EL CHACAL DE LA TROMPETA
Argelia Ríos
La revolución no consigue reinventarse. Después de once años, sus envoltorios están tan envejecidos como su líder. El desgaste involucra a todo el elenco del "proceso" y el conjunto de liturgias sobre el modelo socialista. Las figuras de la llamada "V República", parecen seres inanimados, que se mueven mecánicamente de un cargo a otro, sin producir expectativa alguna. Nadie destaca: ninguno brilla como una promesa. Son siempre los mismos, viajando de un despacho a otro, con las maletas repletas de desastres. Los fracasos de los integrantes de la élite bolivariana son una colección de experiencias desoladoras. Cuando se anuncian "cambios en el equipo", la mención de sus nombres describe el próximo resultado. La ruina del Gobierno es incontrastable: un hombre para dos y tres ministerios representa más que una admisión de parte: es casi una renuncia al mínimo decoro administrativo.
Pero las comprobaciones en el terreno son inútiles a los ojos del capitán de esta nave. En el delirio de su egocentrismo, sólo valora las lealtades incondicionales. El Presidente no sabe qué hacer, ni tiene con quién: a su manera, ha tirado la toalla. El conocimiento de un área, las habilidades para encarar un reto de gestión, dejaron de ser atributos para acompañarle en el Gobierno. El comandante está solo, caminando de la mano de un grupo de sombras fieles exclusivamente a la incompetencia del socialismo. Con el Gobierno a oscuras y naufragando, Chávez no puede ya sino aspirar a un mandato vitalicio alcanzado mediante la rapacería y el escamoteo. La reelección indefinida, vista como un premio concedido por los ciudadanos -en virtud de la calidad de los logros, como rezaba la propaganda a favor de la enmienda-, se evaporó en la atmósfera de negligencia y corrupción que envuelve a la revolución. Chávez es un hombre pragmático: no tiene voluntad para rectificar, porque sabe que tampoco existe posibilidad de hacerlo.
Entretanto, el país está detenido en el tiempo. Chávez perdió toda esperanza de ser genuinamente recompensado mediante el voto de los venezolanos: no tiene nada qué presentar para conseguir su galardón. Sin obras que merezcan mantenerlo "empoderado", no le queda más opción que la arbitrariedad. Para que le temamos, para que aceptemos dócilmente someternos a sus deseos. El despliegue represivo de estos días es la consecuencia de las nuevas certezas del Presidente. Su compromiso de redención social se fue al diablo. Sin estar en condiciones de ser "premiado", se afana en alardear -con insolencia- de su control de la fuerza bruta. La sociedad venezolana siente que ha sido estafada y, como es lógico, se prepara para un ajuste de cuentas. Chávez procura impedirlo intentando recrear lo que sería el "gran diluvio", si el país decide -y por ahí vamos enrumbados- ejecutar el rol que le corresponderá en esta historieta: el del chacal de la trompeta.
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