La resquebrajada izquierda de América Latina
En un poco más de una década, la izquierda latinoamericana pasó de la ilusión a la desesperanza. El desgaste no ha venido acompañado de la bonanza que caracterizó el despegue de esta corriente política en la región, con el socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez como estandarte. Las derrotas electorales en Venezuela y Argentina y la corrupción en Brasil han dado un campanazo. Bolivia le pone límite a Evo Morales. La caída de los precios del petróleo tambalean el modelo populista que sostiene a presidentes como Nicolás Maduro y Rafael Correa. Analistas advierten que gobiernos que han prolongado su ejercicio más de la cuenta experimentan irreversibles síntomas de fatiga y abren la puerta al cambio
En los albores de la primera década del siglo, una fuerte corriente política llegó con deseos de quedarse, materializada (con matices propios de cada país) como el “socialismo del siglo XXI”. La llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 fue la primera señal de lo que se vendría en otros países como Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina y Uruguay, donde movimientos de izquierda de diversa naturaleza y plataforma ideológica llegaron al poder compartiendo un ideario político base que, de cierta forma, los acercó.
No obstante, los últimos resultados electorales en Venezuela, Argentina y Bolivia están demostrando que el péndulo ha empezado a regresar, un tanto a la derecha y que hay un evidente desgaste. No quiere decir esto que en otros países latinoamericanos la visión de centro o de derecha no haya estado presente, como el caso costarricense, mexicano o colombiano, pero es claro que nunca antes tantos gobiernos de izquierda se habían alineado.
Si la bonanza económica a cuenta del precio de los hidrocarburos inflamó algunos de los logros sociales de estos gobiernos, ahora que el dinero se acabó su proyecto se asoma insostenible y la justicia empieza a cazar el fenómeno de corrupción que golpea a varios de estos procesos.
A lo que se le suma el dilema de los liderazgos caudillistas como queda patente en el caso venezolano. Años luz hay de diferencia entre Chávez y Maduro, entre Lula y Rousseff. Correa y Evo lo tienen claro.
En este especial de los medios integrantes del Grupo de Diarios América (GDA) mostraremos un panorama de la izquierda latinoamericana, los escenarios que enfrenta y su futuro.
Varios factores se entremezclan a la hora de hacer un análisis sobre el porqué la izquierda se encuentra en este momento crítico. Uno de ellos es la falta de diálogo de los líderes con la parte del pueblo que no los sigue, lo que abrió paso a la polarización. Venezuela y Argentina son ejemplo. El presidente Nicolás Maduro, reconoció que el chavismo no tenía espacios de diálogo con la oposición, pero el tiempo pasó y esta le propinó una derrota histórica: el 6 de diciembre la oposición se tomó la Asamblea Nacional, vital en el proyecto chavista.
En Argentina, el último gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se vio muy marcado por sostener frentes de batalla ideológicos al tiempo con muchos rivales: prensa, oposición y gremios económicos fueron los blancos: “Ellos contra nosotros”.
“La izquierda siempre ha clamado tener el monopolio de la voluntad popular. Los ‘otros’ no son pueblo, de ahí todo el elenco de epítetos que utilizan para describirlos: ‘escuálidos’, ‘pitiyanquis’, ‘escoria’, 'reaccionarios', etc. En momentos en que la izquierda pierde popularidad, y los ‘otros’ se vuelven mayoría, recurre a teorías de conspiración y argumentos cada vez más inverosímiles para justificar que ellos siguen siendo la voz del pueblo”, analizó Juan Carlos Hidalgo, del Instituto Cato, con sede en Washington.
Esta dialéctica también se da en países como Ecuador y Bolivia, y el refuerzo del discurso se vio muy beneficiado por políticas económicas que arrojaron en principio buenos resultados, más en el caso del segundo que del primero.
“En Bolivia hay una política económica que ha dado muy buenos resultados, se ha mejorado en mucho el patrón económico, inclusive en términos de compromisos internacionales, y se está llevando a cabo una política, por decirlo así, de ampliación de los derechos sociales de la población indígena. De repente, el pueblo quiere más bienestar, quiere participar más de la vida económica y eso, del todo, no es posible. De ahí la derrota de Evo Morales en el reciente referendo”, afirmó Roberto Romano, de la Universidad Estatal de Campinas, en Brasil.
No obstante este revés de Morales, que buscaba aspirar a un cuarto mandato en el 2019, su popularidad está aún por encima del 60%.
La larga duración en el poder es también un sello de estos gobiernos. La permanencia de una sola persona en el trono también causa desgaste. “Hay fatiga, que es normal y natural. Si uno lo toma en perspectiva, esos gobiernos han durado mucho tiempo. En sistemas democráticos, la gente se cansa y comienza a buscar alternativas. Ya hay signos de esa fatiga en la región y el momento del cambio ha llegado”, sostuvo Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano. Otra de las claves, y no menos importantes, para entender el declive es la caída de los ‘commodities’ o materias primas. La mayor de ellas, el petróleo, ha experimentado una brutal baja del 76% de su valor, lo que afectó en demasía a Venezuela, país con las mayores reservas probadas.
Esta caída internacional de los precios ha sido considerada por Venezuela como un capítulo más de la “guerra económica” que se libra tanto desde afuera como desde dentro del país. A eso se le suma una escasez de divisas que hace que, a su vez, no se puedan comprar materias primas para la elaboración e importación de productos de primera necesidad, lo que origina un grave desabastecimiento.
Venezuela, el motor principal del “socialismo del siglo XXI”, está requiriendo préstamos del orden de los 50.000 millones de dólares a China, que le pide a cambio su producción petrolera del futuro como forma de pago. El gobierno de Nicolás Maduro ha pedido reliquidaciones de la deuda, pero Pekín asegura que estas sólo se darán cuando mejore el panorama político interno.
Otro que sufre esta circunstancia es Ecuador. El petróleo por debajo de 25 dólares que se dio en algunos días de este 2016 ha obligado a hacer ajustes fiscales que han hecho que pare el tren de lo que se denominó el “milagro ecuatoriano”, por el cual la economía creció a ritmos nunca antes vistos.
Uno de los mayores reveses de la izquierda fue la derrota del kirchnerismo en Argentina en las elecciones del 22 de noviembre del 2015. En ellas, Mauricio Macri se impuso a Daniel Scioli, candidato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Para la mayoría de los argentinos, Macri significó un cambio rotundo en las formas de hacer política en el país, pero para la ahora oposición es la vuelta al neoliberalismo, especialmente con las medidas económicas que vienen. Además, como paso automático en la transición, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó el país y bailó tango, con lo que selló la nueva etapa.
“Argentina ya es un modelo para los países que vayan a abandonar el populismo. Lo que ha hecho Macri no es nada extremo. Ha implementado reformas para que su país vuelva a cierto grado de normalidad. No han sido cosas drásticas. Si se quieren hacer cambios más profundos, se debería ir más allá”, afirmó Ian Vásquez, de Cato.
Otra fase del choque está en Brasil. Los escándalos de corrupción en los que se ha visto envuelto el gobernante Partido de los Trabajadores y que han sitiado a la presidenta Dilma Rousseff y su mentor, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, han llevado a que el gobierno se atrinchere contra todos los otros poderes y la palabra “golpista” aparezca en el vocabulario, muy al estilo chavista.
“En Brasil, el relato consiste en que quienes promueven un juicio político contra la presidenta son sectores golpistas, afiliados al antiguo régimen militar y que representan únicamente a las clases media-alta y alta blancas del país. La realidad, por supuesto, es muy distinta”, asegura Hidalgo.
El declive de la izquierda no se siente en el país. El Frente Amplio ganó las elecciones del 2014 y, con ello, la continuidad de ciertas políticas progresistas fue garantizada. La izquierda chilena no es igual a la de otros países. Si bien Michelle Bachelet en su primera presidencia (2006-2010) fue altamente aclamada, en la segunda, que empezó en el 2014 y terminará en el 2018, los casos de corrupción de miembros de su familia la han golpeado.
En Centroamérica el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) llegó al poder en El Salvador en el 2009 de la mano de Mauricio Funes y siguió dirigiendo los destinos del país tras ganar en el 2014 con Salvador Sánchez Cerén. En Nicaragua gobierna el Frente Sandinista de Daniel Ortega con el petróleo chavista, mientras que en Costa Rica el Frente Amplio, tercera fuerza electoral en las elecciones generales del 2014, cayó hasta el quinto puesto en las municipales de febrero de este año.
Ollanta Humala dejará la Presidencia del Perú el 28 de julio sin haber tenido un gobierno que pueda ser calificado de izquierda. La campaña que llevó al ex comandante del Ejército al poder en 2011 se inició con un discurso y plan de gobierno radical denominado La Gran Transformación, centrado en el cambio del “modelo neoliberal”. Tras imponerse en la primera vuelta, Humala moderó su discurso y se comprometió a respetar los parámetros macroeconómicos existentes. Fue acusado por sus rivales de ser chavista. De hecho, en ambas ocasiones el fallecido mandatario venezolano lo apoyó. Una de las principales críticas a Humala ha sido el papel de su esposa (actual presidente del Partido Nacionalista), Nadine Heredia. Se le acusa de haber tenido injerencia en decisiones de Estado y de haber recibido del gobierno venezolano aportes para las campañas, lo que calificaría como delito de lavado de activos. Humala deja el poder habiendo perdido a gran parte de su bancada en el Congreso. Esta empezó con 47 parlamentarios y termina con 27. Su aprobación cayó a 15%. Su agrupación política está dividida, sin norte y sin relevo en los comicios que se celebran hoy.
El gobierno de José Mujica se caracterizó por ser una especie de “asamblea permanente”, donde el presidente continuamente lanzó temas polémicos al debate político y social, pero careció de acciones concretas. Prometió una profunda reforma de la Educación que ni siquiera pudo empezar en su mandato. Tampoco encaró una reforma del Estado y en materia de seguridad pública aumentaron los delitos más violentos (homicidios y robos). La regulación del mercado de la marihuana, tema que le dio proyección internacional, no pudo instrumentarse en su gestión (Tabaré Vázquez debió reformular el proyecto y hoy se ha aplicado parcialmente). Se le responsabiliza por la débil situación financiera de la mayor empresa del país, el ente petrolero Ancap, que presentó pérdidas millonarias y tiene un fuerte endeudamiento. Mujica cultivó una imagen internacional como ningún otro de sus antecesores. Dio centenares de entrevistas y permitió que Uruguay fuera motivo de conversación en todos los rincones del mundo.
En El Salvador ALBA no es lo mismo que en Suramérica. En este país la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América, impulsada por Hugo Chávez, es una corporación político-empresarial. Comenzó en 2006 de ser un sinónimo de gasolina barata a convertirse en un conglomerado variopinto que incluye alimentos, construcción, financiamiento a empresarios y una aerolínea y una fundación que se ha convertido en la mano derecha del gobierno actual para equipar escuelas y puestos policiales. Sus fondos son públicos: 60% los aporta Venezuela y 40% los alcaldes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. Reciben el combustible y deben pagar 60% en 90 días. El resto constituye un préstamo a 25 años de plazo con un interés de 1%. Ha sido este capital, que se calcula en 500 millones de dólares anuales, lo que ha significado la diferencia a favor del FMLN en las campañas electorales. El actual presidente, Salvador Sánchez Cerén, logró que el FMLN llegara al poder con el apoyo millonario del ALBA y, junto con él, llegó la liturgia izquierdista en torno a la Venezuela chavista. Pero los bajos precios del petróleo han impactado en el imperio ALBA, con una Venezuela hambrienta de divisas.
Michelle Bachelet (Partido Socialista) volvió al gobierno en 2014 e impulsó un programa de fisonomía más izquierdista que en su primera gestión. Pudo hacerlo pues su popularidad la hacía la única figura que aseguraba el retorno al poder de su grupo, golpeado por la derrota de Eduardo Frei en 2010. Esa posición le permitió imponer una plataforma de inusitada radicalidad y sellar una alianza entre la antigua Concertación (la coalición de centroizquierda que había gobernado durante 20 años) y el Partido Comunista, que dio paso a la Nueva Mayoría.Durante esta primera etapa la administración sacó adelante sus reformas mediante su control del Congreso. Un político oficialista empleó la metáfora de la “retroexcavadora” para definir el objetivo: desmontar el “modelo neoliberal”. Sorprendentemente para el gobierno, el contenido de sus reformas, especialmente las que alteran el sistema de educación escolar y restringen el papel de los privados, empezó a generar resistencia. En diciembre de 2014, un año después de haber ganado con 62% de los votos, la aprobación presidencial era de 38%. El estallido del caso Caval –operación inmobiliaria que involucra a su nuera– dañó la credibilidad de Bachelet, y una serie de investigaciones sobre financiamiento de campañas desacreditó a la clase política. Renovó el gabinete con figuras más moderadas, pero siguió adelante con el proyecto y emprendió un polémico cambio a la Constitución. Alcierre de 2015 la popularidad de la mandataria bajó a 24%.
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