domingo, 22 de mayo de 2016

Conmoción

Ramón Peña

Estamos abocados a una catástrofe moral de proporciones gigantescas, en la que solo quedan en pie las virtudes cínicas
(Antonio Machado, Juan de Mairena)

La amenaza de decretar en el país un “estado de conmoción”, deambula entre chiste malo, ignorancia y cinismo del Golem gobernante. Desde cualquier ángulo, el hipotético decreto haría oficial lo que de facto ha logrado el régimen: un país que está, no solo conmocionado, sino desesperado y en estado de disolución. Maduro está a punto de materializar aquella terrible profecía de Uslar Pietri en sus últimos días, cuando vaticinó que si caía el precio del petróleo, a Venezuela vendría la Cruz Roja a repartir sopa en las esquinas. Nos estamos acercando. Ya en Guarenas, en Barcelona, en prácticamente todas las ciudades de nuestra geografía se escucha el grito estentóreo de “!Queremos comida!”. Al país lo galopan los jinetes del apocalipsis de la revolución socialista: estancamiento, inflación, escasez y crimen. En mercados y hospitales el drama es compasivo. Ya son comunes los asaltos por bolsas de alimentos. La degradación de la economía es patética: el billete venezolano de mayor denominación apenas alcanza para pagar un huevo. La indolente respuesta de la camarilla milico-madurista ante la crisis de talla humanitaria es acallar y reprimir las protestas. Sus oídos son sordos a la solicitud de diálogo de entes nacionales y extranjeros y de organismos internacionales. Las vías legislativas propuestas por la Asamblea Nacional son saboteadas por los malandros togados. Torpe y
carente de racionalidad política, la pandilla gobernante se aferra enfermizamente al poder, hace eco de la siniestra frase de Adolfo Hitler “Podemos hundirnos, pero nos llevaremos un mundo con nosotros”. Para no perder el hilo del símil histórico, recordémosle que, después de hundidos, también tendrán su Núremberg…

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