Ibsen Martinez
Venezuela y Colombia fueron alguna vez, por breve tiempo, un mismo país cuya capital era Bogotá.
Aquella confederación fue un imperativo estratégico de la Guerra de Independencia. Pero la llamada Gran Colombia, provisional subproducto de un conflicto bélico, no tenía posibilidad alguna de perdurar como nación republicana y liberal. Antes de cumplir una década, terminó fatalmente en dictadura: la del mismísimo Simón Bolívar, indiscutible fundador del militarismo en Sudamérica, y quien solo antes de morir en 1830 se resignó a la secesión Venezuela. A Bolívar se le atribuye la frase: “Venezuela es un cuartel, Colombia una universidad y Ecuador un convento”.
Un macabro y muy bien averiguado cómputo arroja que, en más de 200 años de vida independiente, Venezuela ha redactado 23 constituciones y padecido alrededor de 170 pronunciamientos, asonadas, cuartelazos y... “revoluciones”.
En 184 años de vida republicana los militares han gobernado durante 140 de ellos y no hemos tenido más que 36 jefes de Estado civiles. Hoy día, son militares quienes encabezan el 48% de los Gobiernos estatales y el 20% de los ministerios. Se calcula que en 15 años de chavismo más de 1.600 militares, activos o en retiro, han ocupado altos cargos en el funcionariado estatal.
El presidente Nicolás Maduro, un civil, viste frecuentemente una guayabera verde olivo con jinetas en los hombros que semejan charreteras, como un rehén que buscase mimetizarse con sus secuestradores.
¿Qué nos hizo pensar a los venezolanos que un breve receso democrático, entre 1958 y 1998, nos había vacunado para siempre contra el bolivariano flagelo del militarismo?
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