FERNANDO RODRIGUEZ
EL NACIONAL
Es razonable que cuando un sector de la población se unifica para enfrentar un enemigo común, generalmente al margen de los derechos primordiales, las diferencias y los conflictos ínsitos a esa “unidad” tienden a suspenderse e incluso pareciesen desaparecer mágicamente. Ese enemigo que congrega puede ser externo o interno, generalmente combinaciones diversas de ambos. Pasa con las guerras entre naciones y no hay por qué no acudir al lugar común inigualable del confite compartido por Churchill y Roosevelt con Stalin contra el nazismo. Tampoco a la feroz confrontación que sucede entre esos extremos luego de su victoria sobre Hitler, llamada guerra fría, con amenazas atómicas y demás. La violenta transformación del trato fraternal al odio más enconado. Y los ejemplos son diversos: descolonización, guerras civiles geopolíticas, ideológicas, étnicas, religiosas…
Pero el grano que nos interesa es la lucha por la democracia contra las tiranías, tan comunes en la historia cercana de América Latina y, en general, del tercer mundo. Lo que padecemos hoy en Venezuela. Un grupo de bellacos civiles y militares que no solo han atropellado todas las normas que permiten convivir civilizadamente, sino que han demolido el país en todas sus dimensiones, desde la moral a la económica. Bueno eso ha llevado a que una incuestionable y notoria mayoría de venezolanos se unan, básicamente en un muy amplio conglomerado de partidos, la MUD, que convive con un disperso y amorfo sector opositor independiente, donde son identificables los minipartidos y “personalidades” con apetitos de siempre, los apoltronados o justificados apolíticos y los feroces radicales, anti-MUD claro, que pululan ahora en sectores insalubres de las redes.
De parte del gobierno, a pesar del centralismo despótico, abunda también la diversidad: vagos izquierdosos que dejó sobre la playa el reflujo de los sesenta y que no leyeron, en general no leen, Proceso a la izquierda de Teodoro; militares ignaros en revolución pero ávidos de dinero fácil y a cualquier precio moral; burgueses que optaron por inflar jubilosamente su condición burguesa. Y, por supuesto, pueblo bueno que siguió creyendo en redentores que lo liberarían de la explotación y la minusvalía social. Unos cuantos, pocos, militantes apolillados que todavía creen en la utopía otrora creíble, ahora increíble.
Por ahora no miramos sino la unidad y es lo correcto, con este gobierno no hay vida posible, pero no está de más que recordemos la diversidad sobre la que se asienta el conflicto y que un día ya no estará, será sustituida, a veces pasa súbitamente, por nuevas y viejas conflictividades. Yo apunto aquí solamente a la convivencia de pobres y ricos en ambos bandos en lucha. La señora del este que no se ha enterado del todo que hay escasez gracias a los dólares que el olfato de Alfredito tiene décadas acumulando y la señora cerro arriba que está pasando hambre pareja y que su Alfredito no ha visto un dólar en su vida de obrero de la construcción, ambas señoras creen en salir de esto como sea. Igual que sucede con el narcogeneral o el disfrutador voraz del dólar a 10 bolívares y unos cuantos ilusos que creen que Chávez vive y la cosa sigue, aunque ya ni sospechen qué es lo que sigue.
Estudios muy serios demuestran que la desigualdad que ha generado la inenarrable crisis humanitaria que vivimos ha llevado a niveles extremos la desigualdad social, es decir, en la medida en que descendemos en la escala social es mayor el deterioro económico per cápita. De un décimo de la población que ha aumentado su riqueza (sic) a más de 80% que la ha visto deteriorarse, y con un empobrecimiento que se afinca más en los que menos tenían. Suena espantoso y presagia, cuando salgamos al aire fresco de la democracia y a las posibilidades de reconstruirnos, una sociedad muy conflictiva, más si no la prevemos. Quién quita que los pobres de uno y otro frente de lucha terminen en cercanía y en muy serios conflictos con una sociedad muy maltrecha que no alcance a satisfacer sus reivindicaciones esenciales. Da que pensar, para hacer la topografía del futuro. Que tantos esperamos que no tarde.
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