jueves, 21 de septiembre de 2017

Antecedentes del Partido Liberal

Elías Pino Iturrieta
PRODAVINCI
 
El Partido Liberal se funda el 24 de agosto de 1840. Tiene un  periódico, El Venezolano, gracias a cuyos escritos crece un movimiento nacional sin precedentes. La bandería  y su vocero inician una gesta que cambia el contenido de los negocios públicos y termina por dominar la escena política hasta finales del siglo XIX. Sus rivales, antes poderosos con José Antonio Páez a la cabeza,  quedan reducidos a fuerzas sin mayor relevancia. De seguidas se describirán los episodios debido a los cuales se va formando la fortaleza que llega a ser.
La Revolución de las Reformas contra el presidente José María Vargas, sucedida en 1835, es un movimiento organizado por personalidades que se consideran excluidas de las decisiones fundamentales. Los capitanes de la Independencia y los clérigos han perdido las inmunidades procedentes de la colonia y de la insurgencia. El experimento capitalista de los godos los ve como unos parásitos, o como una amenaza frente a la modernización que promueven. De allí que su levantamiento no sea bien visto por los propietarios que han construido la institucionalidad de 1830. Tanto los fieles del paecismo  como los que pronto formarán la oposición, rechazan a los reformistas como partes de un pasado indeseable. No pueden considerarse como prólogo de las distancias que terminarán formando el Partido Liberal, pero hay elementos que permiten relacionarlos.
En primer lugar, la alarma que despliegan  sobre la formación de una oligarquía que desestima el principio alternativo. Bajo la sombra de Páez, aseguran los reformistas, se ha entronizado una camarilla que monopoliza las decisiones y ocupa los cargos de relevancia. Tanto el término oligarquía como las críticas por el control exclusivo de la autoridad, formarán parte del lenguaje habitual de la bandería nacida en 1840.
En segundo lugar, la discusión que genera el castigo de los conspiradores. Todavía en 1843 se debate sobre su suerte. Los drásticos y los benévolos, los partidarios del cadalso y quienes prefieren el ostracismo, los que quieren sangre y los que sugieren indulgencias, promueven disputas que contribuyen al desgajamiento de la cúpula, o que profundizan las diferencias políticas donde antes apenas se notaban. Además, los reformistas que regresan al la vida pública se ocuparán de echarle más leña a la candela.
Pero, ¿en ese proceso pueden influir los asuntos personales? Un teatro tan reducido como el que habitan los protagonistas de la época debe fomentar simpatías, antipatías y pasiones capaces de determinar la suerte de la política. Los dirigentes se mueven en una ciudad pequeña, frecuentan las mismas tertulias, pueden discutir con frecuencia sobre temas públicos o privados y compiten por las contadas plazas que ofrece el gobierno. El trato rutinario puede conducir a enconadas rivalidades. Quizá no vaya descaminado quien descubra tales resortes como brújula de los asuntos de trascendencia en el infierno grande de la minúscula Caracas.
O quien se fije en el episodio protagonizado por Antonio Leocadio Guzmán y Ángel Quintero en 1839. Como circula entonces un rumor sobre crisis en el gabinete, Guzmán, quien se desempeña como Oficial Mayor de la Secretaría de Interior y Justicia, escribe en el periódico para desmentirlo. La crisis existe,  pero las aclaratorias no caen bien en el círculo paecista.
Conviene asegurar que no hay ropa sucia en la casa de gobierno.  El presidente resuelve nombrar a Quintero como nuevo Secretario del Interior, y el recién designado, hombre famoso por sus intemperancias, despide al Oficial Mayor. Vocablos ásperos y episodios tensos rodean la escena, en cuyos detalles se regodean las hablillas del común y después González Guinán en su Historia contemporánea de Venezuela.
Don Antonio Leocadio aparece desairado ante la población, sobre todo ante sus pares, y ostensiblemente abandonado por el hombre fuerte. Célebre por sus escritos en la prensa desde 1824, propagandista de la Constitución de Bolivia en 1825 y Secretario del Interior en 1831, seguramente juzga lo sucedido como una afrenta descomunal.  ¿Puede alguien negar que las ocurrencias empujaran al despedido hacia la ruta de la oposición?
Pero más atinentes de veras a la colectividad son las reacciones que desde el año anterior se producen contra la Ley de 10 de abril de 1834, que ha establecido la libertad de contratos. Los deudores no pueden atender sus obligaciones debido a la baja en el precio del café, mientras el comercio disminuye el vigor de la víspera. Están a punto de perder sus propiedades, si una política de alivios no los saca del atolladero. El fenómeno  provoca censuras  a través de periódicos cada vez más airados, como La Bandera Nacional, El Nacional y la Gaceta de Carabobo. Los  impresos coinciden en achacar a la legislación las penurias que se comienzan a padecer y proponen la modificación de las reglas que favorecen a los prestamistas, pero el gobierno no tiene oídos para el reclamo. Uno de los escritores más combativos del momento, Tomás Lander, quien tiene reputación de autonomía, es miembro de la Diputación Provincial de Caracas y escribe una serie de fascículos bajo el título de Fragmentos,  acusa a la ley de 1834  de “ruinosa y antivenezolana”.
El 1 de octubre de 1838, después de anunciarse como pilares de un “partido agricultor”, se congregan en junta eleccionaria quienes han manifestado su descontento por separado, o de manera sigilosa. Se trata de personas con influjo en la sociedad por la posesión de haciendas, por el ejercicio de funciones públicas y por su participación en la prensa. Hombres conocidos en la ciudad y en los campos, como: Antonio Leocadio Guzmán, Tomás Lander, Carlos Arvelo, Ramón Ayala, Jerónimo Pompa, Wenceslao Urrutia, Francisco Pérez de Velazco, Juan Alderson y Felipe Macero.
Otro grupo, que algunos llaman “partido aristocrático”, presenta candidatos para oponerse al gobierno. Encabezado por Feliciano Palacios y Tovar, Felipe Tovar, Casimiro Vegas, Mariano Ustáriz y Manuel Felipe de Tovar, cuyos apellidos ventilan  blasones desde la colonia, se constituye en otro factor que quebranta la homogeneidad de las opiniones. Tales reacciones preludian el nacimiento del Partido Liberal, la cercana proliferación de banderas amarillas que levantarán los pardos y los campesinos para modificar la historia que se inició después de las guerras de Independencia.

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