REVOLUCION EN EL ISLAM MARCOS AGUINIS
Maravilloso.
Una lluvia diluviana recorre todos los intersticios del islam para iluminar la
mente de sus fieles.
Durante centurias predominó la guerra o el letargo, la creatividad
o la esclerosis. En las
últimas décadas emergió algo muy grave: el absurdo del suicidio santificador
(también llamado martirio) para cometer grandes asesinatos. A esos criminales
se los exalta desde las mezquitas, escuelas y gobiernos como ejemplos a seguir.
El resultado fue un aumento de las oleadas de sangre. Aumenta la pulsión de
exterminarse masivamente entre los propios seguidores del Profeta: chiitas,
sunnitas, alawitas, miembros de Al-Qaeda,
de los Hermanos Musulmanes,
de Estado Islámico y
otras denominaciones que compiten en la producción de cadáveres y refugiados.
Pero no sólo en Siria, sino también en otros lugares donde son débiles las
comunicaciones y el resto del mundo casi ni se entera: en Yemen, por ejemplo,
ya alcanzan dos millones setecientos mil los refugiados de su guerra
civil-religiosa. Son musulmanes que despedazan a otros musulmanes, y lo hacen
por diferencias que pronto serán consideradas ridículas. Para confundir (o confundirse),
también atentan contra los "infieles" de Israel, Europa y cualquier
otro rincón del mundo. Suponen que libran una guerra santa. Clérigos y
políticos, mediante el silencio, hipocresías, discursos ambiguos y falsas
promesas, son cómplices de esta enfermedad.
Pero ahora
la lluvia quita lagañas. ¿Estoy soñando?
Clérigos, políticos, diplomáticos y líderes han decidido unirse
para restablecer el núcleo de su fe. En el Corán se repite que todos los mensajes divinos fueron
transmitidos por Alá, "el clemente y misericordioso". Insisto:
"el clemente y misericordioso". Alá es el creador de la vida, del
amor y de la caridad. Por lo tanto, quitar la vida ofende la grandeza de su
esencia. En todas las mezquitas, en las grandes y en las pequeñas, los imanes
alzan su voz indignada contra quienes destruyen y asesinan, porque perturban el
plan sagrado. Condenan a quienes se suicidan para matar a otros o a quienes
simplemente matan a otros. Gritan que ese acto es aberrante, que no entraña
santidad ni abre las puertas del paraíso. Que matar es un impulso de satán, no
del Santo de los Santos.
Los
enfrentamientos entre hermanos de fe de todas las grandes religiones vienen
desde antiguo. El desprecio de ciertas denominaciones contra otras llegó a
tornarse infranqueable. ¿Recuerdan la Noche de San Bartolomé? ¿Recuerdan la
Inquisición? Hasta que llegó el Concilio
Vaticano II, convocado por Juan XXIII, prevaleció esa mentalidad arcaica,
propia de la jungla. Ese Concilio desmontó barreras y empezó a construir
puentes que ya no sólo se refieren a otros hermanos en Cristo, sino también a
los demás seres humanos cualquiera que sea su creencia o falta de creencia.
Constituyó un avance prodigioso, una mayúscula bendición.
En Occidente
se propagó la culpa por los genocidios. Para no repetir las discriminaciones
que los hicieron germinar, surgió la resistencia a condenar los grandes desvíos
musulmanes. Las contadas voces que se atrevieron a señalarlas -Oriana Fallaci, Pilar Rahola, Alan Dershowitz, entre otros-
fueron acusados de islamofóbicos. Pero no se trata de islamofobia, sino de una
objetiva denuncia contra las deformaciones que impulsan clérigos y líderes
fanáticos, ignorantes y resentidos.
La buena
noticia, en cambio, nos aporta júbilo. Los países árabes ricos, incluso los que
dilapidan fortunas en torres que producen vértigo y lujos que no podían haber
soñado ni los compañeros del Profeta, han decidido hacerse cargo del
transporte, de la alimentación, del alojamiento y de las medicinas que
necesitan con urgencia los millones de refugiados producidos por los propios
musulmanes. Lo consideran un impostergable deber. Han decidido que esas
multitudes desesperadas reciban ayuda de los propios musulmanes. No deben
sufrir y morir en trayectos forzados que los llevan a otras lenguas, culturas y
desafíos en Europa, sino que permanecerán entre sus hermanos, en los inmensos
territorios que poseen en el Medio Oriente. Sobran fortunas para canalizar ríos,
forestar desiertos, construir ciudades, trazar rutas, levantar fábricas. La
caridad que tanto se elogia en el islam tiene ahora la ocasión de mostrarse a
pleno. Los centenares de miles de carpas modernas, con aire acondicionado y
agua potable que construyó Arabia Saudita para recibir a los peregrinos serán
destinadas provisoriamente a esos refugiados.
No hará
falta que Europa y las demás inoperantes y burocráticas organizaciones
mundiales les ordenen hacerlo. El renovado islam lo hará por sí mismo. Dará un
ejemplo del poder que tiene su fe en el aspecto vital, no sólo asesino.
El nuevo islam exigirá que la cuantiosa ayuda que se derrama en
organizaciones terroristas como Hamas sea derivada hacia la reubicación de los
refugiados que han producido las matanzas de los propios musulmanes. Hamas tiene ahora líderes
millonarios mientras desvía los fondos que recibe para cavar túneles que le
permitan invadir Israel y matar a sus ciudadanos. También exigirá desenmascarar
a la Autoridad Palestina, cuyos medios de comunicación e institutos de
enseñanza estimulan a diario que los jóvenes sean mártires suicidas para
acceder al paraíso.
La
bienvenida revolución islámica condena el uso de "escudos humanos",
técnica perversa inventada por Hamas, Hezbollah y Al-Fatah que consiste en
disparar cohetes desde escuelas y hospitales para que cuando venga la respuesta
puedan acusar al enemigo de "inhumano" e "infanticida".
El mundo no
sabe cómo luchar contra gente (muchos de ellos conversos que necesitan
convencerse de su elección mediante gestos extremistas) que anhela morir para
ingresar en el paraíso prometido. La solución está en manos del propio islam.
El islam, en esta lluvia sanadora, toma conciencia de la oportunidad que tiene
para revelarse "clemente y misericordioso", como ejemplifica Alá. Por
eso deja de lado a los predicadores cargados de odio y opta por los que
derraman amor y sabiduría. Hacen sonar desde cada mezquita el mensaje profundo
y superador de la paz. No más asesinatos ni suicidios. Sólo gestos de fraternidad.
Doy vueltas
en el lecho. Estoy transpirado. ¿Tiene lugar ese gran congreso de la revolución
islámica? ¿O hay que convocarlo?
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viernes, 1 de abril de 2016
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