¿ACUERDO DE CONVIVENCIA DEMOCRÁTICA?
TRINO MARQUEZ
El Acuerdo de Convivencia
Democrática (ACD) propuesto por los mediadores -Ernesto Samper, Leonel
Fernández y Omar Torrijos, con el apoyo del representante del Vaticano- incluye
un conjunto demasiado amplio de temas que no deberían aparecer en un documento,
cuyo propósito fundamental debería consistir en resolver la crisis
institucional y política que sacude al país.
El ACD parte
por hacerle un reconocimiento al llamado al diálogo y el entendimiento formulado
por el Tribunal Supremo de Justicia, cuando el TSJ es precisamente uno de los
factores centrales del encrespamiento que vive la nación. Craso error. En su
afán por abordar el colapso globalmente, el documento plantea crear una
Plenaria Conjunta entre el oficialismo y la oposición, con el fin de que enfrente,
entre muchos otros, los graves problemas socioeconómicos existentes. El
principal: el desabastecimiento de alimentos y medicinas. La escasez en estos
rubros es el resultado de las políticas de expropiación, confiscación y cerco a
la propiedad privada, y los ataques continuos a los laboratorios que operaban
en Venezuela. ¿Cómo desatar ese nudo si el gobierno insiste en las medidas de
control y hostigamiento a la iniciativa particular, y
subraya que se mantendrá fiel al modelo socialista? La oposición pasaría a ser
corresponsable del descalabro, sin tener ningún poder para modificar el cuadro
crítico.
El
ACD refleja fundamentalmente los intereses del Gobierno porque pareciera que es
con los representantes del oficialismo con quienes han pasado más horas
conversando y negociando los mediadores.
Se nota que a Nicolás Maduro le preocupa que la Asamblea Nacional no le apruebe
los acuerdos de financiamiento internacional, la Ley de Endeudamiento de la República
y la Ley de Presupuesto Nacional. Estos compromisos financieros requieren el
aval del Parlamento. Esto lo sabe el Gobierno, a pesar de que finja
desconocerlo amparándose en el TSJ. Para la política doméstica los subterfugios
altaneros de Maduro valen, pero en el plano internacional la legalidad es otra.
La República tiene que responsabilizarse de los empréstitos internacionales y
el órgano que debe asumirlos es el que encarna la soberanía popular. De allí
que en el ACD se insista en “revisar por parte de la Asamblea los acuerdos de
financiamiento suscritos por el Gobierno Nacional con miras a lograr su
aprobación para promover el desarrollo de la economía nacional… Una vez
restablecida la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo, se podría considerar
la posibilidad de un acto jurídico por el que la Asamblea Nacional se
compromete a honrar los compromisos financieros de la República” (punto
cuatro). Maduro está consciente de que en el plano internacional la imagen de
su gobierno es cada más ilegítima y que requiere del Parlamento para mejorarla,
no porque aspire a perfeccionar la democracia, sino porque necesita dinero para
capear el temporal.
Esta
debilidad del régimen, claramente reflejada en el documento, debería
aprovecharla la oposición para dialogar y negociar con el Gobierno en términos
más favorables y, sobre todo, más específicos y perentorios. El tiempo para los
mediadores pareciera no contar. El país se desintegra, la Republica se extingue
y la democracia desparece, pero ellos van al ritmo de la retaguardia. El
cronograma electoral y la libertad de los presos políticos, dos asuntos de
capital importancia, quedan en el limbo, sometidos a los vaivenes de unas
comisiones fantasmales encargadas de concretarlas. Por supuesto que de acuerdo con
esa dinámica jamás habrá comicios y a los presos les saldrán canas verdes.
La
propuesta de los expresidentes es vaporosa, tiene rasgos gatopardianos,
pretende abordar la crisis a partir de una visión de conjunto con el inconfesable fin de obtener sólo
lo que el gobierno quiere. Sin embargo, muestra una debilidad inocultable: el
régimen necesita que el Parlamento funcione y le dé la legitimidad que el Poder
Legislativo les confiere a todas las democracias, por maniatadas y secuestradas
que estas se encuentren. Por esta razón, la proposición no debe ser desechada sin
presentarles al Gobierno, a los mediadores y al país una contraoferta centrada
en la crisis institucional, política y de salud, que reafirme el papel
fundamental de la Asamblea Nacional y le saque provecho a la necesidad que
tiene el Gobierno de su normal funcionamiento. La meta tendría que ubicarse en
la definición del calendario electoral para 2017 y 2018.
Si somos
capaces de llevar a Maduro y su gente a las elecciones de gobernadores y alcaldes
en 2017, podremos lograr que haya comicios presidenciales en 2018. De lo
contrario, habrá que prepararse para lo peor.
@trinomarquezc
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