Marta de la Vega
Pompeyo Márquez ha sostenido incansablemente que no basta cambiar de gobierno sino de régimen. Se refiere al sistema político que en los últimos 17 años ha visto exacerbados los peores vicios del pasado, con un modelo de control dirigista de la economía por el Estado todopoderoso, fiscalizador y populismo clientelar y amiguista basado en la renta petrolera. Esta tuvo vigencia histórica con la modernización industrial y diversificación de la economía a la caída de Pérez Jiménez en 1958. Pero caducó al agotarse el modelo rentista en los primeros años de la década de 1980. Y luego del alza de precios del petróleo durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, favoreció el facilismo y la corrupción en todos los niveles de la administración y de la sociedad.
Desde 2000 se impuso el personalismo autocrático y militarista, de vocación totalitaria, dirigido hoy por una camarilla militar-civil. Pese a que subsiste una estructura formal democrática, no hay estado de derecho ni separación de poderes ni contrapesos. El Gobierno desacata la ley y no disimula su pretensión dictatorial para perpetuarse, mediante manipulaciones leguleyas del TSJ para bloquear la independencia que ganó la AN contra el oficialismo.
Gracias al aumento vertiginoso del precio del crudo, Chávez propició el regreso triunfal del rentismo, hoy execrado porque se acabó, como palanca de sus políticas sociales. No para profundizar democracia e inclusión, favorecer la transparencia en la gestión pública y luchar contra la corrupción, como prometió de candidato, sino para asegurarse el poder a punta de dádivas, medidas demagógicas, reparto efectista caracterizado por la opacidad en el manejo de recursos, corrupción, despilfarro, improvisación e incompetencia continuados.
El caudillo mesiánico y autócrata agregó otra perversión política: el socialismo del s.XXI, del que la Constitución no habla; solo de Estado social de derecho. Farsa siniestra impuesta para consolidarse, con sus acólitos civiles y militares. Su común denominador, disfrazado de justicia social: el resentimiento, y una frenética codicia por dinero fácil, ilícitos y saqueo del erario público.
Al usurpar las estructuras del Estado, el Gobierno aceleró el derrumbamiento de las instituciones, el desmantelamiento del aparato productivo, la quiebra de empresas manufactureras, la ruina de las industrias básicas de Guayana, la parálisis de la producción agropecuaria, el abandono del campo, el acoso y arrinconamiento del sector privado empresarial. Una cúpula militar controla el poder y el régimen cubano totalitario de los Castro controla al primer mandatario Nicolás Maduro.
El cambio es inminente. ¿Quién y con qué rasgos asumirá la conducción de la transición para construir una mejor democracia que la que perdimos? ¿Quiénes combatirán las graves secuelas políticas, económicas, sociales y éticas que este régimen deja? ¿Qué valores y principios orientarán el nuevo rumbo de la República? No olvidemos que importa el fin pero también los medios. Si no, no cambiará nada. El tiempo seguirá girando en redondo, como en Cien años de soledad o no podremos salir del Ortiz de Casas muertas, como en la novela de Otero Silva.
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