ALFREDO MEZA
EL PAÍS
Leonardo Padrón (Caracas, 1959) es el escritor más reconocido por el gran público en Venezuela. Poeta, escritor de telenovelas y películas, presentador de espectáculos teatrales, cronista y conductor de un exitoso ciclo de entrevistas radiales –Los imposibles- que pueden ser leídos como el retrato de un país que también colecciona pequeñas glorias. El chavismo lo considera uno de sus principales adversarios, pero él parece no reparar mucho en esa circunstancia. La sumisión al autoritarismo y el ejercicio de la intolerancia no están en el decálogo de sus principios.
Pregunta: ¿Qué cree que va a pasar en las elecciones parlamentarias?
Respuesta. Todo apunta a una victoria masiva de la oposición, pero hace tiempo perdimos cualquier rasgo de ingenuidad. Sabemos que el régimen desplegará todo su arsenal de estrategias ilícitas para torcer la voluntad del electorado, inflar resultados, desalojar a testigos de mesa de la oposición, intimidar electores, manipular el voto asistido, y chantajear a la masiva población humilde que depende, muchas veces, de sus alevosas dádivas. Entiendo que en esta oportunidad la oposición ha sabido blindarse mejor. Pero la violación de las normas electorales va a ocurrir. Que no nos quepa duda. Nos toca ser los más severos guardianes de la legalidad. Debemos ser rígidos en la denuncia y solución de cualquier atropello. Ya basta. Es inadmisible volver a tolerar un mínimo gesto de trampa electoral.
P. Hace poco citaba en un artículo una frase de Eduardo Galeano, figura tutelar del chavismo. “Qué sería del poder sin el miedo”. ¿Cuánto ha contribuido la difusión del miedo para que el Gobierno se mantenga en el poder?
R. El miedo ha sido una de las herramientas políticas más eficaces de la revolución bolivariana. En el manual de procedimientos de los sistemas totalitarios el miedo es un clásico. Y aquí, en Venezuela, lo han conjugado en todas sus variantes. Los medios de comunicación que no logran comprar los hostigan a veces hasta la ruina. Los ciudadanos que ejercen el disenso son amenazados. Los tuiteros excesivamente irreverentes son encarcelados. Los líderes políticos son inhabilitados, arrinconados hacia la cárcel o el exilio. Los seguidores del chavismo, ante cualquier posibilidad de quitarse la camisa roja de su ideología, son alertados con ser execrados de los beneficios sociales que reciben. Los colectivos armados recorren las ciudades rugiendo violencia. El presidente Maduro se ha hecho experto ladrando amenazas en cada cadena nacional de una manera inaceptable. Es uno de los pocos argumentos que les queda. Y se les está devolviendo como un bumerán aliñado de justicia poética. Ahora el miedo habita en ellos.
R. El miedo ha sido una de las herramientas políticas más eficaces de la revolución bolivariana. En el manual de procedimientos de los sistemas totalitarios el miedo es un clásico. Y aquí, en Venezuela, lo han conjugado en todas sus variantes. Los medios de comunicación que no logran comprar los hostigan a veces hasta la ruina. Los ciudadanos que ejercen el disenso son amenazados. Los tuiteros excesivamente irreverentes son encarcelados. Los líderes políticos son inhabilitados, arrinconados hacia la cárcel o el exilio. Los seguidores del chavismo, ante cualquier posibilidad de quitarse la camisa roja de su ideología, son alertados con ser execrados de los beneficios sociales que reciben. Los colectivos armados recorren las ciudades rugiendo violencia. El presidente Maduro se ha hecho experto ladrando amenazas en cada cadena nacional de una manera inaceptable. Es uno de los pocos argumentos que les queda. Y se les está devolviendo como un bumerán aliñado de justicia poética. Ahora el miedo habita en ellos.
P. ¿La difusión del miedo como política de Estado, la inseguridad personal y la escasez han cambiado el modo de ser de los venezolanos? ¿Es reversible ese cambio en el modo de relacionarse entre compatriotas?
R. Sin duda. El venezolano es ahora un ciudadano minado por la incertidumbre y la desazón. Hasta los actos más domésticos están signados por esos rasgos. Ahora somos más inseguros, más frágiles, más inconsistentes ante la noción del futuro como posibilidad. Revertir esa sensación es, no sólo posible, sino urgente. No hay país que avance con un clima tan abrumador de depresión. Pero es cuestión de reordenar las reglas de juego. Lo que le toca a la clase dirigente política y a los propios ciudadanos es un exigente ejercicio de lucidez. Para reconstruir a este país nos necesitamos todos, sin excepción.
P. ¿Cómo imagina el final de este largo culebrón venezolano?
R. Ni el más delirante de los guionistas puede predecir el resultado de esta terrible turbulencia que atraviesan hoy los venezolanos. Tenemos una larga temporada palpando los síntomas clásicos de una historia que se aproxima a su fin. Cada vez hay más elementos en el cóctel dramático. Pareciera que el mal ha agotado sus recursos, pero recordemos que la especie humana posee una rica imaginación que puede servir para la creación o la destrucción. En todo caso, nunca como en este diciembre de 2015 se había percibido tan nítidamente esta sensación de historia que se acaba.
P. ¿Qué ha perdido usted en todos estos años?
P. ¿Qué ha perdido usted en todos estos años?
R. He perdido lo mismo que millones de ciudadanos. Las coordenadas de una vida normal, la libertad creativa en mi trabajo en los medios (sobre todo en la televisión), he perdido ciudad, noche, intemperie, sosiego, la vida de amigos y compañeros de trabajo asesinados por la inseguridad, innumerables derechos ciudadanos, y a la vez he ganado la animadversión de los radicales de uno y otro bando, las amenazas personales del presidente de la República, he vivido amenazas de muerte, el hackeo de mis cuentas personales y redes. En fin, he perdido calidad de vida, pero no es nada comparado con otros, muchos otros, que sencillamente han perdido la vida.
P. Hace ya cuatro años que no se exhibe una telenovela suya en los canales venezolanos. ¿A qué responde ese silencio?
R. El argumento del canal de televisión para el cual trabajo (Venevisión) es que no hay dinero para acometer la producción de tantas novelas. Hace dos años entregué una telenovela de 120 capítulos y está engavetada, sin embargo otros compañeros -de bajísimo perfil político- han visto luz verde con sus trabajos. Podría ponerme suspicaz, ¿no? De hecho, me consta que en el noticiero del canal estoy vetado por mi posición crítica.
P. Ese silencio ha sido relativo. En los últimos años usted se ha revelado como un cronista exitoso. ¿Qué registros distintos al de la poesía o las telenovelas ha podido alcanzar con la crónica?
R. Cuando te silencian por un lado, no queda otra que ensayar otros códigos de comunicación. La página que tengo a mi disposición quincenalmente en El Nacional (un periódico seriamente amenazado por el régimen) me ha permitido exponer mis criterios, luchar contra la desmemoria colectiva, hacer un registro -en modo de crónica- de las penurias de estos tiempos. No ha dejado de sorprenderme la necesidad que tiene la gente de conseguir interlocutores de su desazón.
P. El chavismo en sus inicios representó una mesiánica esperanza de cambio para la sociedad venezolana. ¿Qué representa hoy día?
R. El chavismo se convirtió en una estafa monumental. Nos prometieron el paraíso perdido y solo nos han entregado ruina, miseria y violencia. Han sido los grandes gestores de una escuela de odio y resentimiento que ha cultivado los peores estamentos de la lucha de clases. Es una hazaña oscura haber convertido a una nación tan llena de recursos como Venezuela en la indigente de la región. Somos el mejor ejemplo de cómo una ideología trasnochada puede arruinar a un país petrolero en pleno siglo XXI. Nos hemos convertido en el capítulo más bochornoso de la historia política contemporánea de Latinoamérica. Pero pareciera que estamos a punto de iniciar el fin de la pesadilla.
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