JOSEP COLOMER
Las primeras semanas de Gobierno en Grecia de Syriza, la “coalición
de izquierda radical”, muestran que en la actual Unión Europea es muy
difícil oponerse abiertamente al consenso de Bruselas y Fráncfort. Los
intentos de lanzar partidos de izquierda radical en el sur de Europa se
han producido en contextos políticos definidos por la adopción por la
socialdemocracia de una política económica basada en el mercado y la
falta de credibilidad de los comunistas como alternativa. Sin embargo,
el espacio político entre estas dos tradiciones políticas es muy
estrecho.
La referencia fundamental para la comparación es Alemania. El Partido
Socialdemócrata Alemán fue pionero en abandonar el marxismo, la
hostilidad al capitalismo y las nacionalizaciones y en aceptar la
pertenencia a la OTAN, en fecha tan temprana como 1959. Pocos años
después, el SPD, liderado por Willy Brandt y Helmut Schmidt, participó
en el primer Gobierno de gran coalición con los cristiano-demócratas. El
surgimiento de una nueva alternativa de izquierda tardó una generación
más. El comunismo no era entonces una opción viable en Alemania
Occidental, ya que se identificaba con la ocupación soviética de
Alemania Oriental. Inicialmente, los Verdes adoptaron posiciones
izquierdistas radicales en política económica y política exterior. Pero
fueron inequívocamente anticomunistas, hasta el punto de fusionarse con
la oposición anticomunista del Este en una candidatura conjunta
permanente desde la reunificación del país. Con el tiempo, los Verdes
reforzaron fuertemente su posición pro-Unión Europea y se convirtieron
en un partido homologado capaz de participar en un gobierno en coalición
con los socialdemócratas.
La situación ha sido diferente en la Europa del Sur. Todavía hubo
nacionalizaciones de empresas privadas por motivos ideológicos en
Francia a principios de la presidencia del socialista François
Mitterrand, quien formó un Gobierno de coalición con los comunistas en
1981. Apenas un año después, sin embargo, el Partido Socialista francés
abandonó esa vía. Muy pronto, los socialistas participaron en la primera
de varias “cohabitaciones” con los conservadores. En su segundo
mandato, Mitterrand nombró primer ministro a Michel Rocard —quien era
ridiculizado como un defensor de “la izquierda americana”— para que
formara un Gobierno de coalición con los centristas. Los intentos de
crear una alternativa de izquierda radical, que estuvieron fuertemente
influidos por el legado del marxismo y el comunismo, no consiguieron
formar una opción de Gobierno viable. La historia se repite. Tras menos
de dos años en el cargo, el actual presidente socialista François
Hollande nombró un nuevo primer ministro, Manuel Valls —un discípulo de
Rocard—, que está adoptando las políticas económicas diseñadas por la
Unión Europea. No parece que esté apareciendo ninguna alternativa
izquierdista clara.
En Italia, los socialistas liderados por Bettino Craxi presidieron un
Gobierno de coalición con los cristiano-demócratas en la década de
1980. El principal partido de izquierda, el comunista, también abandonó
el marxismo y evolucionó hacia vagas posiciones progresistas hasta que
se fusionó con exsocialistas y excristiano-demócratas en un nuevo
Partido Demócrata. Como presidente de la República, el excomunista
Giorgio Napolitano nombró dos Gobiernos de expertos independientes hasta
que se formó una amplia coalición de partidos de centro-izquierda y
centro-derecha. La larga duración y el gradualismo del proceso de cambio
y disolución de los partidos socialista y comunista hicieron inviable
la formación de una alternativa consistente de izquierda radical.
El Partido Socialista Obrero Español aprendió la lección muy pronto.
Tras perder las dos primeras elecciones democráticas, Felipe González
obligó al partido a abjurar del marxismo y a adoptar una política
económica promercado. El partido ganó las elecciones siguientes en 1982,
cuando ya el experimento francés de izquierda había sido revisado y, a
la luz de esa experiencia, ni siquiera trató de aplicar
nacionalizaciones o decisiones similares. Poco después el PSOE abrazó
explícitamente la OTAN. Durante muchos años, la alternativa de izquierda
radical estuvo en manos de Izquierda Unida, una candidatura comunista
apenas disimulada que nunca llegó a ser una opción de gobierno real.
Solo tras un nuevo periodo de Gobierno socialista en el que las
instrucciones de la UE se convirtieron en políticas reales, ha aparecido
una nueva alternativa de izquierda radical. Podemos aparece como un
soplo de aire fresco, aunque sus miembros son de nuevo excomunistas poco
disfrazados. Cabe apostar a que tendrán menos éxito en las próximas
elecciones generales de lo que las encuestas aventuran.
Los intentos recientes y actuales de construir alternativas políticas
a la izquierda de los socialdemócratas se derivan, en gran parte, de
los cambios a nivel europeo. Pero enfrentarse a los postulados estándar
de economía de mercado y de política exterior transatlántica requiere
hoy la adopción de posiciones anti-Unión Europea y nacionalistas, lo
cual comporta desafíos aún más insuperables que en la década de 1980. En
este contexto, la experiencia de Syriza en el Gobierno en Grecia puede
desembocar bien en un espectacular giro con respecto a sus lemas de
campaña —comparable a los que dieron en su momento los verdes alemanes,
los socialistas franceses, italianos y españoles y los comunistas
italianos—, bien en un pronto fracaso gubernamental y electoral, como el
de todas las alternativas de extrema izquierda que se han intentado.
Dentro de un año o dos la suerte de la nueva izquierda radical en el sur
de Europa estará echada, otra vez.
Josep M. Colomer es autor del libro El gobierno mundial de los expertos (Anagrama).
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