La revolución democrática del pueblo venezolano
Un lección ética y política para América Latina
Las sorprendentes y timoratas palabras de la actual vocera de gobierno Pilar Armanet, frente a la actitud de Hugo Chávez contra la libertad de prensa –que solamente pueden dejar conformes a los “puristas” de una “diplomacia” de segundo orden- ponen de manifiesto cuál ha sido la actitud de nuestro país en materia de democracia y derechos humanos en América Latina: una política de doble estándar. En efecto, mientras se reaccionó con premura –y no podía ser de otra manera- condenando la destitución del presidente populista de Honduras Manuel Zelaya y el establecimiento de un gobierno de facto. No se ha tenido la misma celeridad y reacción frente a la dictadura de Hugo Chávez, quien no solamente ha violado sistemáticamente los derechos fundamentales de la persona y ha socavado progresivamente las instituciones democráticas de Venezuela, sino que se ha dado el lujo de difundir descaradamente su falsa “revolución bolivariana” por todo el continente, llegando al extremo de financiar a diversos grupos terroristas y guerrilleros en el “Extremo Occidente” (Alain Rouquié). De ahí su reacción visceral contra el presidente electo, Sebastián Piñera, por cuanto imagina a Chile como una nueva plataforma del “imperialismo” norteamericano.
El canciller Mariano Fernández y la ministra Pilar Armanet han preferido guardar silencio o realizar declaraciones de “buena crianza” –como si los derechos humanos fueran negociables en nombre de una supuesta “buena vecindad”-, frente a la decisión del gobierno venezolano de cerrar el medio televisivo más antiguo (de los que inicialmente se fundaron) y prestigioso de Venezuela, Radio Caracas Televisión o RCTV Internacional, junto a otros medios de comunicación social. No debemos olvidar que el derecho a la información es un derecho humano fundamental, y la libertad de expresión es uno de los pilares esenciales de todo régimen democrático, por cuanto garantiza el acceso a la información por parte de los ciudadanos sin el cual no es posible ejercer la libertad de manera plena, al mismo tiempo que es un “instrumento” necesario y útil para un control eficaz de la calidad y transparencia tanto de las instituciones como de la gestión de los actores sociales y políticos que ejercen una función de liderazgo. Sin libertad de prensa en vez de democracia tenemos un régimen dictatorial o totalitario.
Diversas organizaciones internacionales: Reporteros sin Frontera, Freedom House, Human Rights Watch, Amnistía Internacional o la Sociedad Interamericana de Prensa… han alertado sobre el grave deterioro de la libertad de prensa, y las difíciles condiciones de trabajo en la cual los periodistas deben ejercer su profesión, sobre todo aquellos que tienen la osadía de emitir alguna crítica o denunciar alguna irregularidad del régimen de Chávez. Como ha señalado un destacado periodista venezolano –condenado por el régimen-, “la libertad de expresión no es sólo poder decir cosas sino que no te persigan por decirlas”. Mientras el “líder de los llanos” se sienta a “pontificar” sobre las bondades “democráticas” de su revolución, el pueblo venezolano debe sufrir un atentado más a su dignidad de personas libres, frente a la indiferencia de quienes ayer recibieron más que una mano de apoyo y comprensión.
Sin embargo, y no obstante la gravedad que implica para un país las restricciones al derecho a la información, la crisis actual de Venezuela es más grave de los que podríamos imaginar. En efecto, junto a las restricciones del suministro de servicios básicos como la luz y el agua, carencia de alimentos, devaluación del bolívar… nos encontramos ante una sociedad profundamente dividida y cada vez más polarizada por el odio ideológico (odio alimentado permanentemente por los agentes del régimen y por los comentarios “delirantes” del mismo Chávez). Estos son en mi modesto entender signos evidentes de un régimen “agotado” y de una sociedad resquebrajada. Como lo ha señalado un medio de prensa europeo: “cuando el barco se hunde los hombres más cercanos a Hugo Chávez huyen, en medio del naufragio bolivariano”.
¿Cómo explicar la reciente y sorpresiva renuncia de uno de los principales y de los más viejos aliados de Hugo Chávez, el vicepresidente y ministro de Defensa de Venezuela, Ramón Carrizalez? ¿Quién puede creer que dicha renuncia obedece a razones personales o particulares? Una de las causas fundamentales se encuentra en la radicalización del régimen chavista, particularmente con la imposición de militares cubanos en los altos mandos de la toma de decisiones en el llamado Comando Estratégico Operacional (CEO). En síntesis, el dictador Chávez, recordando las viejas purgas estalinianas, ha empezado a “depurar” su entorno gubernamental más cercano en vistas a una radicalización de la “revolución bolivariana” para perpetuarse en el poder, reeditando el modelo castrista en plena Sociedad de la Información y a contra corriente de la globalización de la democracia como ideal-tipo de gobierno para las sociedades actuales.
Hugo Chávez vive hoy día encerrado en su burbuja solamente escuchando a los aduladores de siempre (el triste fin de los dictadores), y convencido que puede obviar las “lecciones de la historia”, particularmente las que emergen del Muro de Berlín. Como lo ha señalado magistralmente el destacado político y antiguo embajador venezolano en las Naciones Unidas Diego Arria, amigo personal de Orlando Letelier, y que viajó a Chile (1976), en plena dictadura para exigir la libertad de su amigo por parte del general Pinochet -¿Qué autoridad chilena ha realizado un gesto de este tipo con algún preso político venezolano? Al contrario hemos sabido de algunos “demócratas” que han viajado para ponerse de rodillas frente al tirano para recibir su “bendición”-hay ciertas enseñanzas de la historia que nos permiten mirar con esperanza el futuro de Venezuela en medio de tanto dolor y tribulaciones por las que atraviesa su pueblo.
La primera, nos dice Diego Arria, está relacionada con el peso determinante que pueden tener los individuos, especialmente los jóvenes, cuando deciden enfrentar situaciones que parecen imposibles de superar. La segunda es que fue una gesta anónima sin líderes aparentes, al punto que ningún libro registró ni siquiera los nombres de los primeros alemanes que tomaron la iniciativa de cruzar la frontera y comenzaron a derribar el muro. La tercera lección es que no valen militares ni milicias para detener la fuerza unida de los ciudadanos, como quedó demostrado en Berlín cuando ni los tanques soviéticos, ni las fuerzas armadas alemanas y soviéticas, mucho mejor armadas que las nuestras, se atrevieron a reprimirlos.
Para Arria no es absurdo imaginar una situación parecida en Venezuela: “donde la Fuerza Armada, sobre la cual descansa el poder de Hugo Chávez, está tan dividida como nuestra sociedad, y no acataría una orden semejante del jefe del Estado, tal como no la obedecieron el 11 de abril de 2002, cuando pretendió enfrentar a una multitud pacífica con tanques y se vio obligado a renunciar a su cargo. Además, hoy los militares conocen mejor el Estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional que la letra del Alma Llanera”. Tenemos la certeza que los dictadores tarde o temprano caen sin dejar más que dolor y sufrimiento tras de sí, esto es lo que el gran filósofo cristiano de la democracia Jacques Maritain, solía llamar “el triunfo aparente del maquiavelismo” ¿Cuándo se escribirá el capítulo final de esta trágica historia? Esa es una respuesta que solamente la Libertad de los hombres en el tiempo nos puede dar.
Rodrigo Ahumada Durán
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