ELVIA GOMEZ
EDITORIAL POLITIKA UCAB
En un gesto que lo hace un imitador de su par, Robert Mugabe, Nicolás Maduro presentó este jueves, a la todopoderosa Constituyente, un paquete de leyes para suspender la realidad. Normativas “punitivas” para “perseguir” y “castigar”, se ufanó, impuesto con todos los símbolos que en Venezuela representan el poder y que él decidió subordinar al órgano que preside Delcy Rodríguez.
El paquete de siete leyes, envuelto en folio rojo, tiene como propósito meter a todo un país dentro del ropero para llevarlo, a la fuerza, a un reino de fantasía y magia, o de (más) horror. Emplazó al ministro de Finanzas a responder con “su vida” y “su sangre” por el cumplimiento de la parte que le toca. Mal augurio para Ramón Lobo.
La intervención de Nicolás Maduro, en cadena de radio y televisión, estuvo cargada de “rabia”. Así lo confesó él mismo, quien no se ahorró amenazas para su nueva némesis: el presidente de la Asamblea Nacional, diputado Julio Borges. Hizo explícita su frustración por las fotografías en las que el dirigente opositor “sonríe como si fuera primo de Merkel”. “¡Ridículo!”, exclamó Maduro, en una calificación más propia para su espejo.
En contraposición a la gira europea de Borges y Freddy Guevara, el heredero de la revolución iniciada por Hugo Chávez y aplaudida por la izquierda mundial durante años, anunció que su nuevo destino en viaje oficial será…Kazajistán. A Maduro el mapamundi se le ha vuelto hostil a medida que el péndulo ideológico ha ido cambiando el signo de los gobernantes, de allí que haya sido declarado como el más impresentable de toda la comarca americana, lo que lo ha colocado en grandes dificultades para financiarse.
Este jueves, el jefe del gobierno venezolano acusó en directo, ante todo el país, el golpe que significa la cada vez más firme y extendida posición de la comunidad internacional contra su régimen y el reconocimiento, al propio tiempo, de la Asamblea Nacional como el órgano más representativo, hasta nuevo aviso, de la voluntad popular. Maduro denunció a Borges por “repartirse” Venezuela, nada menos que con los líderes del mundo moderno: Jefes de Estado, presidentes de gobierno y de parlamentos de Francia, España, Alemania y Reino Unido. “Debería ser castigado y juzgado”, exigió Maduro contra el “traidor” que según su interpretación febril ha urdido el “plan trumpista-borgista” para entregar “los campos petroleros, el oro, la bauxita, el coltán”.
Quedó claro en los encuentros sostenidos por Borges con Emmanuel Macron, Mariano Rajoy, Angela Merkel y Theresa May, entre otros, que los países que pueden hacer mayor peso en la comunidad internacional del otro lado del Atlántico, persiguen lo mismo que la comunidad de este lado del mundo: que el régimen se detenga, cambie su actitud y no se adentre en el oscurantismo hasta el punto de no retorno, lo que elevaría el nivel de alarma contra Venezuela al de un país apestado con necesidad de cordones sanitarios.
Coincidente con esa gira –y muy seguramente no por casualidad– el diputado laborista Graham Jones, impulsó un debate sin precedentes en la Cámara de los Comunes sobre la situación de Venezuela. Con lujo de detalles, Jones y los otros oradores dieron cuenta durante hora y media de lo que se sufre por estas latitudes y calificaron al Gobierno de Maduro como un narco régimen que asesina a sus conciudadanos. Lo más destacable del asunto es que el durísimo golpe provino del natural aliado ideológico del chavismo. Todavía el líder del laborismo, Jeremy Corbyn, no se ha pronunciado en los términos categóricos que miembros de peso dentro de su partido le están exigiendo. Fue precisamente Jones quien emplazó en el debate, a la primera ministra conservadora, Theresa May, a que pase de la palabra a los hechos y aplique sanciones contra el Gobierno de Maduro. También en su cuenta de Twitter, Graham Jones criticó que hubiera sido May la que primero recibió, en el mítico 10 de Downing Street, a Borges y a la madre de Leopoldo López, el líder de Voluntad Popular –partido afiliado a la Internacional Socialista– antes que el Partido Laborista.
Días atrás, en entrevista en el espacio Newsnight que transmite la BBC, dos dirigentes del Partido Laborista debatían sus posiciones divergentes sobre si esa organización de centroizquierda debe, o no, dejar de ser solidaria con el chavismo. Infaltables las referencias del “librito”: desde Allende al imperialista Trump, se explayó el parlamentario Chris Williamson, en exponer los clichés en los que se ha sostenido la complicidad de la izquierda, esa a la que se refirió Emmanuel Macron la semana pasada. Sin embargo, la contraparte en el debate, el exparlamentario laborista Tom Harris, fue claro en el punto: no han sido los Estados Unidos los que han obligado a Maduro a torturar a los venezolanos. En medio del dilema del laborismo, el exprimer ministro Tony Blair se decantó de manera indubitable: “El problema en Venezuela nada tiene que ver con la derecha o la izquierda, es un problema de la democracia contra la dictadura”, dijo en un encuentro con Julio Borges en Londres este viernes.
Suman decenas los países –gobiernos y parlamentos– que desde el 31 de julio han expresado su repudio a la Constituyente madurista, por carente de legitimidad de origen y de ejercicio. Varias dependencias de la ONU han unido sus denuncias demoledoras y en la calificación de los crímenes perpetrados, sólo entre abril y julio –eso sin mencionar los de la corrupción financiera denunciados por Luisa Ortega– hay razones de sobra para que la excusa de la supuesta afinidad ideológica de izquierda ya no impida la unanimidad en la condena mundial. Más les vale que marquen distancia porque estos impresentables les manchan la franquicia.
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