GUILLERMO D. OLMO
BLOGS DE ABC, ESPAÑA
La abrumadora victoria de la oposición venezolana en las legislativas ha alterado por completo el panorama político en la convulsa República Bolivariana, abriendo una nueva etapa en la que el equilibrio de fuerzas entre el régimen y sus detractores se revirtió decisivamente. No hay duda de que las fuerzas de la Mesa de la Unidad Democrática se han ganado el derecho a lanzar fuegos de artificio y confeti tras un triunfo que los coloca en disposición de pilotar un cambio histórico. No obstante, es precisamente la trascendencia histórica del momento lo que obliga a actuar con prudencia, responsabilidad y generosidad. Lejos de la beligerancia de otro tiempo, es a eso a lo que están llamando sus dirigentes. Los más lúcidos de ellos admiten en privado que, pese a la pésima gestión económica de Maduro y a que este nunca llenará el enorme vacío dejado por Chávez, el chavismo cosechó más de un 40% del voto popular y sigue siendo una fuerza política poderosa a la que no se puede ignorar.
El camino hasta diciembre de 2015 ha sido largo para la MUD. En los 16 años que han pasado desde que Chávez conquistó el poder lo han intentado todo para recuperarlo y solo ahora, desaparecido el fundador de la Venezuela bolivariana, acarician esa posibilidad. La lección de los progresos de los últimos tiempos está clara. La unidad forjada en torno a la MUD entre la heteróclita pléyade de fuerzas opositoras y el abandono de la vía insurreccional es lo que les ha devuelto el crédito, lo que les ha convertido, por fin, en la alternativa a un régimen tan impresentable desde la perspectiva euroatlántica como hegemónico en el Cono Sur hasta casi anteayer. Si se quiere rematar la tarea, habrá de hacerse manteniéndose en la senda institucional y sin precipitaciones que solo servirían para arruinar lo logrado y empujar al enfrentamiento a un país que lleva décadas irreconciliablemente dividido.
El chavismo, como hiciera en su día el franquismo en España, ha estigmatizado a sus críticos como la «antipatria» y ha hecho que estado y partido gobernante se confundieran, convirtiendo al primero en un ente excluyente y de bases socavadas. Han sido demasiados años de una polarización esporádicamente violenta que ni unos ni otros han tenido interés en corregir. Eso es ahora lo que toca. Desde la deslegitimación del adversario y el encono cerril no podrá escribirse el futuro que los venezolanos merecen.
La historia reciente del país se escribe a base de golpes de estado, de violencia política y encanallamiento de lo que nunca debió dejar de ser saludable disputa democrática. Afortunadamente, esta se ha abierto paso en los últimos comicios. Es vital que este ambiente se mantenga. Porque, aunque gravemente debilitado, Maduro sigue siendo el presidente, porque Venezuela sigue llena de chavistas y porque la mejor garantía para que las reformas perduren es que se hagan desde el diálogo y las leyes y no desde la rebatiña. Eso es lo que en España enseñó la Transición. Venezuela está en el umbral de un cambio. Hay un presidente chavista, una mayoría parlamentaria opositora y un país sumido en una tremenda crisis económica y social. Es la hora de la política. Tiene que serlo.
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