LEOPOLDO MARTINEZ
En dos contextos y con signos ideológicos muy diferentes, estamos presenciando el uso irresponsable de la xenofobia en el campo electoral. Por parte de Donald Trump, en Estados Unidos, y de Nicolás Maduro, en Venezuela.
De la misma manera como Hitler y su aparato propagandístico responsabilizaron a los judíos de la hiperinflación que registrara en su trágico final la República de Weimar, hoy Trump y Maduro, desde extremos ideológicos que se tocan y con objetivos diferentes, recurren al mismo protocolo de bajeza.
En Estados Unidos, el excéntrico de Trump dice que todos los problemas del país son culpa de México y de China, y no menos de los inmigrantes de origen hispano. Con base en estas apreciaciones, propone la deportación de 11 millones de personas, destrozando vidas y dividiendo familias. Pero no se detiene ahí, también ha sugerido desconocer el derecho constitucional a la ciudadanía a los nacidos de padres indocumentados en territorio estadounidense.
Trump cabalga sobre el sentimiento “antipolítico” del que hoy es víctima el partido republicano luego de haberlo cultivado sin calibrar los riesgos. La retórica del odio de Trump moviliza radicales y lo auxilia en su propósito de cooptar una organización que, sin darse cuenta, se aleja de sus raíces históricas: de resultas, el partido de Abraham Lincoln está hoy transformado en promotor de la exclusión social. ¡Increíble!
Pero esa narrativa no solo es irresponsable, sino sobre todo carente de todo sustento en los hechos. La economía de Estados Unidos viene en una formidable recuperación y fortalecimiento, que incluye, por cierto, independencia energética; y los hispanos documentados o no son uno de los grupos que más contribuyen con su trabajo y emprendimiento al crecimiento de esa economía. De hecho, estudios de toda solvencia revelan que los hispanos representan 30% de la iniciación de nuevas, pequeñas y medianas empresas en Estados Unidos. Por otra parte, las cifras oficiales también demuestran que, entre todos los grupos étnicos o nacionalidades, los hispanos, y particularmente los inmigrantes indocumentados, constituyen el segmento de la sociedad con menos propensión a cometer delitos. De hecho, los hispanos sin papeles representan el grupo social con menor índice de comisión de delitos violentos y violaciones. ¿Entonces, de qué habla Trump? Muy simple, vocifera mentiras que dividen. Ofertas engañosas que apuntan a resultados con base en la política del miedo.
En lo mismo anda Maduro. Sin el menor recato ante la violación de los derechos humanos de miles de personas, está intentando poner en la frontera con Colombia la razón de su inmenso e inocultable fracaso económico, que es resultado de 15 años de continuas equivocaciones agravadas por su presidencia.
Hoy Venezuela padece, por fallas que se le imputan directamente: devaluación continua (porque el sistema cambiario es complejo y absurdo, e incluso después de la creación del llamado Simadi no hubo ningún esfuerzo sostenido de ofrecer dólares por esa vía); escasez, porque las políticas del gobierno nos han convertido en importadores de todo, hasta de café, y colapsaron los precios del petróleo sin que hubiese previsión alguna, más aún, se redujo nuestra capacidad de producción diaria de petróleo comprometiendo ya casi 500 barriles por día en el pago de una deuda con China cuyos recursos nadie sabe en qué se invirtieron; hiperinflación e inseguridad ciudadana, derivadas de los desatinos ya mencionados.
Ahora Maduro apuesta, luego de varios fracasos en la búsqueda de un culpable fabricado, por la carta de la xenofobia. Lo curioso es que, a diferencia de Trump, que intenta asaltar el poder como un outsider de la antipolítica, Maduro lo hace desde una presidencia que agoniza por falta de ideas y de gente capaz de revertir un colapso que asfixia a Venezuela.
Por otro lado, a Trump las encuestas le conceden una primera minoría en el seno del Partido Republicano, con la que podría imponerse para polarizar en la escena nacional. Pero cuesta ver que Maduro tenga algún éxito por nimio que fuera, con lo que hace para revertir esos 20 puntos porcentuales de ventaja que la oposición, según todos los sondeos.
Algo sí que consiguen ambos con su prédica de encono. Dividir y potencialmente complicar la solución de problemas ya de por sí complejos, que solo encontrarán solución con amplios entendimientos nacionales, lo suficientemente incluyentes como para cosechar confianza, oportunidad y esperanza.
De momento, ese escenario, deseado por las mayorías venezolanas, luce enfangado por las aguas del río Táchira donde chapotean, con sus enseres y sus lágrimas, las víctimas del vergonzoso y fallido intento de Maduro de esquivar un destino que está a punto de alcanzarlo.
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