LEOPOLDO MARTINEZ O.
Algo ha ocurrido en Argentina. Algo que se perfila cargado de lecciones…y de esperanzas.
Las elecciones presidenciales se resolverán en segunda vuelta, hecho que añade emoción al evento. Pero no es esta la única sorpresa, ni lo único que amenaza la hegemonía peronista y de los Kirchner. Lo verdaderamente intimidante para ellos es la estrecha diferencia que separa a los contendores: el justicialista Daniel Scioli, con 36,86%; y el eficiente y carismático alcalde de la Buenos Aires, Mauricio Macri, –quien encabeza la Alianza Cambiemos–, con 34,33%. Por supuesto, en este cuadro gravita el impacto de la división en el Justicialismo, que pesa 21%, y está representado en la candidatura de Sergio Massa, un político pragmático, de meteórica carrera en su ascenso desde ex diputado, luego jefe del gabinete de Cristina Kirchner y ahora alcalde del Municipio Tigre, en la región metropolitana de Buenos Aires.
Al hilo del análisis tradicional, muchos se aventuran a predecir que Scioli ganará en segunda vuelta, mediante el muñequeo típico de las maquinarias, operativos políticos y alianzas con lideres locales o los “barones del voto” justicialista; o simplemente, con un pacto de reencuentro partidista con Massa. Esto es una posibilidad, pero no está escrito que garantice resultados, y menos en la actual dinámica política que priva en Argentina.
En política electoral las operaciones de tierra, las movilizaciones y la defensa del voto son un pilar que decide. Esto es cierto, sin duda. Pero hay momentos en los que subyace una espiral de silencio que luego resulta en votos acarreados por quien los moviliza pensándolos, erradamente, propios. Pasó en la Venezuela de 1998. La maquinaria adeca pudo ganar mayoría de gobernaciones y consolidar una primera fuerza parlamentaria un mes antes del triunfo de Hugo Chávez. Esto creó una impresión ilusoria, en aquel sistema que muchos denunciaban hecho a la medida del bipartidismo tradicional (que terminó en una alianza en torno a Salas Römer, entonces gobernador de Carabobo). En aquel momento, como podría ser el caso hoy en Argentina, los acarreos o movilizaciones no vislumbraron el inmenso descontento, el voto castigo, el deseo de un cambio. La procesión iba por dentro…
Argentina está sumida en un caos económico y social terrible. La administración Kirchner está sitiada por escándalos de corrupción, además de acumular resentimientos o enemigos en toda la geografía política o empresarial, por su estilo arrogante y deriva autoritaria. Para muestra de la magnitud de la crisis socioeconómica, un botón: según los estudios de la Unidad de Análisis Económico de nuestro Centro para la Democracia y el Desarrollo en las Américas, luego de haber alcanzado un crecimiento de hasta 8% en 2011, –tras unos años de expansión y resiliencia ante la crisis, impulsados por el momento del mercado de las materias primas y el consumo Chino, así como la ayuda de Venezuela–, Argentina ha entrado en un letargo económico. Su economía solo creció 0,8% en 2012 (relativamente, una caída aparatosa que equivale a un frenazo con choque contra un tren a toda velocidad), para luego mantener un mínimo crecimiento económico, que promedió menos de 1% hasta la fecha, con una proyección de –0,9% para el 2015 y 0,8% para 2016. Todo esto acompañado de un colapso en su sistema monetario y cambiario, inflación de 10% y un inmenso déficit en su balanza de pagos internacionales.
Aún cuando para muchos este resultado en primera vuelta no amenaza a Daniel Scioli, porque asumen que el voto de Massa se deslizará mayoritariamente hacia la opción de aquel en segunda vuelta, lo cierto es que, además del fenómeno de la espiral de silencio y descontento que podría estar incubándose en las profundidades, el resultado en primera vuelta implica el desmoronamiento del mito de la invencibilidad del peronismo, y más concretamente, de la hegemonía Kirchner. Sin duda, coyunturas como esta energizan a las opciones de cambio, porque contagian entusiasmo y conjuran los miedos que a veces paralizan a los electores concernidos simplemente por el alcance de la mano visible del gobierno.
Lo cierto es que, mientras todos los ojos están puestos en Argentina, los oídos se alertan para abarcar un panorama más amplio. El sismo político austral, con epicentro en Buenos Aires, podría tener una réplica muy pronto en Caracas, porque en Venezuela no solo es enorme el descontento, sino que en el propio oficialismo la procesión también va por dentro.
Nos leemos por Twitter @lecumberry.
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