Enrique Viloria Vera
No es vergonzoso nacer
pobre,
lo es el llegar a
serlo por acciones torpes.
Menandro
Menandro
A pie
juntillas, a rajatabla, tercamente y con torpeza, los dirigentes de la hablachenta e ineficiente Revolución
Bolivariana han seguido la prédica del Eterno, del Supremo, según la cual ser rico es malo. Con voluntad asombrosa
y pretendidamente igualitaria han hecho todo lo posible para que la pobreza
alcance niveles de cuarto mundo y se extienda a todos los estratos de la
sociedad venezolana, con excepción de los enchufados, de los bolichicos, de los
privilegiados del Proceso.
Hoy el país y
sus gentes son cada vez más pobres; la inflación, la corrupción, la desidia
gubernamental, las políticas públicas obsoletas y decimonónicas, un socialismo
fallido y una ineficiencia inconmensurable, han logrado que seamos cada vez más
pobres, menesterosos, indigentes en potencia, no sólo materialmente sino
también de espíritu y dignidad. Ciertamente somos el hazmerreír de la comunidad
internacional.
Empresas
expropiadas y quebradas, producción industrial y agrícola por el suelo,
hospitales en emergencia, éxodo del talento, escasez de lo esencial, ausencia
de escuelas y liceos bien mantenidos, trabajadores mal pagados, PDVSA quebrada, carreteras y puentes sin
mantenimiento, niños de la calle, bachaqueo y buhonerismo, carros sin
repuestos, líneas aéreas casi desahuciadas, falta de divisas, disminución de
las reservas internacionales, las dádivas generosas a países supuestamente
amigos, y paremos de contar, son el ejemplo palmario, palpable, constatable y
visible de la creciente pobreza que nos define en esta malhadada V República.
Pero no es
sólo la pobreza física la que ha socavado una otrora feliz y tolerante patria,
a ésta se añade otra más peligrosa y dañina: la moral. Somos cada vez más
pobres en un país donde la vida no vale nada, donde un engorilado te quiebra en un santiamén sin que se imponga la
justicia. Los secuestros, el tráfico de drogas, los embarazos precoces, la
lenidad generalizada, la malversación de los fondos del Estado, la ineptitud,
la exclusión, los insultos, los presos políticos sometidos al vejamen
gubernamental, el aislamiento internacional, los desvaríos de nuestros
mandatarios, los cientos de miles de asesinados en la última década, los
motoatracadores, nos han transformado en un verdadero país malandro, forajido,
bandido, ladrón, cuatrero, en fin,
delincuente, donde los valores de la justicia, la libertad y la tolerancia
- base de la convivencia humana - brillan por su ausencia.
En fin triste
y desconsoladamente somos más y más pobres, y con toda razón el viejo proverbio
sentencia: El
pobre es un extranjero en su patria.
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