LUIS VICENTE LEÓN
EL UNIVERSAL
Los números de desempeño económico venezolano son como para engordar el libro Guinness. Tuvimos la más alta inflación del mundo y superamos al subcampeón africano en más de quince veces, en un mundo donde esa enfermedad está casi erradicada. El desabastecimiento es el más elevado de nuestra historia y dudo que haya otro país que se nos acerque. La producción está en el piso y las importaciones caen en más de 60%. Las colas para comprar comida son parte de nuestra vida cotidiana. Conseguir medicinas e insumos médicos se ha convertido en un drama. Los médicos agotan sus listas de alternativas médicas modernas y han tenido que incluir en sus récipes opciones obsoletas, medicinas alternativas, estampitas de la virgen, rezos en sinagoga, cantos en mezquita, ramazos, tabaco y licor.
La educación está en el piso. Mientras los discursos políticos se centran en el incremento de la penetración de niños y jóvenes en el sistema educativo (que probablemente es cierto), los maestros y profesores ganan sueldos de miseria que los obligan incluso a bachaquear para vivir. Las universidades reconducen presupuestos en una economía de inflación galopante que les impide enfrentar necesidades fundamentales. Es imposible mantener operativos muchos de los comedores estudiantiles. Un paseo por el hospital universitario de Mérida te lleva a una depresión segura. Nada distinto a la situación dramática que vive la UCLA o la UCV por falta de presupuesto. Las facultades que se mantienen operativas lo hacen tomando ventaja de la mística de sus autoridades y profesores y del deseo de los estudiantes de seguir formándose, a veces en condiciones infrahumanas.
Intenta ir a la universidad y conectarte con la investigación de punta a nivel global. Pregunta cuántos profesores han ido este último período a formarse en las universidades de primer mundo y han regresado a seguir su carrera docente. Chequea cuántos convenios se han firmado entre las universidades y las empresas para la investigación y el desarrollo nacional. Sabes lo que te vas a encontrar.
No hablemos de la pérdida del salario real, imposible de recuperar con decretos permanentes de aumento de salario mínimo, que se diluye en una clásica ilusión monetaria, corroída por la inflación y sin atender las causas que originan la necesidad de esa compensación.
Agreguemos la situación de inseguridad y entonces, es fácil entender porque el sentimiento predominante hoy es el miedo, la frustración y la rabia. Pero esta realidad genera confusiones. Para muchos, es una garantía de que se producirán de inmediato los cambios políticos necesarios para reajustar y reequilibrar el país. Asumen una relación de causalidad directa, garantizada y fulminante entre la crisis económica y el cambio político. Uno de mis colegas favoritos, el Dr. Felipe Pérez, me dedicó un artículo larguísimo el año pasado para explicar a detalle mi error al pensar que esta situación podía prolongarse en el tiempo y me retó a apostar: él, que el presidente no pasaba la noche vieja del 2016 en Miraflores y yo que sí. No me gustan las apuestas sobre política, porque es una ciencia inexacta y relancina y menos haría una apuesta que no me gustaría ganar, pero hoy, aún en el error muestral del tiempo establecido por Felipe para la salida de Maduro, insisto que la solución a este problema es mucho más compleja, costosa y larga. Que no estamos cerca de una solución estable, no importa cuántos discursos encendidos (y simbólicos) se hagan en la Asamblea y cuántas ofertas políticas sobredimensionen las expectativas de la población. Que no habrá cambio real sin una mezcla inteligente de presión y negociación y que el 2017 seguirá siendo un año muy, pero muy retador.
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