TRINO MARQUEZ
Están cumpliéndose dos
años de la muerte de Hugo Chávez. Ahora se ven los efectos de la destrucción
que causó. Sus herederos han continuado demoliendo la democracia y los signos
de modernidad que existían cuando el caudillo llegó a Miraflores.
Chávez
fue el prototipo del líder mesiánico: megalómano, populista, egocéntrico. Despreciaba
las instituciones democráticas y el concepto de República, indisolublemente
vinculado al respeto del Estado de Derecho, y a la
independencia y equilibrio de los poderes públicos, tanto nacionales como
regionales y locales. Su ideal del Estado fue el diseñado por Lenin en El Estado y la revolución. El modelo que
buscó imponer fue el Estado revolucionario en el cual se funden el Estado, el Gobierno y el Partido,
en una unidad indisoluble dentro de la cual desparecen todas las fronteras
entre un ámbito y otro. Esta concepción leninista pasó a formar parte de la
tradición marxista, siendo adoptada por líderes comunistas que alimentaron el
culto a la personalidad y contribuyeron a la construcción de su propio mito:
Stalin, Mao Zedong, Kim Il Sung y Fidel Castro.
Chávez, sin ser un marxista ortodoxo, incorporó los rasgos
autoritarios y megalómanos de los dirigentes comunistas más importantes del
siglo XX. El culto a la personalidad y la subordinación incondicional al líder
único e imprescindible fueron prácticas que estimuló continuamente. Uno de los
instrumentos de los que se valió fue el uso constante de las cadenas de radio y
televisión y su programa Aló, Presidente.
A través de este mecanismo hegemónico, se hizo omnipresente. En sus
comparecencias televisivas opinaba de todo lo humano y lo divino. Se transformó
también en omnisciente. Fue el centro del país. El eje alrededor del cual todo
giraba. Nada podía decidirse sin que contara con su aprobación. Con él la
concentración personal del poder alcanzó niveles nunca antes conocidos.
La presencia nacional le ayudó a proyectarse mundialmente.
Los altos precios del petróleo fueron su mejor aliado. Utilizó el crudo para
inflar su propio ego. Sus indudables condiciones histriónicas fueron
potenciadas por la inmensa masa de petrodólares que ingresaron al país durante
su mandato.
Otro
instrumento del cual se valió fue la reelección indefinida, propuesta que logró
imponer luego de una campaña en la que cometió toda clase de abusos del poder y
ventajismos.
Dudo de que el mito de Chávez perdure más allá del tiempo
que gobiernen sus sucesores. El país que contribuyó a construir y que dejó como
legado está arruinado material y moralmente.
Sospecho que le espera el mismo destino de otros autócratas envanecidos
por el poder, de los cuales nadie guarda gratos recuerdos en la actualidad.
Pienso en Franco, Caudillo por la Gracia de Dios, en Stalin, en Pol Pot, en
Mao.
Ser “héroe” despreciando a la democracia y al Estado de
Derecho es fácil cuando se cuenta con una montaña de dólares. Lo difícil y
realmente inteligente es ser demócrata y respetuoso de las instituciones
republicanas cuando se cuenta, igualmente, con una inmensa cantidad de recursos
financieros.
A
los herederos de Chávez, especialmente a Nicolás Maduro, no les ha quedado otra
alternativa que exaltar la figura del jefe. Los calificativos que utilizan son
rimbombantes y ridículos. Los más comunes, Comandante Eterno y Líder Supremo,
evocan la vieja jerga comunista. El afán de compararlo con el Libertador es una
desmesura que se explica por la falta de carisma, legitimidad y popularidad de
quienes lo remplazaron. Mientras más desastrosos son los resultados concretos
de la gestión gubernamental y menos gente los respalda, más alaban la figura
del comandante desaparecido. Tratan de encubrir sus errores, su impopularidad y
la inviabilidad del proyecto chavista –el socialismo del siglo XXI y el Estado
Comunal- con la imagen de su creador.
Sin embargo, el culto al “comandante eterno” está
reduciéndose a un grupo exiguo de irreductibles, a una secta, que lo idolatra.
Las masas que alguna vez se rindieron ante su verbo encendido hoy están mucho
más preocupadas por lidiar con la inflación, la escasez, el desabastecimiento,
la inseguridad personal, el deterioro de la infraestructura y de los servicios
públicos. Entre los jóvenes, Chávez no
es un mito, ni nada que se le parezca. En este segmento tan amplio de la
población, los héroes y las preocupaciones son otras. Los jóvenes están
impacientes por ver cómo encaran un futuro tan incierto como el que los amenaza.
El esfuerzo de los herederos por mantener viva la llama de
Chávez no tendrá éxito. El comandante no fue un estadista de talla continental.
No dejó una obra material o intelectual que merezca ser reconocida por las
futuras generaciones. Se dedicó a destruir la democracia que surgió después de
1958, y en esta labor fue muy exitoso, pero lo que dejó a cambio fue una nación
corroída por la corrupción y empobrecida en el plano material. A los verdaderos
mitos se les conoce por lo que construyen, no por lo que destruyen. Chávez está
muy lejos de ser Mandela.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario