domingo, 29 de noviembre de 2015

EL ÚLTIMO TIRO

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RAUL FUENTES

E s muy probable que al viajar por tierra tropecemos a la salida de cualquier pueblo infatuado de ciudad con algún botiquín previsiblemente llamado "El Último Tiro", nombre que todo lo dice a quienes procuran one for the road y me tentó para titular esta entrega de hoy, 29 de noviembre, natalicio de Andrés Bello y, por supuesto, día del escritor (¿cuándo será el del lector), porque tan tabernaria denominación tiene algo de as bajo la manga y podría ser interpretada como recurso postrero para lograr un fin en concreto cuando se han agotado todos los medios.

Aunque son muchos los episodios que se cuentan sobre lecciones aprendidas al caletre por estudiantes de farol, café y silla de extensión ­que pasaban las noches en vela pergeñando chuletas ilegibles y tratando de memorizar respuestas a las que, presumiendo conocer las intenciones del profesor, estimaban preguntas impepinables­, recuerdo uno que, casualmente, se relaciona con ese preceptor de Simón Antonio de la Santísima Trinidad que de aquí salió, en 1810, para no regresar jamás.

Precisa la anécdota que un aspirante a bachiller con dotes de fabulador habría apostado por que en un examen de historia le interrogarían sobre la misión, integrada por Bolívar, López Méndez y Bello, que viajó a Londres en busca de apoyo británico para la causa emancipadora. Y así fue: se le pidió explayarse sobre las andanzas del gramático una vez finiquitadas las diligencias diplomáticas. De inmediato, nuestro estudiante espetó: "Dando los trámites por cumplidos y en vista de los inconvenientes, Bello decidió..." y hasta ahí llegó, pues, el profesor lo paró en seco para preguntarle a qué trámites e inconvenientes aludía, interrupción que enmudeció a nuestro tarambana quien apenas pudo recordar la deplorable petición del grande y polifacético humanista caraqueño para que la corona española le perdonase sus devaneos independentistas, mas no se atrevió a desembucharla: por temor a que el docente montara en cólera y lo sancionara con algo más que una mala nota, no disparó su último tiro.

No quisiéramos errar el que nos corresponde antes de que el CNE imponga el acostumbrado voto de silencio a objeto de que, el domingo próximo, no hagamos públicas nuestras preferencias. Podríamos preguntarnos cuáles son las intenciones del árbitro al adoptar medidas como esta sin que encontremos respuestas carentes de suspicacia. Se sabe, desde siempre, que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno; y, si la intención es lo que cuenta, su valoración es ejercicio retórico, y resulta irrelevante que subyazga en ella hipocresía o altruismo.

Puede que no todos los lectores conozcan a Pete Dexter ­escritor estadounidense que cierta crítica hiperbólica hermana con William Faulkner, quizá por la forma en que aborda la cuestión racial­ pero muchos habrán visto alguna película basada en una de sus obras o rodadas a partir de un guion de su autoría, de entre las cuales vale la pena se mencionen Mulholland Drive(Lee Tamahori, 1996) y The Paperboy (Lee Daniels, 2012). De su novela Train(2003) hemos exhumado esta frase: "A la hora de la verdad, las buenas intenciones y las malas dan exactamente los mismo"; una auténtica joya de la indolencia que más adecuada no puede ser al momento de sopesar lo que nos ha deparado este proceso involutivo y esencialmente reaccionario que, bajo el manto sagrado del bolivarianismo y en nombre de una quimérica redención social y un igualitarismo revanchista ­que ha devenido en proletarización de la clase media y agudización de la pobreza crítica­ nos ha anclado en el pasado para alejarnos del futuro y veamos cómo nos distanciamos de la modernidad y nos alejamos del resto del mundo (o nosotros de él porque marchamos en sentido contrario y dirección opuesta).

Al final lo que importa son las obras. Por eso, a una semana apenas de un evento que puede significar el principio del fin del fallido experimento rojo, no tiene mucho sentido indagar sobre las intenciones de un gobierno al que lo acontecido en la Argentina ha puesto al borde de un ataque de nervios (como lo reflejan las destemplanzas de Jorge Rodríguez y Tareck William) y estamos obligados a suponer que son nefastas; no podemos, por tanto, descartar un escenario en el que privará el sabotaje y proliferarán reparos, dilaciones y todo género de marramucias para colmar la paciencia del elector y provocar situaciones que justifiquen patadas a la mesa. Tendremos que enfrentar, no con estoicismo, sino con decisión, cualquier conato de boicot porque, de parte nuestra, se trata de determinaciones para que Maduro, Cabello y Padrino entiendan que se acabó lo que se daba y que, cual estruendoso requiebro in extremis, el último tiro se les ha de escapar por la culata. 

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