Miguel Angel Santos.
El Universal
Si se devalúa la moneda no hay producción local que sustituya las importaciones
He ahí el dilema. Pasan los días y el gobierno sigue sin anunciar el arreglo cambiario que reducirá la brecha entre el dólar oficial y el mercado paralelo. La calle ciega en la que se han metido no tiene salida fácil. Si bien en economía todo tiene su lado bueno y malo, la propia actitud del Gobierno le ha cerrado las puertas a las ventajas de los diferentes arreglos, dejándolos ante la incómoda elección de bailar con la menos fea. El sistema de bandas, herramienta de propulsión de la corrupción (¿más que Cadivi?) no necesariamente tendría efectos sobre el dólar paralelo. La demanda de dólares allí no depende tanto de las bandas o tasas de cambio, sino más bien de la cantidad que se liquiden a las tasas oficiales. Volvemos a lo mismo. ¿Quieres liquidar cada vez más dólares (oficial y paralelo), alimentando importaciones y fuga de capitales? ¡No! Me quedaría muy pronto sin reservas. ¿Quieres permitir que suba la tasa de interés, para que quienes tengan bolívares no sufran pérdidas reales equivalentes a quince o veinte puntos porcentuales? ¡No! Yo soy el deudor más grande que existe en bolívares. ¿Quieres devaluar, para frenar la demanda de dólares? ¡No! Se dispararía la inflación. Ok. No hay ninguna otra opción (salvo cruzar los dedos para que suban los precios del petróleo, pero nadie está previendo que vuelvan a los niveles de 2008). ¿Por qué si hasta hace poco el petróleo estaba a 65 por barril e íbamos "bien", ahora a 55 todo el mundo está previendo un caos? Muy simple. El país se acostumbró a vivir con importaciones y de salidas de capital privado que no son consistentes con 55 dólares por barril. Ahora ya no tenemos la opción de volver atrás. La pérdida inminente de valor del bolívar, sea por la vía oficial o por la depreciación en el paralelo (45% según el mismo período en 2008), podría traer algunos buenos resultados. Después de todo, la salida a la mayoría de las crisis de confianza que ocurrieron en los noventa -México, Tailandia y Rusia- pasaron por permitir la depreciación de la moneda local. En esa circunstancia, las exportaciones se hacen más competitivas y las importaciones más caras; se reorienta el gasto doméstico, y si el ambiente de negocios y los fundamentos están sólidos, invita a los inversionistas a adquirir activos productivos "baratos" en el país. Ninguna de estas posibilidades esta hoy aquí. El Gobierno corrió a las transnacionales y persigue al sector privado, quebró a los exportadores no tradicionales obligándoles a pagar costos cada vez más altos mientras liquidaban las divisas que obtenían a 2,15 en el BCV, y fomentó la exportación masiva de empleos. Ahora, si se devalúa la moneda, no hay producción local que sustituya a las importaciones. En lugar de señalizar la recuperación del equilibrio, los agentes económicos van a leer la depreciación como la primera de otras que podrían venir más adelante. No hay salida fácil. Emitir deuda para satisfacer la demanda de dólares en el paralelo, sin preocuparse por corregir los fundamentos y las percepciones, no tiene sentido. Claro que el mercado es muy frágil, muy visceral, y una venta masiva de dólares se lo puede traer al suelo. Pero no por mucho tiempo.
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