Trino Márquez
Producto del fracaso, una vez
más, del modelo socialista, el país avanza hacia una crisis económica, social y
política, sin precedentes en la historia nacional contemporánea. El estatismo y
el colectivismo, dos piezas claves del socialismo, han demostrado ser funestas
para organizar la economía y atender las demandas sociales. Ambas distorsiones
convierten las naciones en inmensos laboratorios donde una burocracia indolente
e incapaz acumula un poder desmedido,
siempre utilizado para flotar en la cúspide.
En Venezuela,
se repitió la ruina que vivieron la Rusia soviética, Europa Oriental, Cuba, el
Chile de Allende, con el agravante de que esos eran países pobres cuando se
implantó el socialismo. En cambio, Venezuela –en apariencia- era una nación
rica. El crudo, cuyos precios se proyectaban hacia la estratosfera, creó la
ilusión de que el socialismo petrolero podría financiarse a pesar de la
destrucción del aparato productivo interno. Este espejismo se desvaneció. La
globalización pulverizó cualquier posibilidad de mantener una economía
eficiente y sostenible al margen de los dictados de los mercados
internacionales, fundados en la competencia, el aprovechamiento de las ventajas
comparativas y competitivas y la productividad creciente.
El
descalabro del país no es pasajero. Se han conjugado numerosos factores que
llevará tiempo recomponer. La infraestructura económica fue destruida por el delirio
estatista de Chávez y Maduro. Los precios del petróleo solo tendrán posibilidad
de recuperarse en el mediano plazo. La producción nacional de crudo, situada en
menos de la mitad de lo que el Gobierno había previsto para 2016, crecerá
lentamente porque no hay socios dispuestos a invertir en las cantidades
ingentes que requiere la explotación del crudo pesado y extrapesado de la Faja del Orinoco. No
habrá divisas para importar si el Gobierno no llega a un acuerdo con el FMI y,
simultáneamente, realiza ajustes que estabilicen los indicadores
macroeconómicos (inflación, disparidad en la tasa de cambio, déficit fiscal).
El Ejecutivo está colocado ante una encrucijada: o realiza los cambios que resuelvan
progresivamente la escasez, la inflación y el desabastecimiento, y con ellos,
las colas, o las probabilidades de que el descontento se convierta en estallido
irán aumentando con el paso de los días.
El
gobierno debería emprender las reformas a través del diálogo y los acuerdos con la MUD y con todos los sectores
afectados por la debacle: sindicatos, empresarios, gremios, estudiantes
universitarios, autoridades regionales, organizaciones civiles.
Maduro
hasta ahora ha desechado el acercamiento y ha optado por la confrontación
abierta con la ´representación parlamentaria de la MUD y la mayoría del país
que optó por esos diputados el 6-D. ¿Por qué actúa de manera tan irracional e
irresponsable? Por la coerción que ejercen sobre él los dos sectores que poseen
mayor capacidad de presionarlo. Uno es el de los corruptos, conformado por una
gama variopinta: quienes saquearon Cadivi y arruinaron PDVSA, los que se han
beneficiado con el contrabando de extracción y las rutas de distribución de
alimentos y otros bienes, los narcotraficantes, los que se enriquecieron con el
negocio de las armas y la chatarra militar, los responsables de PDVAL, los que estafaron a la nación con los
recursos destinados a mejorar la energía eléctrica. Este grupete sabe que
reconciliación e impunidad son conceptos diferentes.
El otro sector
está constituido por los izquierdistas tradicionales, esos que salivan cuando
oyen hablar del Manifiesto Comunista;
esta fracción espolea a Maduro para que avance por el camino del socialismo
ortodoxo, con mayores y más rígidos controles, otras expropiaciones y
confiscaciones, más represión y amenazas.
Quisiera que la política económica fuese trazada desde el SEBIN. Luis Salas, el
nuevo ministro de Economía, y Tony Baza, uno de sus colaborados más cercanos,
son las caras visibles de este grupo anclado en el pasado antidiluviano. El
Decreto de Emergencia Económica expresa
esa visión represiva y anacrónica de la política económica. Mientras ellos
formen parte del Gobierno, esa será la orientación que prevalecerá. La ruina estará
garantizada.
Esas
dos facciones, inspiradas en motivaciones diametralmente
opuestas, coinciden coyunturalmente en un objetivo: impedir acuerdos políticos
con la MUD y fomentar el desafío a la Asamblea Nacional, en abierta violación
de la Constitución.
Maduro
no parece capaz de eludir ninguno de los dos arietes. Se encuentra en medio del
torbellino completamente desconcertado. Mientras tanto, arrastra al país hacia
una crisis cuyo desenlace no se ve claro. Esperemos que sea pacífico.
@trinomarquezc
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