JOSE MARIA CARRASCAL
Hay en la triste historia de Petra Lászió, la reportera húngara que zancadilleó a una familia que intentaba escapar de un campo de refugiados, un aspecto en el que nadie ha reparado, siendo importante. Petra pasó su infancia, como tantos húngaros, en escuelas regidas por los valores de la igualdad y la fraternidad, que el comunismo invoca, pero no practica. Y si ampliamos el foco, nos damos cuenta de que los países que se niegan a acoger refugiados, desde Hungría a los bálticos, pasando por Polonia, son los del anterior bloque oriental. En el occidental también hay opositores la Liga Norte italiana, el Frente Nacional francés y otras formaciones de extrema derecha, pero ni en los gobiernos ni en la mayoría de la población se aprecian tales tendencias. La conclusión que se saca de ello es que el comunismo no prepara para el mundo «feliz y humano» que predica, sino justo para lo contrario: para la batalla dura y cruel del «hombre contra el hombre» hobbesiana, de que acusa al capitalismo. Promete la absoluta igualdad, pero practica la más desigual de todas las sociedades, con una «nueva clase» que Djilas diseccionó con la frialdad de un cirujano dueña de todos los poderes y privilegios hasta una moneda especial tiene para ella y el resto de la población privado de todos los derechos civiles y humanos. Una realidad que la progresía occidental se negó a reconocer hasta la caída del Muro berlinés, pero que ha dejado desgarrones en aquellas almas, como estamos viendo.
Y que se niega a morir en el oeste. Lo demuestra que Podemos haya contratado como asesor a Thomas Piketty, autor de «El capitalismo del siglo XXI», donde el economista francés intenta demostrar que la desigualdad se ha disparado en el mundo capitalista, mientras ignora a sabiendas los destrozos que el comunismo, una doctrina que proclama la igualdad como supremo bien, ha causado no sólo en las economías, sino también en la fibra compasiva, generosa, liberal, que existe en el fondo del ser humano, al ponerlo en manos de una clique que hace con él o ella lo que le da la gana. Algo que parece hemos olvidado, pese a haber ocurrido ayer como quien dice.
Por si no hubiéramos tenido bastantes ejemplos en el siglo XX de los daños que el totalitarismo de izquierdas causa tanto en países como en personas, resurge en el siglo XXI, al socaire de la crisis, para vendernos su averiada mercancía, persiguiendo lo único que busca: el poder, que incluso enarbola en su nombre. Poder, además, absoluto, para decirnos no sólo lo que tenemos que hacer, sino también lo que debemos pensar. Con una novedad: esta vez viene del brazo del hasta ahora uno de sus grandes enemigos, el nacionalismo. Dos perdedores que unen fuerzas. Es lo que los hace tan peligrosos. Porque si el comunismo es cálculo frío de unos ambiciosos, el nacionalismo es explosión irracional de unas masas. Una mezcla explosiva. En España tenemos actualmente ejemplos de ambas cosas. ¿O son la misma?
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