Por los solitarios pasillos de Miraflores
Fausto Masó
Bájense de esa nube, Maduro, como hubiera ocurrido con Chávez, no cambiará aunque cuente con un ínfimo apoyo popular. Si abriera los ojos, si pusiera los pies en la tierra, comprobaría que no lo siguen más que un montón de desdichados. Con el precio del petróleo como lo tuvo Chávez, y el mismo Maduro, se podía creer que la tierra fuera plana y que Marx en persona los llevaba a la tierra prometida. Todo eso se derrumbó y cada vez hay menos chavistas, pronto se contarán con los dedos de la mano.
Qué tontería el invento de la guerra económica “promovida por los sospechosos habituales: la oligarquía y el imperialismo yanqui. La verdad es que el enorme agujero fiscal, que hoy alcanza 20% del Producto Interno Bruto, no tiene un solo culpable. Es una suma de despilfarro, corrupción, políticas económicas destructivas, el asalto incesante al tesoro público y, last but not least, el monstruoso derroche de la última campaña presidencial de Hugo Chávez, algo que han reconocido y documentado sus propios ministros.”
Con precios altísimo del petróleo, Chávez, y Maduro, hubieran podido ser hasta testigos de jehová. Los venezolanos indolentemente, disfrutamos de una bonanza que se atribuían los apóstoles de la nueva verdad revelada y votábamos por ellos. Pero, repetimos, todo acabó. En Venezuela las ilusiones políticas las ha pagado el petróleo. Alguna vez fuimos la democracia modelo del continente, Chávez creyó inventar el socialismo del siglo XXI. Tonterías. Ahora solo nos queda la triste figura de Maduro, que cuando sale en televisión no convence ni a su familia. Dicen que la propia Cilia Flores anda desengañaba, no será otra heroína.
¿Cómo salimos de esto? Nadie tiene una respuesta, pero todos están seguros que no llegamos a diciembre, o a principios del próximo año. ¿Y si nos equivocamos? No hay chavistas en Venezuela, ni tampoco maduristas, y el gobierno se mantiene porque la oposición no se ha unido. El madurismo perderá todas las elecciones, y si la oposición se unificara el final de Maduro se contará en días.
Ah, pero no es tan fácil, porque solo hay una silla en Miraflores, no como en la Asamblea donde había sillas que repartir. Ahora se trata de controlar el futuro.
Maduro no sabe qué hacer. Cuentan que insomne se pasea de noche por Miraflores, arrastrando una angustia infinita, sin saber qué rumbo tomar, porque ya, dicen, Maduro no es chavista. Chávez no le envía un mensaje del más allá y desde la isla bendita quieren recibir dólares, billetes verdes, no salvar a la revolución venezolana. Evo anda en lo suyo, en Argentina los amigos perdieron el poder, en Brasil Lula trata de no ir a la cárcel, en Ecuador Correa quiere pasar agachado. No hay chavistas ni en la luna, hasta al propio Maduro solo le queda la inmensa soledad de Miraflores, porque el chavismo ya no es una cleptocracia, hay poco que robar y muchos se lo disputan. Maduro todas las noches llora sobre los hombros de Cilia y le pide que no lo deje…
Chávez no pasará a la historia como un Gómez cuya huella se preservó en el país y que gobernaba con plomo y sin dinero. Chávez fue una pesadilla y Maduro no es nada.
Ah, finales tristes no sirven en telenovelas ni tampoco en política. Chávez soñaba con ser un personaje del Derecho de Nacer.
Por los solitarios pasillos de Miraflores en la madrugada se escuchan las pisadas de un hombre angustiado.
¿Cómo salimos de esto? Por Dios que alguien haga un milagro.
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