HECTOR SCHAMIS
La discusión acerca de la naturaleza del régimen chavista es historia. El debate ha concluido bajo los gases lacrimógenos rosados que arrojan los helicópteros, la represión de las tanquetas blancas y los asesinatos de los paramilitares de camisa roja y su enjambre de motocicletas. Son los colores del autoritarismo.
Una dictadura pura y dura. En retrospectiva, abruma el tiempo perdido con aquello de democracia plebiscitaria, participativa, popular, directa y demás. Todos eufemismos usados para esterilizar la idea de democracia liberal, régimen basado en una constitución que consagra derechos y garantías. O sea, el único tipo de orden político que separa los poderes del Estado y limita al gobierno a efectos de proteger a sus ciudadanos.
El tiempo podría haberse aprovechado mejor que en semejantes acrobacias discursivas. Al respecto, a ver cuándo nuestra dilecta intelectualidad de izquierda hace su propia “autocrítica”, término que conocen de primera mano. Por ejemplo denunciando las masivas violaciones a los derechos humanos, justamente, perpetradas por un régimen que—subrayo—está en el poder hace 18 años.
Es que la brutalidad de hoy inclusive excede aquello de populismo, otra palabra desmesuradamente aplicada al caso. El populismo es una aceitada maquinaria de control social. Utiliza la cooptación, la manipulación desde el Estado, el clientelismo, la representación corporativa y otros trucos no-democráticos. Pierde lógica, sentido y sustentación política, sin embargo, si ello deriva en coerción manifiesta. Control social y represión no son sinónimos.
Ergo, queda una discusión pendiente: la naturaleza de la dictadura chavista, régimen autoritario que es parecido a tantos otros y al mismo tiempo como ninguno. Único en su plástica manera de ejercer el poder, es un clon, digo metafóricamente, una criatura de laboratorio hecha con células tomadas de diferentes especies.
El clon tiene células de petro Estado. Allí donde la riqueza está tan concentrada en un recurso natural, con frecuencia le sigue una similar concentración del poder político. Bajo esta interpretación, la Venezuela del Punto Fijo era anómala, a su vez “normalizada” por el chavismo, se podría decir. De hecho, la nomenclatura chavista se viste de nobleza saudí cuando dispone de la renta petrolera a voluntad, para lo cual debe controlar el Estado a discreción.
Asimismo, es un clon fascista. Como cuando saturan con las cadenas de Maduro, Diosdado Cabello amenaza con el domicilio de los líderes opositores en la mano y la fuerza de choque—los camisas rojas, en lugar de los camisas negras—actúa impunemente en territorio previamente liberado por las fuerzas de seguridad.Es un clon con células cubanas, de las cuales surge su oratoria. Todo discurso regresa a aquel de Fidel Castro en las Naciones Unidas. Lo hace en contenido, técnicas actorales y extensión, sin que les afecte su anacronismo. Pero también es cubana la inteligencia, la represión individualizada y las huidas de los balseros a Aruba y Trinidad.
Es un clon de régimen patrimonialista, el sultanato de un Chávez bolivariano y de un Bolívar retratado como Chávez. Es un Macondo de héroes que no mueren sino que se reencarnan en pájaros, donde el poder del Estado se ejerce en base al capricho del déspota, y el nepotismo y la corrupción son los principios organizadores de la administración de ese mismo Estado.
Es dictadura militar del cono sur, resistiendo a plomo el descontento de la sociedad. Es clon del totalitarismo norcoreano, donde el hambre se tapa con la pura propaganda, la escasez se administra con criterios políticos, los recursos se gastan en armamento y el aislamiento internacional opera como mecanismo de negación.
Es la Siria de al-Assad, productor de refugiados y mortalidad infantil. Allí donde un simple oftalmólogo con residencia en Londres puede devenir en criminal de guerra, tanto como un modesto chofer de autobús es capaz de convertirse en dictador.
Curiosamente, la represión que hoy espanta no comenzó el pasado miércoles 19 con la masiva manifestación. Todo lo anterior bien podría describir a Venezuela desde aquella revuelta de febrero de 2014: la misma represión, idéntica vulneración de derechos, abuso a la prensa, ilegalidad desde el Estado y un régimen que viola su propia Constitución, la que escribió en 1999.
Sin embargo, muchas otras cosas han cambiado. El arrastre popular del chavismo es de otra época, son los cerros que bajan ahora. La MUD parece haber entendido la lección, finalmente, pues sin oposición unida no cae una dictadura. La defección ha comenzado dentro del oficialismo, lo cual no se divulga todavía. Pronto vendrán las delaciones cruzadas, sino los planteos militares.
El régimen se ha convertido así en paria. La comunidad internacional esta alineada en un amplio consenso detrás del liderazgo de Almagro, quien viene señalado la gravedad de esta crisis institucional desde su llegada a la OEA dos años atrás, cuando nadie decía nada. La OEA es, finalmente, el espacio natural para tratar esta crisis. Y el sistema interamericano ha vuelto a funcionar por medio de sus instrumentos pertinentes, la Carta Democrática entre ellos.
Queda por definir el precio de la partida. Para el acusado de narcotráfico y de saquear riquezas, el poder tal vez sea la única manera de evitar la cárcel. Otro atributo de este clon, también es un régimen en el que gobierna una organización ilícita, o varias. El precio de ese individuo seguramente será muy alto para la democracia. Pero para tener democracia, a veces hay que tragarse algún sapo.
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