Una guerra civil inédita
Elizabeth Burgos
La autora, conocedora del sistema castrista, se pregunta si el convenio recién firmado de asistencia militar interna y externa entre el general Castro, hijo y posible heredero de Raúl, con Vladimir Putin, sería similar a la faena reciente de Vladimir Padrino en su viaje a Moscú. De ser así -que no nos consta- se justificaría el título de este artículo: “una guerra civil inédita”.
EN el número 34/35 (2004-2005) de la revista cubana Encuentro fundada por un grupo de exiliados cubanos en Madrid, dirigida por el escritor Jesús Díaz, se publicó un dossier dedicado a Venezuela en el que participaron varios analistas de renombre venezolanos, cuyas colaboraciones no han perdido ni un ápice de actualidad pese a los 12 años transcurridos. Ante los acontecimientos que vive hoy el país, volví a leerlos y encontré un párrafo en el que fue mi contribución y que me hizo recordar la dificultad de los voceros de la oposición para calificar la naturaleza del régimen que el teniente coronel Hugo Chávez intentaba imponer en Venezuela. Calificarlo de dictadura, menos aún de proyecto totalitario, cuando todos los elementos que lo demostraban, aparecían claramente en las medidas que fue tomando Chávez desde su acceso al poder, se consideraba políticamente incorrecto. Sin embargo, se debe admitir que no era fácil determinar la naturaleza del régimen, pues la versión oficial de la historia forjada por el castrismo se había impuesto en la mentalidad política del venezolano -salvo muy pocas excepciones-, en particular entre las elites que manejan el escenario político, convirtiéndose en una verdadera cultura política, prisma a partir del cual se percibía- incluso se percibe aún todavía, la realidad Latinoamericana y nacional.
También se debe admitir que la actitud mimética que observó Chávez con respecto al imaginario castrista, no facilitaba la tarea. Chávez adoptó de Castro la instauración de un estado de guerra contra EE.UU. que para Castro significó darle legitimidad a su totalitarismo vitalicio. Un ficticio “estado de guerra”, que por supuesto abarcaba a los sectores “escuálidos”, “fascistas”, “oligarcas”, “anti-nacionales”. Guerra que en realidad se limitaba, y continúa haciéndolo, ahora dirigida por su hermano el general heredero del trono Raúl Castro, en una guerra lingüística, de eslóganes, insultos, ocurrencias de mal gusto, amenazas infantiles, porque desde los acuerdos Kennedy/Krushchev suscritos tras la crisis de los misiles, EE.UU. no volvió a participar en ninguna aventura militar iniciada por los cubanos del exilio, como fue el caso de la invasión de Playa Girón.
El párrafo que me permito citar era: “Venezuela vive en un estado de sobreactuación permanente de una revolución que funciona como un camuflaje del verdadero proyecto de Chávez: su deseo de permanencia en el poder mediante la instauración de un régimen autocrático. La revolución como camuflaje del proyecto disimulado se pone en evidencia, ante todo, por su vacuidad ideológica, disimulada detrás de una teatralidad mediática que siembra alarma entre sus opositores y los lleva a actuar en el terreno que él les traza, impidiéndoles forjar una estrategia propia. La oposición se lanza contra una “irrealidad huidiza e inalcanzable”, que para muchos tiene el rostro del comunismo, pues el camuflaje tendido por Chávez le impide ver el artefacto en su verdadera dimensión barroca. Desprovista de un soporte doctrinal fundador que la modele, sin lo cual se copia o se reproduce, pero no se crea porque se carece de “esencia interna”, La “revolución bolivariana” se revela como un simulacro o artificio en búsqueda de autor. (…) una conversión cosmética de la historia para serle fiel al simulador de ilusiones”.
El simulacro de una gesta con dimensiones históricas ha quedado por fin al descubierto. Se percibe que esta vez no son los voceros de la dinámica política los que han dado la pauta, es la colectividad la que ha impuesto su propio sentido común. Si bien durante los primeros años del chavismo, ciertos responsables políticos lograron que no degenerara la situación en enfrentamientos sangrientos y que se le regalara en bandeja de plata al totalitarismo naciente de Chávez la legalidad democrática, y se admitieran los procesos electorales pese a la trampa electrónica “absolutamente limpia”, como lo afirmaban portavoces de la oposición en el ámbito internacional, hoy se percibe la expresión de la sedimentación del tiempo largo de la historia.
En los años transcurridos desde 1998 hasta el mes de abril 2017, cuando se inició la “rebelión de las masas”, Venezuela ha dado un ejemplo de una inédita guerra civil. Hoy está dando frutos la actitud pactista, que en ciertos momentos fue criticada, y aún hoy lo es por sectores que siguen actuando movidos por comportamientos obsoletos inspirados de los enfrentamientos de los caudillos del siglo XIX. Durante el período transcurrido desde la toma del poder por el chavismo, el forcejeo entre democracia y totalitarismo, entre pactismo y reacción violenta, se ha ido sedimentando conformando un capital de experiencia, que hoy da sus frutos. Se percibe que se ha llegado al límite de las concesiones por parte de aquellos que comparten el método pactista que es el que ha caracterizado el período de democracia que vivió Venezuela desde 1958 hasta 1998.
En el escenario actual, cabe preguntarse por qué el diálogo propuesto por la oligarquía que detenta el poder, a la oposición no dio resultados. Porque si bien en Venezuela, una de las mayores enseñanzas del período democrático fue la adopción del pacto, la cultura del castrismo es totalmente opuesta. El éxito de la familia Castro al imponer un régimen totalitario, ha sido el producto del rechazo absoluto de toda posibilidad de todo tipo de negociación. El poder castrista en una situación de crisis como la actual en Venezuela, puede lanzar la idea de un diálogo e instrumentalizarlo valiéndose de sus redes internacionales, como lo hemos visto, pero jamás admitirá la realización de acuerdos, en los que cada una de las partes otorgue concesiones al otro. El castrismo, emplea la ley del todo o nada.
Cabe preguntarse entonces, dada la determinación de la ciudadanía de persistir en su lucha por la democracia, si el régimen, al verse obligado a tomar medidas que garanticen su sobrevivencia, opción que obliga al estamento armado sea a obedecer las órdenes de su jerarquía o a negarse a obedecerlas, si Maduro y su mafia optarán por poner en práctica el acuerdo de “asistencia recíproca” asentada en el “Convenio Integral de Cooperación” suscrito por Hugo Chávez con Fidel Castro en el año 2000, y reactualizado y ampliado por el ministro Vladimir Padrino López. Ella supone cooperación y asistencia militar ante la posibilidad de que ambos países se vean amenazados, no sólo desde el exterior, sino también situaciones que pongan en peligro la seguridad y el orden nacional. El acuerdo es bastante amplio, y comporta todos los ámbitos de la defensa, de la inteligencia y contrainteligencia, diseño de educación y formación militar.
Todo dependerá de la voluntad de Vladimir Putin; si decide implementar un escenario a lo sirio en América del Sur. La presencia de militares latinoamericanos en Moscú tiende a llamar la atención, porque en semanas recientes allá se firmó un nuevo acuerdo de seguridad militar con Alejandro Castro Espín, el hijo del general, seguramente futuro heredero, jefe del organismo de seguridad cubano. El encuentro reciente en Moscú de una delegación de la jerarquía militar venezolana, no es una simple coincidencia. La rebelión venezolana tiene en sus manos la paz del continente. La guerra civil inédita, sin armas, exponiendo sólo su cuerpo y sus principios, es una novedad en la historia militar del continente.
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