sábado, 16 de enero de 2010

La espiral de Chávez

Roger Noriega


El dictador venezolano Hugo Chávez está perdiendo altura rápidamente
. Desde su elección, en 1998, demostró ser un hábil administrador del caos: la huelga petrolera, la oposición política feroz, la rebelión del ejército, la escasez de alimentos, etc. Se mantuvo a flote repartiendo ingresos provenientes del petróleo para satisfacer a la mayoría pobre que conforma su base leal, para atenuar los efectos de la mala gestión económica y para comprar a los militares y a los oligarcas cómplices, que cosechan los beneficios de los negocios nepotistas del gobiernoComo el precio del petróleo por barril bajó a aproximadamente US$71, luego de alcanzar un récord de US$147, el gobierno de Venezuela enfrenta problemas para compensar esa caída en sus ingresos y proteger los programas destinados a apaciguar a los pobres brindándoles alimentos y combustible baratos, además de otras dádivas gubernamentales.

El problema se ve acentuado por el hecho de que el sector petrolero de Venezuela, otrora poderoso, se vio muy golpeado por la politización, la corrupción y la gestión deficiente; los analistas del sector estiman que en lugar de producir 3,3 millones de barriles por día, su producción diaria está más cerca de 2,3 millones. En vez de maximizar las ganancias produciendo sus cuotas, los yacimientos petroleros estatales de Venezuela o bien colapsaron totalmente o están presentando un desempeño deficiente. La capacidad de refinación también está cayendo de manera abrupta, por lo queVenezuela se ve obligada a importar combustible a fin de satisfacer sus necesidades internas: compra a precios de mercado, vende a los consumidores internos al precio subsidiado, mucho menor, y se hace cargo de la diferencia.

Desde fines de noviembre, el Estado de Venezuela tuvo que intervenir aproximadamente 10 bancos, varios de los cuales eran administrados por secuaces de Chávez. Esos bancos fueron favorecidos por el régimen que les dio para que gestionaran miles de millones en concepto de depósitos del gobierno de Venezuela.

Según crónicas publicadas, se suponía que esos banqueros supuestamente corruptos atesoraran para el futuro esos miles de millones para Chávez, su familia, sus ministros de gobierno, sus oficiales militares leales y otros cómplices de su régimen delictivo. En lugar de hacer eso, robaron y malgastaron los fondos, lo que llamó la atención de entes normativos internacionales, que han comenzado a congelar las cuentas en bancos extranjeros. Chávez se apuró para juntar lo que quedara del dinero y controlar el daño al sector bancario. Estas crisis relacionadas entre sí se están acumulando; la economía se contrajo 3% el último año, la inflación es actualmente de al menos 25%, y al régimen se le están acabando los remedios transitorios para tapar problemas. El sábado, Chávez se vio obligado a disponer una devaluación drástica de la moneda nacional, con la esperanza de aliviar los problemas presupuestarios del gobierno.

Según el plan, se supone que algunas necesidades básicas seguirán estando disponibles a un tipo de cambio más bajo, mientras que el precio de otros productos se duplicará. Los detractores sostienen que este sistema dual promueve la corrupción y distorsiona el mercado, así como prevén un nuevo aumento de la inflación de entre 3% y 5% y que los consumidores tendrán cada vez más dificultades para obtener bienes importados.

La crisis económica se ve acentuada por una escasez drástica de electricidad. El mes pasado, Chávez dispuso un esquema de racionamiento, luego de que la empresa de electricidad gestionada por el gobierno predijera un “colapso nacional” para abril. Chávez dice que una sequía que socavó la capacidad de la planta hidroeléctrica nacional en la presa del Guri, ubicada en el Río Caroní, es la culpable de la crisis. El problema es que los generadores que utilizan petróleo también están fallando, ya que sus turbinas no tienen un combustible adecuado o se apagan por la falta de mantenimiento.

La falta de electricidad es el resultado de una pésima gestión y la falta de inversión en este sector, cuya demanda aumentó 40% desde 2002. Algunos expertos manifiestan que es preciso llevar adelante una modernización multianual, por un valor de US$18.000 millones solo para lograr satisfacer las necesidades actuales. El pueblo de Venezuela también tiene que soportar una constante falta de alimentos, por los controles de precios que desalientan la producción interna y las continuas interrupciones dispuestas por Chávez en el comercio con Colombia, país limítrofe del que los venezolanos dependen cada vez más para obtener bienes de consumo.

A causa de los apagones que dificultan la producción interna y de la devaluación de la moneda, los venezolanos pueden esperar una creciente escasez en relación con sus necesidades básicas. En lo que a la vida misma se refiere, Caracas se ha convertido, por lejos, en la ciudad más peligrosa de América del Sur. En septiembre de 2008, la revista Foreign Policy la incluyó en una lista de las “capitales mundiales del homicidio”, señalando que la tasa de homicidios había crecido 67% desde que Chávez tomó el poder, incluso según las sospechosas estadísticas oficiales. Chávez gobierna mediante el “amiguismo” y la corrupción para recompensar a sus amigos y hostigar a sus oponentes. Su régimen también conspira con traficantes de drogas que promueven pandillas delictivas que acechan a venezolanos inocentes. Esta cultura de ilegalidad destruyó la fuerza policial y los tribunales, y socavó la calidad de vida de todos los ciudadanos, ricos o pobres.

En el pasado, Chávez pudo arreglar los problemas con dinero: apaciguar a un público agitado, sobornar a los militares, movilizar multitudes leales o derrotar campañas de la oposición. Sin embargo, es imposible reconstruir enormes generadores de energía, una fuerza policial profesional, tribunales honestos y caminos y puentes que se desmoronan, de un día para el otro. Aún si el régimen decidiera revertir su incesante hostilidad hacia la libertad de mercado, harían falta años para restaurar la producción privada de alimentos y la capacidad de transporte.

Aunque la vida se ha tornado cada vez más insoportable para el pueblo de Venezuela,son muchos los que han pasado a depender del patrocino de un Estado fuerte o que desconfían de los líderes políticos tradicionales, que todavía no constituyen una alternativa viable a Chávez.

Mientras el régimen se esfuerza para lidiar con las crisis de su propia creación, la oposición democrática está ante un momento oportuno para demostrar su compromiso con la restauración de Venezuela: Es preciso que vuelva el Estado de derecho, empezando por la lucha contra el delito, la profesionalización de la policía y los tribunales, y la responsabilidad del Estado ante el pueblo. Deben terminar las dádivas internacionales a los Estados clientes de Chávez, y los fondos deben volver al pueblo de Venezuela.

Es preciso recuperar los miles de millones de ingresos robados, que deben usarse para reconstruir la infraestructura en ruinas del país y restaurar el sector petrolero. Debe ponerse freno a la colusión con narcotraficantes, grupos terroristas y pandillas de delincuentes que están librando una guerra contra los venezolanos y sus vecinos. Los oficiales militares y de otras fuerzas de seguridad deben ser leales a la nación, no a un proyecto político destructivo Los cubanos, iraníes y demás extranjeros que explotan el país deben abandonarlo.

Ningún joven venezolano debe perder la vida combatiendo con Colombia, y deben fomentarse vínculos pacíficos con todos los países democráticos Es preciso construir un gobierno de unidad nacional, reconciliación y reconstrucción, basado en elecciones libres y honestas, empezando con la elección de una nueva Asamblea Nacional, este año. Lo único peor que un dictador es un dictador incompetente. Día tras día, más y más venezolanos deben advertir que la crisis sistémica actual es insoportable, insostenible y, si así lo creen, innecesaria. Los motores de Chávez están fallando. La única pregunta que queda por hacer es si los venezolanos están dispuestos a estrellarse e incendiarse con el régimen.

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