MARIA ELENA RAMOS
Cuando el fiscal Franklin Nieves empezó a salir en los medios una insistente sensación de semejanza con alguien me
estuvo rondando. Pronto recordé al capitán Gerd Wiesler, personaje central de la película alemana La vida de los otros, ganadora en 2007 del Oscar a la Mejor Película Extranjera y uno de los filmes más movilizadores sobre el horror generado por el régimen comunista alemán y su Stasi (policía secreta de la República Democrática Alemana). El parecido entre el exfiscal venezolano y el capitán cinematográfico empezó entonces a concretarse: además de físico, tocaba lo emocional.
estuvo rondando. Pronto recordé al capitán Gerd Wiesler, personaje central de la película alemana La vida de los otros, ganadora en 2007 del Oscar a la Mejor Película Extranjera y uno de los filmes más movilizadores sobre el horror generado por el régimen comunista alemán y su Stasi (policía secreta de la República Democrática Alemana). El parecido entre el exfiscal venezolano y el capitán cinematográfico empezó entonces a concretarse: además de físico, tocaba lo emocional.
En la película, escrita y dirigida por Florian H. Von Donneismark, ambientada en el Berlín Oriental de 1984 que presidía Erich Honecker, el capitán Wiesler cumple rigurosamente las órdenes de escuchar las conversaciones en la casa del dramaturgo Georg Dreyman, sospechoso de escribir contra el régimen. Pero la elipsis cinematográfica nos va dejando ver, en poco más de dos horas, el proceso de transformación desde un oscuro represor de larga data hasta alguien capaz de empatía, que se pone en el lugar del perseguido, que llega a admirar su valía, que se compadece con su dolor y el de su familia. Que se sintió movido por la belleza de la música que se colaba en las grabaciones transmitiendo el sensible ambiente cotidiano del escritor y de la actriz de teatro que era su pareja.
Un tema nos interesa aquí: el capitán Wiesler, a pesar de los años de ejercicio como cruel ejecutor del terror, y a pesar de haber sido él mismo quien propuso espiar al escritor, llegado cierto momento fue capaz de experimentar un freno, un límite moral, ante lo que su conciencia no podía seguir avalando. La película nos hace sentir, además, que una cierta sensibilidad artística (a la música, al teatro) ayudaron en la transformación del personaje. Pero acaso solo lo estimularon a darse cuenta de la miseria espiritual de su propia vida.
Cuando, en Venezuela y el mundo, vemos cómo han crecido la violencia y la crueldad (en los modos de lo político, de la corrupción, del hampa, de los fanatismos religiosos más radicales) es urgente esta pregunta, simple pero esencial: ¿dónde están los límites en el ser humano, hoy? Límites tenía el ladrón de otros tiempos, que “robaba pero no mataba”, o el que no asaltaba a una familia con niños o con ancianos. Límites tiene el gobernante que, como algunos han hecho a lo largo de la historia, sabe renunciar a su cargo antes de continuar destruyendo lo que era su deber levantar. Incluso Pérez Jiménez se negó, en sus últimas horas, a enfrentar con las armas la crisis de la Escuela Militar, diciendo: “Prefiero irme antes que matar cadetes”.
Todo hace pensar que en la decisión de Nieves de denunciar la falsedad del juicio a Leopoldo López ha influido el acto honesto de enfrentarse a su propio límite de conciencia. ¿Se trata, en Nieves, de real remordimiento, de la sincera expresión de un no va más?… ¿Tiene su acción algo de conveniencia, de un adelantarse a los hechos que un gobierno en declive hace prever? El tiempo dirá más de sus motivaciones, pero por estos días atípicos en el país el personaje Nieves —que no es cinematográfico sino de la vida real— ha hecho valiente confesión, inculpándose ante las cámaras de Venezuela y el mundo como violador de los derechos humanos. ¡No es cualquier cosa! Sus confesiones han generado rechazo o ira, pero a la vez compasión.
El padre de Leopoldo López, Leopoldo López Gil, dijo a la periodista Idania Chirinos —quien lo enfrentó con Nieves— que el testimonio de éste es “invaluable”. Primero para el mismo fiscal, porque puede salvar su conciencia; luego para su familia; y también para los López. Y agregaríamos que somos muchos los que en el país lo consideramos invaluable. Dice López Gil: “de humanos es errar, de humanos sabios es enmendar el error y continuar el camino”. Pero, además de perdonarlo, dice estar agradecido… “humildemente agradecido”. Para calibrar mejor este agradecimiento hace falta recordar el profundo desamparo en que la justicia formal del país ha dejado a los presos políticos, a López emblemáticamente entre ellos, y en medio de esto, la entrada de aire que la confesión de Nieves podría generar, en los más cercanos al proceso de López pero también más ampliamente en todos los que claman por democracia y justicia. El perdón y el agradecimiento son temas humanos centrales, aquí ejercitados por los padres de Leopoldo, así como los ejercitó el dramaturgo Dreyman en la película, cuando dedicó su libro Balada para un hombre bueno al capitán que lo había perseguido, espiado y luego salvado (y de cuya existencia, y de cuyo número secreto se había enterado solo después de la caída del poder soviético, cuando los archivos de la Stasi alemana fueron desclasificados y hechos de dominio público). Vale escuchar el testimonio del director Von Donneismark: “Por encima de todo, La vida de los otros es una película acerca de la capacidad de los seres humanos para hacer lo correcto, sin que importe lo lejos que se hayan adentrado por el sendero equivocado”.
Dos grandes diferencias hay, sin embargo, entre el fiscal Nieves y el capitán Wiesler: la primera es que uno forma parte de la más cruda realidad mientras el otro es ficción (aunque una ficción sólidamente inspirada en el régimen totalitario de la Alemania Oriental, con sus miedos reales y sus miles de funcionarios espiando la vida de los demás). La segunda diferencia es que si el alemán puso su conciencia al servicio —privado, secreto— de salvar a un solo ciudadano (ese dramaturgo a quien llegó a admirar) y en cambio Franklyn Nieves no está actuando en secreto. Su denuncia se hizo internacional e involucra a responsables desde los más altos niveles de nuestros poderes Ejecutivo y Legislativo hasta lo más variado dentro del Poder Judicial.
En medio de un ámbito judicial aterrado y corrompido, este fiscal venezolano está mostrando no solo arrepentimiento privado sino que ha evidenciado, ante la luz pública, la urgencia de límites, sorprendido como parece estar de sí mismo, de hasta dónde pudo llegar mientras obedecía órdenes, y asumiendo las riesgosas consecuencias de salirse de un redil perverso, al confesar.
La confesión de Nieves nos hace pensar que si los límites de cada uno funcionaran —aun cuando sea a veces un poco tarde— existiría en el mundo mucha menos corrupción, represión e impunidad.
Algunos se preguntan por qué Nieves no habló antes. Es obvio que, de hacerlo en Venezuela, lo habrían puesto radicalmente fuera del juego. Pero creo que en su no hacerlo antes hay también algo más profundo de la condición humana: en sistemas represivos en que los funcionarios pueden perder el trabajo, la libertad o incluso la vida, los principios pueden mantenerse encapsulados en el alma por cierto tiempo, agarrotados por el miedo. Y precisamente para que lleguen a soltarse la persona requiere el pase del tiempo, y con él la acumulación de iniquidades cometidas, y con ellas el crecimiento del asco por las propias acciones, y algún día con suerte —como parece el caso— el toparse con su propio límite.
Si por activa se puede ser culpable, por pasiva es posible ser cómplice. Es tiempo de que asuman sus límites quienes, en Venezuela, tienen responsabilidad: gobernantes, jueces y magistrados, fiscales, miembros del CNE, diputados, militares. Responsabilidad significa responder por los propios actos. Que si la persona no lo hace voluntariamente, más pronto que tarde el remordimiento la enferma, o la justicia se lo reclama, o la familia la desprecia… o todas estas acciones a la vez. La confesión de Nieves nos hace pensar que si los límites de cada uno funcionaran —aun cuando sea a veces un poco tarde— existiría en el mundo mucha menos corrupción, represión e impunidad. Sumada a la falta de contenes entre los poderes públicos y al deterioro acelerado de nuestra realidad nacional, la confesión del fiscal pone foco sobre las preguntas: ¿tienen límite las conciencias de nuestros gobernantes? Y ¿hasta dónde podemos llegar en un país cuando el poder no tiene límites?
No hay comentarios:
Publicar un comentario