domingo, 26 de febrero de 2017

LA SONRISA DEL REMENDÓN

RAUL FUENTES

EL NACIONAL

Se asoma nuevamente a la escena nacional el fantasma del diálogo; corporizado en un pícaro Zapatero se materializa o desvanece a petición del gobierno bolivarista –¿cuánto habrá para eso?–, aunque su inefable sonrisa, cual si fuese la del Gato de Cheshire, permanece flotando en el aire –«Muchas veces he visto un gato sin sonrisa... pero ¡una sonrisa sin gato!» (Alicia en el país de las maravillas)–, enrareciendo nuestra opresiva atmósfera política, nada bueno presagia; sobre todo porque su reaparición ocurre cuando la MUD ensaya una reestructuración forzada por el fiasco del tira y encoge al que su directorio, pastoreado por Bergoglio, se sumó, precipitadamente y sin consenso, pensando en el qué dirán y no en el costo político de un arrejunte del que salió con las tablas en la cabeza (hay encuestas que precisan en inquietantes cifras la merma de su credibilidad); y si bien hay otros espíritus burlones y malignos a tener en cuenta, urge preparar ensalmos para el ¡va de retro ZP!
Las travesuras de Mr. Bean no deberían interferir con el proceso de reorganización emprendido por la que, a pesar de los tropezones contabilizados y magnificados, ¿maliciosamente?, por sus detractores, ha sido, hasta el presente, la mejor apuesta contra la ineptocracia roja. Sin embargo, no deja de preocupar la intención de reunirse con él, expresada por algún tírame algo al que la unidad importa un carajo y usurpa la representación opositora, para ver qué pesca en las turbulentas aguas del contubernio.
Hemos leído y escuchado diversos pareceres sobre la renovación unitaria; casi todos motivados por el desconcierto  de quien confía en obtener mucho y recibe menos de lo que esperaba, sin que medien explicaciones. Más de un acalorado crítico reprocha a los partidos de la concertación la delegación de responsabilidades en gente que no conoce y el haber adoptado, en reemplazo de la secretaría ejecutiva, una dirección colegiada. La reacción es desmedida, entre otras cosas, porque obvia que a principios de 2016, el presidente de la Asamblea Nacional profetizó, en términos apocalípticos, el derrumbe de Maduro. Y ya vimos qué fue lo que se derrumbó.
Pensando en los alegatos (que presumimos de buena fe) de los que, interpretando a su aire las declaraciones de sus voceros, imaginaban una transformación que trascendiera su originaria condición de alianza electoral, me vino a la memoria una aguda salida de Mariano Picón Salas –que contada por Adriano González León sustenta la defensa de la «literatura oral» que propició mientras imperó la elocuencia discursiva en la República del Este–, a propósito de las expectativas generadas por su autor, respetado académico, diplomático e historiador que ocupó altos cargos en la administración pública, en torno a la publicación varias veces postergada de un libro sobre el Libertador; cuando por fin el texto llegó a manos de los lectores, sentenció el ilustre merideño: «Nos prometió un Bolívar, pero nos entregó un mediecito». No pienso ni por asomo que este sea el caso de la MUD, porque el nuevo equipo, al que debemos otorgar el beneficio de la duda, está integrado por luchadores y activistas de dilatada experiencia, aunque de bajo perfil; no son improvisados ni tampoco desconocidos. No son nuevos: es novedad esa secretaría compartida orientada a ampliar y diversificar sus bases de sustentación y a garantizar mayor participación de la sociedad civil en el diseño de sus estrategias; no obstante, la pluralización de la vocería podría obstaculizar la comunicación con el ciudadano. Ya veremos.
No es la negociación (impuesta por quienes encienden velas en un quimérico entierro de la opción democrática) solitaria alma en pena que se manifiesta apelando a la jerarquía o reputación del mediador –lo cual no pasa de ser una falacia del tipo argumentum ad verecundiam o magister dixit–; no, también espanta el espectro de la división que hace ¡bu!, tanto a los que procuran un cambio en el marco de la Constitución, cuanto a quienes se precipitan hacia la salida de emergencia y no vacilarían en pactar con el diablo, si es necesario, para sacudirse de Nicolás & Co., sin calibrar las consecuencias de tan ominoso contrato. Hay antecedentes que después fueron reconocidos como soberbias meteduras de pata. Así, Miguel Otero Silva admitió que los tratos de él y sus compañeros de generación con el (y que) general Urbina para intentar derrocar a Gómez, fueron producto de la desesperación. Lo malo de reunirse con impresentables es que el enemigo saca partido propagandístico de talles encompinchamientos. Por eso Iris Varela –que se retrató en pose de rascabuche con delincuentes como el Conejo y Wilmito– se cree moralmente autorizada para tildar de «arrastrada» a Lilian Tintori, y lo mismo piensa de sí el jefecillo cuando tacha de «traidores a la patria» a los parlamentarios que se han reunido con sus pares latinoamericanos.
Que los fantasmas acechen a la disidencia no deja de tener sentido en un país presidido por el ectoplasma de un difunto paracaidista condenado a penar eternamente por sus legatarios, oportunistas que sobreviven gracias al muerto y se niegan a sepultarle a objeto de exhibirlo como fenómeno de circo. Intuyen que de ese modo mantienen vivas las esperanzas de un pueblo que muere de mengua y es nazicarnetizado para que contribuya a prolongar –¿indefinidamente?– la agonía civil y el éxtasis militar de esta ordinaria dictadura que acabó hasta con el queso que había en la mesa. Una dictadura acorralada por demonios que hablan inglés Drug Enforcement Administration [DEA], Office of Foreign Assets Control [OFAC] del U. S. Department of the Tresaury) y han puesto en salsa, para cocinarlo en pailas judiciales, a uno de sus más poderosos capitostes, el nominalmente segundo al mando, Tareck Zaidan el Aissami Maddah, Executive Vice PresidentBolivarian Republic of Venezuela (aparece de esta guisa al pie de un aviso en The New York Times, cuyo costo se calcula en unos 600 millones de devaluados cocos bolivarianos), a quien por olvidadizo deberían llamar El Alzhéimer.
Fantasmas y demonios se alistan para lo que, a menos que prive la sensatez (escasa como los alimentos y las medicinas), será un auténtico Armagedón. Mientras tanto, sigue flotando en el aire la siniestra sonrisa –¿mueca?– del minino remendón que acaso vino, tal lo sugirió Henrique Capriles, a lavar la cara del vicenico para que el nuestro siga siendo el país de las maravillas.

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