ELSA CARDOZO
Hay que hacer un esfuerzo especial para no desechar las propuestas de diálogo para Venezuela. No debería ser así, no en una situación de extremo y acelerado derrumbe. No cuando es tan razonable y urgente “el encuentro y diálogo en favor de la convivencia nacional” y la búsqueda conjunta de “soluciones, que el pueblo reclama, a problemas de vital importancia”, como lo expresaron a finales de abril los obispos de Venezuela. Pero es mucho el desgaste de la palabra y las sospechas que suscita cuando el gobierno lleva años vaciándola de sentido y convirtiéndola en táctica dilatoria, de distracción y de engaño. Esa historia es larga y, en lo que a diálogos con facilitación internacional se refiere, ha conocido episodios decepcionantes entre 2002-2004 y 2014-2015. Y, con todo, no deja de ser razonable y urgente, porque la alternativa es la profundización del caos con su ya aterrorizante componente depredador y porque, al final, tanto más si es sobre escombros, recuperar al país supondrá construir acuerdos de convivencia.
En el trato internacional a la crisis venezolana se vuelve a hacer muy presente la voluntad propiciadora del diálogo con la carta personal que el papa Francisco ha hecho llegar al presidente Maduro y las palabras del portavoz papal al reiterar la voluntad mediadora del Vaticano. Naturalmente que no es lo mismo escuchar la propuesta cuando proviene de la alta jerarquía eclesiástica que cuando la hace el actual secretario de la Unasur, porque para que la voluntad de promover una solución tenga influencia tiene que manifestarse con respeto hacia todo el país y no como defensa y justificación de los abusos del poder. Lo primero es que debe partir de un diagnóstico adecuado de la situación, no del caso que intenta vender el gobierno con sus tesis de traiciones, golpes y guerras.
La claridad del diagnóstico y las francas expresiones de preocupación del secretario general de la OEA son ilustración de excepción en nuestro vecindario inmediato sobre lo que debe ser el punto de partida de cualquier propuesta de aliento y mediación del diálogo. Su declaración escrita del pasado 10 de mayo –que se suma a sus numerosas expresiones de preocupación y a las cartas abiertas que ya ha dirigido a altos funcionarios del gobierno– abunda en el recordatorio de lo que significa la Carta Democrática Interamericana y, al hacerlo, también perfila la gravedad de lo que sucede en Venezuela.
Cuando anota que esa Carta fue aprobada por unanimidad por todos los gobiernos del hemisferio y que no fue pensada para su exclusiva salvaguarda, sino “para el bien del ciudadano de nuestro continente”, el recordatorio de Luis Almagro es para el gobierno venezolano y todo el vecindario americano
El diagnóstico está implícito en la defensa de los diputados de la Mesa de la Unidad Democrática que le llevaron un pormenorizado informe sobre la pérdida de institucionalidad democrática en Venezuela y sobre la importancia de los compromisos hemisféricos para recuperarla. Ante las acusaciones del gobierno contra los diputados, Almagro ha precisado que no hay traición sino patriotismo en quienes en su lucha por más derechos, más libertad y más democracia recurren a las instituciones americanas. También, que la Carta Democrática Interamericana no solo prevé sanciones (como la exclusión de la OEA), sino medidas para promover y proteger la institucionalidad democrática.
Sin el ejercicio decidido y complementario de presión interior y exterior sobre un régimen que ya no disimula su arbitrariedad, no hay mediación ni diálogo que contribuya a preservar el derecho de los venezolanos de tener seguro y oportuno acceso a los medios establecidos en la Constitución para salir del curso de destrucción por el que el gobierno conduce al país.
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