.
El acompañamiento de la Iglesia, como lo hacen organizaciones y fundaciones activistas de derechos humanos, de alguna manera solventa la responsabilidad y el rol que no cumple el Estado y gobierno en la asistencia a los ciudadanos, pero no significa que pueda reemplazarlo las competencias que legalmente les corresponden.
“En los últimos días, como un gesto solidario de Cáritas, por ejemplo, hemos repartido más de 800 bolsas de comida en las distintas parroquias de San Félix, Puerto Ordaz, y de Upata. Algunos pueden decir que 800 bolsas de comida es nada, pero es algo, es insumo. Esto lo hacemos por el compromiso de la caridad y el amor que la Iglesia tiene por sus hijos, pero esto no exime la responsabilidad que tiene el Estado”, sostiene.
Monseñor Helizandro Terán reitera la necesidad de que todas las autoridades del Estado asuman su responsabilidad y se aboquen, con acciones concretas, a brindar insumos, mejorar los servicios públicos y garantizar una mayor dignidad de vida para el ciudadano.
También pide a la población no perder la fe y la esperanza a pesar de las dificultades. “En medio de tanto dolor, Dios está con nosotros, Dios está sufriendo con nosotros, comparte nuestras lágrimas y da la fortaleza para que los más empobrecidos tengan ALIENTO para sobrevivir.