Pedro Luis Echeverria
He sido y soy opositor
a este nefasto régimen que ha dividido y engañado al país con el subterfugio de
hacer creer que el modelo social que ofrecía
era el camino para la redención e inclusión de los más necesitados. Los
pésimos y desastrosos resultados obtenidos en todos los órdenes de la vida
nacional, después de más de tres lustros de gobierno, nos indican que el
ideario chavista ha sido una perversa quimera.
La Venezuela de hoy
después de 17 años de mandato de los golpistas de 1992, no ha progresado. Los
males sociales se han acrecentado a pesar de los ingentes recursos políticos y
financieros de los que dispuso el régimen. El odio, la división del país, el
envilecimiento ciudadano, la escandalosa e impune corrupción, la inseguridad
ciudadana y la exclusión social es el legado que nos deja. Asimismo, una
economía destruida, las arcas del tesoro vacías y depredadas, carencia de realizaciones, destrucción del aparato
industrial público y privado, un enorme déficit fiscal, una difícilmente
pagable deuda interna y externa, escasez, desabastecimiento, inflación,
desempleo, son, entre otros, los índices que representan y miden el descomunal fracaso de la gestión
económica de los golpistas de otrora. Se ha acentuado la inseguridad jurídica,
se ha hipertrofiado el tamaño del Estado, la economía venezolana ha
perdido la capacidad generadora de
empleos; el régimen ha convertido a los ciudadanos en cazadores de canonjías en
lugar de formarlos para contribuir a la ampliación de la producción y mejorar
la prestación de los servicios. Presos políticos, exiliados, perseguidos,
familias destrozadas, la ilegitimidad de desempeño, la usurpación de funciones
y la sistemática violación de la Carta Magna son otros de los pasivos que
acumula en su contra el periodo del gobierno chavista. La incertidumbre
respecto al futuro atenaza y angustia a los venezolanos. Las visiones de
irracionalidad, improvisación, ineficiencia y corrupción de los facinerosos gobernantes se
abatieron sobre Venezuela y ejercen un efecto devastador en los valores
fundamentales de la democracia, el respeto mutuo, la tolerancia y la libertad
de actuar que representaban el ideario de nuestro pueblo y que regían la
convivencia social en nuestro país.
Responsablemente
queremos y debemos poner fin al autoritarismo, a las arbitrariedades, a la
corrupción monstruosa y al desatino de quienes conducen, por ahora, al país. La
Constitución nos ofrece las vías legales y legítimas para lograrlo y entre
ellas destaca el referendo revocatorio, como el más idóneo instrumento político
del que, por los momentos, dispone la ciudadanía para participar activamente en
la construcción de un destino mejor para nuestro país.
Por tales razones, lo que está en juego, en
estos apremiantes momentos, es el presente, nuestros valores como sociedad
civilizada, y nuestro derecho al porvenir. No nos jugamos cosas menores. Nos
jugamos el derecho a la vida: la del hombre pleno, su libertad de conciencia,
de pensamiento, de religión, de trabajo, de asociación, de movilización, de
libérrima búsqueda de su propio destino. Esa libertad plena que queremos rescatar tiene un gran enemigo. Se llama,
totalitarismo - el Estado es todo sobre la tierra-. Desde hace 17 años, nos
confrontamos con esa visión absolutista y negadora de la maravillosa aventura que es la vida y
las ansias naturales del hombre por su progreso individual. Y luchamos en
contra porque en esa visión totalitaria
de la sociedad se conjugan el odio, la
aberrante exclusión y la pérdida del
derecho a la libertad. De modelos similares
a las creencias del PSUV y sus adláteres, nacieron modelos de sociedad que
llevaron a la miseria, la cárcel, la muerte, al exilio y a la intransigente
división ideológica a millones de personas en
todo el mundo como es sabido que lo hicieron el nazismo, el fascismo, el
comunismo y la más reciente infeliz síntesis: el socialismo del siglo XXI.
Se nos acaba el tiempo
político y material para reflexionar y llegó el momento de asumir nuestras
responsabilidades ante la oportunidad y necesidad impostergable de revocar a
quién mal conduce la suerte de la Nación. Los ciudadanos y las organizaciones
políticas de la oposición, sin pausas ni demoras, debemos focalizar nuestra
atención en la concreción de ese derecho constitucional, en mantener, por sobre
todas las cosas, el concepto de la unidad, subordinar nuestras legítimas
visiones y expectativas personales al interés superior de la Nación. Debemos
tener en mente que, con nuestros votos revocatorios, vamos a expresar un grito
redentor: ¡no podemos, no queremos, ni nos vamos a entregar a la vesania
totalitaria!
La libertad es la
condición insustituible que le da sentido a la sociedad humana; por eso debe ser
plena y hay que defenderla. A los pueblos no se los puede conducir con
el látigo, la prebenda y la mentira
porque esa es la negación del ser humano. Demasiado tiempo hemos estoicamente
soportado tal manera de gobernar.
Hagamos, con sentido
de urgencia, lo que tenemos que hacer y que sean la historia y nuestra
conciencia las que nos pidan cuentas si
fuimos o si resultamos inferiores a ese compromiso que reclamamos la gran mayoría del país. Usemos como armas para
alcanzar nuestro empeño el valor de la unidad, nuestra inteligencia,
convicción y voluntad de progreso.
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