ALBERTO BARRERA TYSZKA
Cuando el balón se detuvo, comenzaron a rodar velozmente los chistes y los comentarios jocosos. A mí me sacó una carcajada el que decía que Juan Arango no había metido goles porque, de acuerdo con su número de cédula, ese día no le tocaba. El triunfo de la selección nacional frente al equipo de Colombia no se salvó de esa gran fiesta que es el humor venezolano. Siempre hemos leído mal la carta donde Cristóbal Colón nos bautiza como “tierra de gracia”. El almirante, en realidad, solo quería advertirle a la corte que había llegado al reino de la joda.
Sostiene Laureano Márquez, con el tino y el ingenio que lo caracteriza, que “en Venezuela el humor es parte de la cesta básica”. Es cierto. Desde Francisco de Miranda hasta nuestros días, el bochinche es nuestro elemento. Durante casi toda nuestra historia, el humor ha sido una de nuestras principales armas de supervivencia. Creemos que, frente a la tragedia, el humor es una forma de rebeldía.
Del otro lado de esta celebración colectiva está el ceño severo del poder. Los poderosos no toleran el humor, digieren muy mal la picardía, no saben cómo relacionarse con la risa. Tal vez por eso, esta semana, la bancada parlamentaria que los representa dedicó parte de su jornada a acorralar y a tratar de castigar una broma.
Vamos a pasar de largo sobre el tuit de Felipe Calderón. Sobre todo porque es un tuit pésimo, demasiado obvio, sin ninguna chispa. No se entiende cómo, además, el oficialismo cometió el error de darle importancia a una banalidad escrita por alguien que no tiene nada que ver con el país. A mí me cuesta imaginar, por ejemplo, el Congreso de Brasil, de Francia o de la República Checa discutiendo seriamente un tuit de Tareck el Aissami.
Pero lo de Henrique Capriles es otra cosa. No suelen sus tuits ser demasiado creativos u ocurrentes. A veces, más bien, son planos, muy directos. Pero esta vez dio en el clavo. Su forma de celebrar la victoria de la Vinotinto fue un clásico ejercicio de la identidad, una joda muy nuestra. Con ironía, sintetizando su propio proceso, su reclamo, retomando la condición de víctima del poder que ha denunciado. El mejor indicador de que fue un chiste excelente ha sido la reacción desmedida de los poderosos.
En la Asamblea Nacional sentenciaron que el mensaje era “misógino y antipatriótico”. También hablaron de “xenofobia”. En rigor, lo único que dijo Capriles es que ahí donde había habido un triunfo, Tibisay Lucena anunciaba una derrota. Estaba evidentemente aludiendo a un resultado electoral que él mismo ha cuestionado en muchas otras instancias. No está afirmando nada distinto de lo que ya ha repetido muchas veces. Tampoco se refiere a algo que sea sorprendente para los venezolanos. Todos sabemos que la presidente del Consejo Nacional Electoral no es independiente, está políticamente parcializada. Ella misma lo expresó cuando apareció, de manera oficial y pública, portando un signo que identifica al partido de gobierno. Todos sabemos que Tibisay Lucena no es el árbitro. Ella está sentada en la banca del equipo rojo rojito.
El poder solo produce humor de manera involuntaria. Aquí están estas frases sensacionales de Tania Díaz, vicepresidente de la AN, para rechazar el meme de Capriles y defender la imparcialidad del proceso: “Esas elecciones van a ser transparentes, democráticas, limpias, eficientes, inmediatas, expeditas, alegres, que serán ganadas nuevamente a la opción de la humanidad, de la solidaridad y a la opción del pueblo, que representa la opción chavista”. Esto, dicho totalmente en serio, resulta mucho más gracioso que cualquier programa supuestamente cómico que transmita algún medio gubernamental.
Los diputados oficialistas representan a un pueblo que no existe, a un pueblo que no tiene problemas, que la está pasando bomba en estos días. No quieren debatir sobre temas como la inflación, la escasez, la inseguridad, la corrupción, las cárceles o los hospitales... prefieren perseguir y rechazar el humor en 140 caracteres. La risa los tiene locos.
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