BEATRIZ DE MAJO
Desde antes de las elecciones, el presidente Mauricio Macri había prometido a sus connacionales que al ganar las elecciones haría revisar todos los acuerdos que había sido firmados entre la Argentina y China y Rusia. Sus inicios como Jefe del Estado han sido turbulentos y su base de apoyo institucional frágil, así que ello puede ser la explicación de que su promesa de revisión de tales compromisos financieros no se cumpliera en las primeras semanas o que incluso no se cumplan en los primeros meses de su gestión.
Sin embargo, tendrá que llegar el momento en que tocará al gobierno entrante revisar todos y cada uno de los acuerdos que amarraron a la Argentina con terceros durante los últimos meses de la gestión Kirchner y será esa la hora en que se haga la luz sobre el género de pactos que atan al país del sur con la China de Xi Jin Ping y con Rusia por igual.
El contrato que firmó el gobierno con China, entre gallos y medianoche, faltando días apenas para las elecciones que determinaron un cambio muy trascendente en Argentina, incluye la construcción de dos centrales nucleares por un costo de US$ 15.000 millones financiadas por el país asiático y a ser pagadas en 18 años. Hablamos de operaciones financieras monumentales que tendrán un peso muy significativo en las finanzas de la nación austral por un número importante de años y una dependencia tecnológica importante de los proveedores.
No es necesario resaltar la inconveniencia del lado chino de embarcarse en una macro-.operación de esta naturaleza y tamaño, que afecta todo el Plan Nuclear del país de las Pampas, ni lo arriesgado de contratar con un gobierno a punto de fenecer –el de Cristina Kirchner– un proyecto en el que están involucradas tecnologías que podrían ser seriamente cuestionadas por quien les toque ejecutar el proyecto más adelante. No es precisamente esta una actitud ética de ninguno de los dos lados contratantes.
Pero ya es conocido el interés que el gigante de Asia en dejar una huella profunda en cada sector de actividad de los países más importantes del subcontinente americano. Y la Argentina de los Kirchner encontró cómo ligar tales intereses estratégicos de la gran potencia con las conveniencias de su gobierno.
A estos acuerdos se les suman otros como la estación espacial en Neuquén que está construyendo China para avistaje lunar. Este otro proyecto tiene una exención impositiva por 50 años, la contraparte china es militar y tiene unos cuantos anexos secretos.
Del texto de estos convenios es poco lo que sabe por la naturaleza de los temas que involucra, pero por estas mismas razones es imperativo que más temprano que tarde, el nuevo gobierno pueda examinarlos con todo detenimiento.
En todo caso es un juego peligroso –por no decir sospechoso– el de concretar y rubricar atroche y moche compromisos que pudieran tener visos de inconstitucionalidad, lo que en cualquier momento puede salir a la luz y generar una fricción de mayor porte o pérdidas importantes para alguno o para los dos lados de la ecuación. Todo ello sin hablar del eventual favorecimiento que pudiera existir hacia las empresas argentinas que son las contrapartes nacionales de estos proyectos nucleares.
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