lunes, 29 de mayo de 2017

MENSAJE A LOS MILITARES

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                     Edgardo Mondolfi Gudat
La Constituyente propuesta por Nicolás Maduro es simplemente un intento por aplastar la República en estado de ebriedad. Existe una sensación de inquietud, cuando no de incontenida alarma, sobre muchas de las intenciones que pudieran anidar detrás de esta desesperada treta por aferrarse del poder. Basta revisar para ello la opinión de dos analistas provenientes de mundos ideológicos tan dispares como el ex rector de la UCV, Luis Fuenmayor Toro, y José Ignacio Hernández, profesor de Derecho Administrativo en la UCV, UCAB y UMA, para así comprobarlo.
Hernández, cuyo trabajo ha circulado profusamente durante los últimos días a través de las redes, se centra en demostrar al detalle cómo esta forma tan arbitraria y precipitada de convocar a una asamblea nacional constituyente desnaturaliza el concepto constitucional de pueblo al someter al país a un proceso de escogencia basado en un censo electoral de tipo sectorial y secundario, contrario al principio de universalidad propio de nuestra tradición comicial desde hace setenta años.
Fuenmayor, a través de sendas entregas para el diario La Razón, también se detiene ante este mismo riesgo, sobre todo a la hora de observar lo que significa la igualdad como distintivo de ciudadanía en relación a los derechos que se poseen y se ejercen dentro de un sistema como el que hemos conocido hasta ahora. Por ello afirma: “Un ciudadano =un voto es el elemento central de esta igualdad, por lo que cualquier decisión que modifique esta condición violenta la igualdad política de los venezolanos”. Y agrega: “No tienen más derechos en esta materia los líderes comunales, parroquiales, gremiales, sindicales, universitarios, estudiantiles o de cualquier otro tipo, que quienes no lo son. Los derechos surgen no del papel que se tenga en la sociedad sino de la condición de ciudadanos”.
Sin embargo, al mismo tiempo, Fuenmayor explora otros vericuetos de esta artimaña aposentada en Miraflores para concluir que, constituyente mediante, entraríamos de manera inevitable en una fase mucho más restrictiva de las libertades ciudadanas. A su juicio, bastaría con suponer que la intermediación entre pueblo y poder cambiaría drásticamente puesto que el propio Poder Ejecutivo sufriría la modificación correspondiente a partir de elecciones de segundo o tercer grado que separarían mucho más a la sociedad de sus representantes. Pero, no contento con ello, a su parecer también quedaría implícito que una constituyente corporativa, de la cual emanaría una especie de Asamblea del Poder Popular como la que existe en Cuba, daría por sentado la eliminación automática de la actual Asamblea Nacional y la destitución de parte del Poder Moral, así como la suspensión de todos los gobernadores y alcaldes, diputados regionales y concejales, mientras se designan a sus sucesores a partir de la configuración de una nueva hegemonía de poder.
Pero de todo cuanto inquieta a Fuenmayor existe un aspecto que merece resaltarse: el destino de la Fuerza Armada. A este respecto, el ex rector de la UCV esboza apenas unas líneas breves pero valiosas, razón por la cual estimo que resulta conveniente, desde todo punto de vista, detenernos en el problema.
Hay quienes pudieran suponer que la constituyente fraudulenta actuaría como un mecanismo susceptible de ampliar aún más la órbita militar. Sin embargo, la lectura bien podría ser la contraria, es decir, que la Constitución que emanara de este modelo concebido entre gallos y medianoche propendiera a la progresiva sustitución de la Fuerza Armada por algún tipo de organización armada mucho más confiable para quienes actualmente detentan el poder. Varias suposiciones en ese sentido lo permiten aseverar así. En primer lugar, la tan mentada fusión “cívico-militar”, dentro de la cual se ha verificado un sostenido intento por partidizar a las fuerzas armadas, bien podría conducir a un cambio que haga que las milicias o el PSUV armado sean los que, a fin de cuentas, decidan el futuro de la institución armada. En segundo lugar, por tratarse de una organización jerárquica y de carácter meritocrático, amén de lo que significa su existencia de más de un siglo como institución regida por sus propias doctrinas, ello ya de por sí se erige como un elemento que seguramente despierta poca tranquilidad en el actual mandatario o, dicho como lo hace Fuenmayor, que las fuerzas armadas, tal cual existen, funcionan alejadas de su total control y respeto. Pero existe algo más que convendría tener en cuenta cuando, en este caso, se trata de hurgar en el pasado reciente. Me refiero al intento por hacer bueno el sueño acariciado por la izquierda insurreccional de los años sesenta en Venezuela de suplantar al Ejército por algún otro tipo de estructura, inspirado en la idea guevarista de que las Fuerzas Armadas actúan como un elemento poco proclive al auténtico compromiso revolucionario. De la detestación de las Fuerzas Armadas durante esa década, los artífices de la lucha armada pasaban a manifestar de una buena vez su detestación de un sistema entero, pluralista y democrático.
De modo que lo que hoy se propone desde lo alto del poder como una constituyente comunal, sectorial, o como quiera llamársele, nos colocaría en presencia, por paradójico que suene decirlo, de una solución democrática “totalitaria”, tal como justamente lo anhelaba esa izquierda de orientación castrista.
Esto de circunvalar nuestras más hondas tradiciones electorales, ganadas a pulso luego de medio siglo de combates ciudadanos, afecta por igual a civiles y militares. Por tanto, resulta preciso tener en cuenta que, de no hacerse respetar la Constitución a la cual nos debemos desde 1999, sin importar cuánto disenso ésta haya generado en el camino,el futuro de las FAN, como el de muchos otros sectores,seguramente no será el mismo.

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