FERNANDO RODRIGUEZ
Es muy probable que el triunfo del 6-D nos haga recuperar algo de lo que hemos postergado en estos años de lodo y miseria: la necesidad de debatir sobre nuestro futuro en el mundo actual. Sin duda, nuestra primera prioridad seguirá siendo salir plenamente de la mazmorra histórica en que estamos encerrados, encontrar la libertad y la dignidad plenas; no obstante, si el muro que nos impedía mirar más allá comienza a desmoronarse, seguramente trataremos de pensar nuestra inserción, velada por la autocracia, en la contemporaneidad del planeta. Nuestras posibilidades reales como país, ajenas a la jerga babosa y falaz del populismo militarista.
Que tampoco será invertir los antivalores que nos agobian y postular, tanto lo hemos hecho, futuros prodigiosos. Para empezar, porque heredaremos un país destrozado en cada uno de sus ámbitos, nuestras almas y el cuerpo entero de la nación. Lo que es de por sí un titánico requerimiento. Y tampoco todos los horizontes son los más deseables.
Es lugar común decir que América Latina después de una década en que las materias primas alcanzaron altos y sostenidos precios y, en consecuencia, descendió como nunca la pobreza entra ahora, por razones lejanas, chinas básicamente, en un periodo de descenso económico y consecuente conflictividad política. Cada país busca sus maneras de atravesar lo más adecuadamente este averiado tranco del camino. Uruguay y Chile lo hacen con más fortuna que Brasil o Ecuador, verbigracia. Nosotros, paradójicamente, ya bebimos todo el brebaje de la abyección política y, creemos, vamos hacia una democracia, a una república civil decente. Y en el plano económico el país rico en petróleo carísimo de manera inaudita llegó al averno por la feroz ignorancia, la soberbia y la insaciable rapiña de sus ocasionales dueños, de manera que hasta los 40 dólares del barril deberían servirnos para fines más edificantes. Dicho simplemente, en esta hora menguante algunos vecinos vivirán situaciones poco propicias, los venezolanos esperamos haber pagado nuestra cuota a los siniestros espíritus de la historia.
¿Y el vasto mundo? Vasto, sí, variado. Mejor que antes, menos de 1.000 millones de hambrientos. Pero tremendamente desigual, 1% de sus moradores posee la mitad de la riqueza. La civilidad escandinava asombra. Y también existen el Estado Islámico y las incontenibles migraciones de pobres y perseguidos hacia las fronteras del bienestar. El planeta se calienta en exceso. La revolución tecnológica parece ser el nuevo motor del espíritu. La cultura humanista decae. Todo ello nos concierne y nos reta, por supuesto.
Nada será simple. Pero lo enfrentaremos en libertad y racionalmente. Con la creatividad y los ineludibles límites humanos. ¿Qué más podemos desear, después de haber vivido en las tinieblas tanto tiempo?
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