miércoles, 4 de mayo de 2016

CHANEL EN LA HABANA

PABLO DEL LLANO

EL PAÍS

Construido en 1772 por orden del Capitán General Marqués de la Torre, el Paseo del Prado de La Habana fue la noche de este martes escenario de una extraña epifanía: el modisto alemán Karl Lagerfeld, de 82 años, americana de lentejuelas, gafas de sol cuando ya se había escondido el sol, caminando sobre el piso de mármol del paseo con un niño rubio de la mano y con cientos de invitados de élite reverenciando su paso con aplausos.
Cuando Barack Obama y los Rolling Stones estuvieron en marzo en Cuba en la misma semana, se confirmó que en Cuba se había abierto un cambio tremendo. Que el presidente de Estados Unidos visitase el único país comunista de la historia de América y que Mick Jagger se contonease en La Habana décadas después de que su música hubiese sido declarada non grata por la revolución, resultó epatante. Pero lo de esta noche tuvo un cariz más desconcertante, como un avistamiento marciano. Una efímera explosión de lujo en medio de un país que durante la contemporaneidad se ha visto obligado a conocer todas las formas posibles de la austeridad.
Desde el balcón de su casa del Paseo del Prado, el escritor y dramaturgo cubano Antón Arrufat, de 80 años, evaluaba el espectáculo al terminar: “Es un paseo largo y estrecho que permite una mejor apreciación de los modelos al futuro comprador, en este caso imaginario, porque los cubanos no tienen dinero para comprarlos”.
Fue el primer desfile de Chanel en Latinoamérica. La escenografía fue sencilla. El protagonista era el bello paseo colonial. Duró una media hora. Era, en concreto, la presentación de la Colección Crucero 2016, es decir, ropa de alta costura especialmente adecuada para surcar los mares en buques de fantasía, o en general para lucir en tiempos veraniegos, ropas vaporosas, de colores, formas suaves, con un claro toque a la antigua.
Las modelos y los modelos desfilaron como si no fuesen modelos sino elegantes domingueros que habían salido a dar una vuelta, hasta con puro en la boca uno de ellos. Hubo tres modelos cubanas. Estuvo ausente, aunque hasta la víspera estaba previsto, el modelo local Tony Castro, nieto de Fidel Castro.
Pese a la presencia entre el público selecto de celebridades como Gisele Bündchen, la reina brasileña de las pasarelas, o de la actriz inglesa Tilda Swinton, quien huracanó las emociones de los habaneros fue Vin Diesel, el protagonista de la saga Rápido y furioso, cuya séptima secuela se rueda estos días en la ciudad.
Llegó en un coche antiguo, se bajó, se acercó a la gente, porque sabe que la gente de Cuba lo adora, y en medio del griterío de las muchachitas exclamó: “¡Qué volá, asere!”, un saludo coloquial de Cuba.
–Dijo qué volá, asere –se sorprendía un vecino.
–Dijo qué volá, asere –se sorprendía otra vecina.
Eso ya lo había dicho Obama en marzo. Pero, de verdad, Vin Diesel le gana a Obama. Con todo lo entonado que estuvo el presidente de Estados Unidos en La Habana, locuaz, inteligente, suelto de movimientos como lo que en Cuba se dice un Tipo fino, Diesel, por alguna razón, produce un efecto superlativo de jolgorio entre el pueblo cubano. Tan inverosímil como ver la leve y entallada figura de Karl Lagerfeld dando pasitos por la capital de un país que apostó su destino a la filosofía de Karl Marx fue ver a una agente de policía grabando, en un paréntesis en sus funciones, al actor de Hollywood con un teléfono con carcasa de Minnie Mouse.
En los días previos, en La Habana había opiniones de todo tipo sobre el desfile de Chanel. Desde enfoques intelectuales que afeaban el evento como algo frívolo y chirriante en un contexto de carestía hasta los que lo celebraban como una expresión de modernidad, los pragmáticos que lo veían como una forma de lograr ingresos como cualquier otro país y los bastantes que no tenían ni remota idea de que había un desfile.
–El desfile es mañana a partir de las sietetreinta –decía raudo, el sábado, un señor sentado en un banco. Se refería al único desfile del que tenía noticia, el del domingo, Día de los Trabajadores, 1 de mayo.
Otros confundían eventos.
–¿Es cierto que van a tirar un coche en el desfile? –preguntaba una joven el martes por la mañana.
–Hija, no, lo de los coches es en el rodaje de Rápido y furioso –la corregía su madre.
Con los tiempos de apertura La Habana se ha convertido en algo parecido al tambor de una lavadora. Una centrifugadora. Tantas cosas sucediendo, tan aprisa, tan raras. Pero el proverbial buen humor cubano todo lo absorbe, pasándolo por un tamiz entre ingenuo y despreocupado que relativiza hasta a Vin Diesel.
–Hace unos meses escuché que iba a haber una pasarela de Chanel y pensé que había oído mal –contaba una académica–. Pero había oído bien. Yo, que un día vi desayunar juntos en un café a Camilo y al Che…
Para la generación que adoró a los guerrilleros Guevara y Cienfuegos, no debe de ser fácil digerir cambios como estos, casi mutantes a sus ojos.
“Es algo delicado para ellos”, opina el modelo en ciernes Miguel Leyva, de 21 años, “pero esto si se hace paso a paso y con demora, no se logra. Tiene que ser rápido y ahora”. “Somos la ciudad de moda, y creo que durante un tiempo seguiremos siendo esa ciudad donde pasan muchas cosas”, comentaba el domingo la diseñadora habanera Celia Ledon, de 33, en una galería de arte donde se inauguró una exposición sobre Lagerfeld y donde Lagerfeld se manifestó por primera vez en su estancia en Cuba. Los flashes se abrieron como bocas glotonas, la escena artística habanera y global se apelotilló en torno al octogenario con guantes plateados.
Afuera de la galería, de propiedad estatal pero esa tarde de paso reservado, con lista, se escuchaban expresiones de estupefacción ante aquel insólito ambiente de individuos chic y modelos del siglo veintidós.
Como decía un taxista uno de estos días a un pasajero local: “Esto es pa vivirlo, no pa entenderlo”. 

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