martes, 30 de mayo de 2017

Los sonidos del futuro

ALBERTO BARRERA TYSZKA
 
¿Cuál es la razón, cuál es el verdadero motivo? ¿Alguien sabe realmente por qué lo hizo? ¿Porque desde niño, por ejemplo, siempre anheló ser Richard Clayderman y ahora por fin logra cumplir su sueño? ¿Porque se cansó de bailar salsa? ¿O porque es un cretino atómico y piensa que el país entero ansía verlo martillando un piano? ¿Porque realmente cree que sabe tocar y no tiene ni un gramo de miedo escénico? ¿Porque un asesor cubano dijo que un mini recital de ese tipo deprimiría a la oposición? ¿O quizás porque quiere impresionar y reconquistar a Gustavo Dudamel? ¿O porque quiere que –de cualquier manera y en cualquier tono- hablen sobre él? ¿Porque tal vez desea mostrarle al país que, además de no tener carisma ni popularidad, tampoco tiene oído? ¿Porque anda en modo romántico y –tan cuchi– Cilia se lo pidió? ¿Porque maltratar un piano es una acción revolucionaria? ¿Porque no tiene absolutamente nada más ni mejor qué hacer?
Cualquier especulación es válida. Incluso la más incoherente, las más absurda. En la locura del oficialismo ya todo cabe. Voy a aventurar una teoría que probablemente no sea cierta pero que, al menos, me sirve para mudar un poco la esquina de este domingo. Yo creo que Ernesto Villegas, en otro arranque de honestidad periodística y de sagacidad comunicacional, ideó ese momento de inspiración musical para tratar de desviar la atención pública, para robarle interés y cámara a la Fiscal Luisa Ortega Díaz.  Esta semana, ella es nuevamente una noticia incómoda. Ya no saben qué hacer para callarla. Para la revolución, no hay nada más subversivo que un ciudadano independiente.
Es probable que, en su interior, Luisa Ortega Díaz simpatice aun con el chavismo. O al menos con algunos ideales e ilusiones que Chávez propuso a finales del siglo pasado. Es probable, por ejemplo, que personalmente Luisa Ortega Díaz se sienta mucho más cerca de Mari Pili Hernández que de María Corina Machado.  Y es natural y saludable que sea así. Y tiene además todo el derecho de sentirse de ese modo.  Pero la diferencia está en que ahora nada de eso define la actuación de la Fiscal General de la República.  Desde la institucionalidad, de pronto, Luisa Ortega Díaz le ha regresado al país la posibilidad de la verdad.
El trabajo de la Fiscalía ante la violencia que nos está sacudiendo es una hazaña sin precedentes en los últimos años. Sin ninguna alharaca, sin anuncios rimbombantes ni promesas grandilocuentes, sin otra pretensión que la de cumplir cabalmente con su deber, la Fiscalía está ofreciendo una alternativa ante la versión hegemónica que impone el poder, ante el mareo desaforado que produce la polarización. El caso del asesinato de Juan Pernalete no puede ser más emblemático. Sin proponérselo, tan solo tratando de hacer bien lo que toca, la Fiscalía desnuda otro crimen: el engaño de los poderosos, la calumnia y la difamación con que la que el gobierno distorsiona la realidad y manipula mediáticamente lo sucedido.
Una acción institucional que no se somete al control de las cúpulas, deja al descubierto todo el espectáculo de mentiras que construye la élite que domina al país.  Miente descaradamente el General Reverol cada vez que habla de la “violencia terrorista de la derecha”. Miente sin pudor Vladimir Padrino cuando oculta y niega la acción salvaje que ordenan ejercer a los soldados. Mienten groseramente Ernesto Villegas y Diosdado Cabello cuando deforman lo ocurrido y arman un caso falso para acusar de homicidio a 2 jóvenes inocentes. No lo digo yo. No lo dice la oposición. Lo dice el Poder Moral.
Basta con ver la reacción instantánea en contra de la Fiscal para constatar la idea que oficialismo tiene del Estado y de las instituciones.  Las últimas acciones de Luisa Ortega Díaz han servido también para –de manera involuntaria– mostrarle al país la irracionalidad con que funciona el gobierno.  No se han dado tiempo ni siquiera para construir un breve argumento. Han saltado, sin lógica y sin razones, a pedir la cabeza de la Fiscal, a descalificar, a acusar, a amenazar.  Y estos mismos enloquecidos, incapaces de respetar la autonomía de cualquier institución, son los que afirman que la Constitución del 99 ya no sirve, los que pretenden cambiar las leyes y reinventar un nuevo Estado.
Se acostumbraron a desacreditar fácilmente cualquier disidencia. Pero no pueden desautorizar las voces de la Fiscalía. Ahí están, esos son los sonidos del futuro. La diversidad política y la independencia institucional. El camino para reencontrarnos con una verdad común. Mientras, Nicolás Maduro frente al teclado representa el torpe ruido del pasado. El fracaso de un dictador que, después de ordenar que se reprima al pueblo, finge tocar piano en la inmensa soledad de un teatro vacío.

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