JOANI SANCHEZ
14yMedio
Un chiste popular sobre la llegada del papa Juan Pablo II a Cuba refería que el viento voló su solideo y este cayó al mar durante un paseo por el malecón. Fidel Castro caminó entonces sobre las aguas y rescató el casquete de seda. Al otro día, el editorial deGranma sentenciaba que “El Comandante es Dios”, mientras L’Osservatore Romano aseguraba que había sido el pontífice el hacedor del milagro y la prensa de Miami concluía que “ya Castro no puede ni nadar”.
Este sábado, el papa Francisco llegó a la Isla y un viento juguetón le arrancó de la cabeza el solideo mientras descendía las escalerillas del avión. Solo era la naturaleza, la brisa habanera haciéndose sentir. Sin embargo, ese pequeño imprevisto podría simbolizar toda su estancia en Cuba, un viaje donde los momentos fuera del protocolo definirán el éxito o el fracaso de su estancia en este país.
Jorge Mario Bergoglio tiene una apretada agenda de actividades programadas, pero ciertas “sorpresas” ya lo están obligando a alejarse de la etiqueta. Después de aquel aire atrevido que lo recibió a su llegada, el papa debió escuchar un combativo discurso de bienvenida de Raúl Castro donde dejó claro que es necesario “no intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de cualquier otro Estado”. En un lenguaje más sencillo: “Zapatero a tus zapatos y pastor a tu rebaño”.
Aunque el Gobierno cubano ha elogiado públicamente el papel de mediador de Francisco durante las conversaciones secretas entre Washington y La Habana, también quiere dejar claro que el arbitraje papal concluye cuando comience a pedir cambios internos en la Isla. Pertrechado con las últimas medidas de flexibilización a los viajes y el comercio con Cuba, que acaba de aprobar el presidente estadounidense, Barack Obama, el obispo de Roma podría invitar a Raúl Castro a poner las cosas en orden en casa.
En esa acción diplomática, Francisco debe abogar porque se respete la libertad de prensa, expresión y asociación, que se ponga fin a cualquier vestigio de presidio político y se restauren los derechos de ciudadanía a los exiliados. Si logra impulsar esos cambios, el papa estaría anotándose una mediación histórica: entre el Gobierno cubano y su propio pueblo.
El Gobierno cubano quiere dejar claro que el arbitraje papal concluye cuando comience a pedir cambios internos en la Isla
Incluso esas palabras casi susurradas al oído del General presidente están dentro del protocolo, forman parte del programa. Los gritos de los cuatro detenidos de la Unión Patriótica de Cuba en la Plaza de la Revolución sí se escapan de lo proyectado. Francisco actuó en un principio como el pastor, puso la mano sobre la cabeza de uno de los opositores y pareció escucharlo por unos segundos, pero luego la seguridad arrastró al disidente fuera de las cámaras y, hasta el momento, se desconoce su paradero.
Otro hecho que ha torcido el calendario de actividades papales es la detención de la activista Martha Beatriz Roque durante dos días consecutivos cuando intentaba cumplimentar una invitación de la Nunciatura Apostólica para saludar al pontífice. La Seguridad del Estado parece tener una agenda paralela para Francisco y entre sus puntos más importantes está impedir que la oposición cubana contacte con él. De ahí que no hayan dejado tampoco a las Damas de Blanco llegar hasta la misa en la Plaza de la Revolución.
Por otro lado, un punto pautado de su visita, fue el encuentro con el expresidente cubano. A diferencia de aquel chiste popular que protagonizó Wojtyła, esta vez Fidel Castro no saltaba vigoroso sobre el muro del malecón, sino que el papa fue hasta su casa, de donde apenas sale. La foto final del encuentro, realizada por el propio hijo del dictador, tenía ciertos aires de extremaunción, vientos de final. El solideo del papa parecía firme sobre su cabeza, preparado para la ventisca política que le aguarda.
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