ELSA CARDOZO
Cada día se suman evidencias sobre la naturaleza y gravedad de un derrumbe que no cesa, como en sus trazos más trágicos queda registrado la encuesta Encovi-2016 recién dada a conocer por la UCV, la UCAB y la USB. Mientras tanto, el gobierno que tanta responsabilidad tiene en el desastre, se comporta como si nada le afectara, pero no es así.
Entre el palabrerío y los silencios no hay anuncio que amortigüe la proyección internacional del deslave material y moral: ni los acuerdos con los visitantes de China ni el viaje de la fiscal para intentar en Brasil el control de daños en torno a la red de corrupción de Odebrecht. Otro ejemplo es la decisión de cerrar la señal de CNN sin que medie ningún mensaje gubernamental que, en lugar de la descalificación y el insulto, desmienta las gravísimas denuncias mediante argumentos sustantivos o, de no tenerlos, muestre franca disposición a investigar y establecer responsabilidades. Todo esto, junto con el arreciar de la ofensiva contra la oposición y la obstaculización de procesos electorales, no es precisamente señal de fortaleza.
Es semejante, en escala mayor, el caso de las sanciones impuestas al vicepresidente. Si en otros tiempos no muy lejanos esto habría producido amenazas inmediatas de congelamiento o ruptura, ahora las comedidas reacciones oficiales confirman lo esencial que se ha vuelto cuidar las relaciones con Estados Unidos y, en general, bajar la beligerancia internacional. Al fin y al cabo, el engranaje con alianzas y aliados se ha ido atascando y, simultáneamente, los movimientos en la OEA y el Mercosur que desde el año pasado enfrentaron al gobierno dejaron un claro diagnóstico sobre la naturaleza de los problemas de Venezuela y sobre las responsabilidades nacionales e internacionales del gobierno en ellos.
En lo más reciente, la ratificación de la sentencia definitiva a Leopoldo López y dos estudiantes, la acumulación de más de un centenar de detenciones por razones políticas o, en otro ámbito, la amenaza expresa contra la paz en Colombia son, entre muchas otras, señales inhumanas y peligrosas imposibles de ignorar, de agresividad desde la debilidad.
En semanas en las que el secretario de la OEA ha estado actualizando su informe sobre la situación venezolana para llevarlo de nuevo al Consejo Permanente y en las que varios presidentes, congresos, organizaciones no gubernamentales y personalidades levantan sus voces de alerta, conviene tener muy en cuenta que las vulnerabilidades del gobierno se han traducido hasta ahora en una mezcla de abandono del país y de represión interior que debería tener consecuencias desde el repertorio de acciones internacionales previstas en el derecho internacional y de los derechos humanos.
La pérdida gubernamental de margen de maniobra internacional es muy grande pero no conduce por sí sola a soluciones fáciles, en cambio, puede traducirse en complicaciones mayores, tal vez inimaginables, para la reconducción democrática de Venezuela. Eso debe ser entendido en el exterior, para no alentar estrategias de apaciguamiento y estabilización sino atención inmediata y simultánea de las crisis humana, institucional, económica y política. Pero primero que nada, con sentido de urgencia, debe ser comprendido entre nosotros los venezolanos. A la sociedad, las organizaciones y, especialmente, muy especialmente al liderazgo político democrático, corresponde demostrar voluntad y compromiso, estructuras y estrategias creíblemente armonizadas, orientadas a la recuperación moral, material e institucional de Venezuela. Solo así, con verdadera concertación de fines y medios, hay oportunidad de ganar margen democrático de maniobra, interior y exterior.
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