RAMÓN GUILLERMO AVELEDO
En el receso navideño que sólo interrumpí por la suspensión de la edición en papel de este periódico, no pude en ese momento dedicarle el artículo que creo se merece. Hoy intentaré saldar la deuda. No porque coincida la fecha con uno de esos aniversarios redondos que suelen celebrarse. Entre sus obras principales están Checoeslovaquia, el Socialismo como problema, ¿Socialismo para Venezuela? o Proceso a la izquierda, la que personalmente considero más importante, respectivamente de 1969, 1970 y 1976, no hay coincidencia que sirve de excusa. De la fundación del MAS, otrora un proyecto político de amplio horizonte en el que fue factor fundamental, se cumplieron el mes pasado cuarenta y seis años. Así que estas líneas no las escribo por algún motivo especial. Lo hago, simplemente, porque me parece justo.
Teodoro conjuga el hombre de acción con el hombre de ideas, eso ya vale, sobre todo en un medio como el nuestro. Pero más importante es que en uno y otro campo, el de la actividad política y el del pensamiento, ha estado dispuesto a jugársela hasta las últimas consecuencias, y lo ha hecho. Porque la suya es esa clase de valor que más falta hace. Valor físico para arriesgar el pellejo, cierto, aún en aras de una aventura que quien escribe considera una equivocación de proporciones históricas como fue la lucha armada de comienzos de los sesenta. Valor intelectual para plantear ideas y defenderlas con razón y pasión. Y valor moral, ese me interesa más. Coraje para cambiar de opinión, para reconocer que estaba equivocado y atreverse a no persistir tercamente en el error, y asumir sin miedo las consecuencias. Oro puro en un tiempo en el que frecuentemente se busca en las encuestas la seña del coach para saber qué hacer.
Sólo los estúpidos no cambian de opinión, se titula el libro-entrevista que hizo con el talentoso Alonso Moleiro. Es su versión personal, áspera, alguien dirá que característicamente teodorista, de la frase churchilliana en aquel debate en el cual el político inglés, respondió a un contendor que creía que lo dejaría sin palabras al echarle en cara lo que había dicho antes: “Cuando me doy cuenta que estoy equivocado, yo cambio de opinión ¿Qué hace usted?”
Militante político, intelectual, profesor universitario, servidor público en el Congreso y el gabinete ejecutivo, editor a lo largo de estos últimos lustros, Teodoro Petkoff ha sido siempre un luchador. Sin tregua ha defendido las libertades que dan sentido a la democracia, los caminos de la política para lograr el cambio que el país reclama y, con una consecuencia tan leal como honesta en su independencia de criterio, se ha significado como paladín de la Unidad, base de la credibilidad nacional e internacional de la oposición venezolana, así como de la esperanza popular.
Creo que los ciudadanos de este país le debemos gratitud. Modestamente, dejo aquí constancia de la mía.
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