OSCAR HERNANDEZ BERNALETTE
Los venezolanos no deseamos una invasión de Estados Unidos ni de ningún país, por muy buena que sea su motivación. Las invasiones crean profundas huellas que toman años en resarcirse. Incluso ganando, el invasor siempre pierde. Cualquier presencia extranjera en otro país que no sea con propósitos nobles genera rechazo. A veces, es la peor inversión que puede hacer un país que quiere ayudar a otro. Incluso, presencias soterradas bajo esquemas de cooperación, como la de Cuba, restan mucho a lo largo del tiempo.
Una incógnita es por qué Estados Unidos, que durante casi dos décadas evitó satisfacer la retórica del chavismo de la supuesta amenaza imperial, la dejó colar en esta oportunidad. La advertencia de Trump puede tener dos orígenes. Primero, una propuesta de declaración debidamente evaluada y recomendada desde el Departamento de Estado o el asesor de seguridad de la Casa Blanca como herramienta de intimidación y de advertencia, para sumar a las ya primeras sanciones unilaterales a funcionarios del gobierno, incluido el propio Maduro. O pudo ser el resultado de una declaración espontánea, no debidamente evaluada en sus consecuencias.
De cualquier forma, la “notificación” es indebida y provocó un rechazo general. Esto favorece al gobierno, pero, contrariamente a lo que esperaba de los sectores que se le oponen, el régimen encontró una reacción crítica de la mayoría del país. Desde la MUD hasta el cardenal Urosa han criticado la opción referida desde la Casa Blanca.
Para los que sueñan con invasiones, la única invasión que Venezuela requiere es la de inversiones internacionales, productos en sus anaqueles, tecnologías que nos modernicen, turistas que contribuyan al crecimiento económico y a la generación de empleo, conocimientos del siglo XXI que nos hagan una patria moderna y de progreso.
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