CARLOS PAGNI
El Acuerdo de Asociación del Pacífico, que se acaba de firmar, se integra a una cadena de fenómenos que están reconfigurando América Latina.
La liberalización que supone el TTP —sus siglas en inglés— involucra el 40% de la economía y el 33% del comercio global. Reúne a 12 países de América, Asia y Oceanía, entre los cuales figuran tres de la Alianza del Pacífico: México, Perú y Chile. Sin embargo, carece del sesgo pronorteamericano que la izquierda regional imputa a esa alianza, denunciada por el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, como “la represalia de Washington a la autonomía regional”. No sólo el imperio no estuvo entre sus fundadores, sino que en Washington el TTP desató una controversia. Hillary Clinton, por ejemplo, lamentó “que no sirva para aumentar los salarios y el nivel de empleo”.
El TTP reúne a actores como Japón, Australia, Nueva Zelanda y Singapur, que le otorgan una diversidad desconocida en la región. Liberaliza el comercio, pero además fija reglas para la circulación de capitales, que serán decisivas para la inversión.
El acuerdo del Pacífico se entiende también por un contraste. Encuentra a los países del Atlántico en plena turbulencia. En los últimos doce meses, Brasil registró un déficit fiscal del 9% del PBI y depreció en 55% su moneda. Este año, su economía se contraerá un 2,8%. Argentina registra una inflación del 23%, un déficit fiscal del 8%, y una caída de reservas monetarias que obligó a limitar las importaciones e intervenir el mercado de cambios. La brecha entre el dólar oficial y el paralelo es del 70%. Venezuela es una caricatura de los otros dos países. Según el FMI, este año la inflación superará el 150%, el PIB caerá un 10% y el paro alcanzará el 15%.
Las tres naciones integran, con Paraguay y Uruguay, el Mercosur, que experimenta una agonía interminable. Argentina ha bloqueado el comercio con Brasil debido a que carece de dólares para pagar importaciones. La recesión brasileña determina una caída en la demanda. Venezuela se ha cerrado hasta provocar una crisis fronteriza con Colombia. En vez de liberalizar el comercio, este trío suscribió acuerdos Estado-Estado con China que, a cambio de crédito, capturó grandes negocios sin licitación. El TTP plantea un desafío a este encapsulamiento: incluye a países como Australia y Nueva Zelanda, productores de alimentos que compiten con Argentina y con Brasil.
El otro rasgo de familia de los socios del Atlántico es que sus Gobiernos están carcomidos por la corrupción. El caso más notorio es el de Brasil. Por la dimensión asombrosa de los caudales desviados, pero también porque allí la justicia es independiente. La corrosión moral desestabiliza la política y determina que las reformas se vuelvan más costosas.
El TTP se inscribe sobre esta fractura. Ayuda a percibir mejor la polarización latinoamericana entre estrategias de apertura y tendencias al encierro. La caída en el precio de las commodities acelerará la divergencia.
En este marco es comprensible que, presionada por el empresariado, Dilma Rousseff pretenda firmar un tratado de libre comercio entre Mercosur y la Unión Europea antes de fin de año. Sería un milagro de la diplomacia. El Acuerdo Transpacífico hace juego con otras novedades. El restablecimiento de relaciones con Cuba aproxima a Estados Unidos con toda la región. Sobre todo, porque las declamaciones nacionalistas están siendo sofocadas por el derrumbe bolivariano.
El giro cubano coincide con un mayor aislamiento de Venezuela. No es por casualidad. Las relaciones entre Raúl Castro y Nicolás Maduro están muy deterioradas. Castro suele quejarse de que el venezolano no le visite cuando pasa por la isla: la agenda se reduce a un encuentro con Fidel. Además, el iracundo heredero de Chávez detonó el conflicto con Colombia sin preguntarse qué consecuencias tendría para la negociación entre Juan Manuel Santos y las FARC. Cuba es el garante de ese proceso, que promete a Colombia un papel estelar en el vecindario. Otro cambio a registrar.
La entropía del chavismo siembra el desasosiego. El papa Francisco rechazó por tercera vez un pedido de entrevista de Maduro. Fue en La Habana. Cancillerías amigas, como la de Brasil o Chile, advirtieron a Caracas su inquietud porque las elecciones de diciembre desencadenen una nueva tormenta. En tal caso, se les volverá insostenible la culposa tolerancia que han exhibido frente a la deriva autoritaria del chavismo.
Reducir el Acuerdo de Asociación Transpacífico a su significado comercial es, entonces, un error. Se trata también de un signo de la nueva configuración del tablero regional.
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