Entre espejismos y negligencias
Elías Pino Iturrieta.
Escenas como una observada recientemente alimentan la sensación de que no habrá de temerse una revolución en Venezuela, es decir, una metamorfosis impuesta por el Gobierno hasta el extremo de cambiar radicalmente la vida de la ciudadanía. Pero, a la vez, de la propia escena mana la sensación de que la sociedad se encuentra al borde de un abismo provocado por una incuria descomunal. La primera de tales sensaciones pudiera encontrar alivio en la segunda, si existe gente que prefiera un derrumbe sobrevenido por la decisión de no hacer nada. En cualquiera de los casos sucedería una catástrofe, lo cual no es corolario capaz de generar la esperanza que se necesita para pensar con tranquilidad el porvenir.
Los lectores deben conocer la escena, pues sucedió hace poco: acompañado de los presidentes de Ecuador y Bolivia, Chávez proclamó el nacimiento de un polo de poder susceptible de imponer condiciones a Estados Unidos y de corregir las anomalías de las finanzas internacionales. Gracias a la acuñación de una portentosa herramienta llamada Sucre, agregó el proclamador, se acabaría con la influencia del dólar en las economías lugareñas y se ofrecería un incentivo para el arranque de un comercio respaldado en unas reservas cada vez más consistentes. Gracias al intercambio de las riquezas fomentado desde Caracas, Quito y La Paz, concluyó, se estaría en breve ante un resorte que originaría un vuelco de las relaciones hemisféricas. No sé si también estaban en el acto los mandatarios de Paraguay y Argentina, pero no creo que su comparecencia o su ausencia modifiquen la perplejidad que puede producir la inauguración de un espejismo. La perplejidad en la cara de Obama, frente a la presentación de un competidor inexistente. O en la cara de Lula, obligado a fingir que mira hacia los vecindarios para toparse con algo que no se parezca a un parto de los montes. O en la cara de cualquier espectador capaz de descubrir la flojedad de una tramoya sostenida en el vacío. Porque, por muy lego que uno sea en la materia, si se pone a registrar en la asociación de las aludidas repúblicas topará con la multiplicación de las quiebras, la mengua de las industrias, la disminución de la inversión extranjera, la guerra contra la propiedad privada, el desarreglo de las cuentas y la incompetencia de los administradores. ¿De dónde sale, entonces, la maquinaria que causará pavores en el tenebroso mundo globalizado?
De la cabeza de Chávez, proclive a confundir la realidad con sus delirios o a cambiar el entorno por la propaganda. O de parideros semejantes de situaciones que se le parecen como gota de agua. Por ejemplo, las recientes declaraciones del ministro Giordani sobre la economía del país y sobre cómo hacerla más llevadera: la nada propiamente dicha, esto es, una negación de remedios que parte de la negación de una enfermedad inocultable y comparable con una epidemia. Los dos escenas, apenas un par entre centenares, refieren a un trueque de la realidad por la fantasía para que el Gobierno se parezca a una revolución aunque no lo sea sino a ratos; pero igualmente refieren a una falta de iniciativa y a una evidente incompetencia debido a las cuales se puede remachar la sensación de que sólo tendremos conmociones a cuentagotas cuando estén maduras algunas uvas en árboles fáciles de escalar, o cuando la necesidad aconseje el emparejamiento de los hechos con la retórica; pero jamás como corolario de un esfuerzo coherente que, además de tenacidad, requiere talento y sacrificios. La noticia es buena para quienes temen situaciones como la liquidación de la propiedad privada y la expropiación de las industrias, pero pésima para quienes esperan los beneficios de una constructiva acción de gobierno.
Si para el chavismo la revolución y las quimeras son gemelas, hasta el punto de que apenas en ocasiones se atreva el padre a advertir diferencias entre lo que imagina de sus criaturas y la forma que tienen ellas de desenvolverse cuando salen a la calle, ¿por qué ha de distinguir entre los entuertos y la manera de solucionarlos, entre la existencia de problemas y una forma práctica de encontrarles alivio? ¿No pensará que los arregla solamente con hablar de ellos, como si el verbo desorbitado se volviese asunto físico y conducta efectiva debido a los portentos de quien lo desembucha? Tal vez jure, por ejemplo, que bastará con el invento del Sucre y con la solidaridad de los presidentes Correa y Morales para enfrentar las carencias de energía eléctrica que están a punto de causar uno de los problemas más serios del país contemporáneo, y cuya atención ha eludido sin ningún tipo de justificación desde su ascenso al poder. Tal vez crea que de lo etéreo provendrá el desenlace de lo concreto, mientras los escépticos y los anonadados a quienes ya no quita el sueño el fantasma de la revolución, cambian el calendario de la preocupación por un horario para comprar velas.
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