AMÉRICO MARTIN
Cualquier victoria política puede provocar júbilo, es humano, pero la que se ha hecho visible entre el 6D 2015 y el 5E 2016 –siendo la más importante que haya logrado la oposición venezolana en los últimos 17 años– impone una lógica de continuidad sin distraerse en excesivas autogratificaciones. Es, diríase, un logro de “tracto sucesivo” puesto que, al colocar al país en la cresta de un cambio histórico, obliga a desplegarlo hasta el máximo de sus posibilidades. Una victoria, en fin, que sitúa a la MUD en dinámica incesante poniendo en tensión la plenitud de sus capacidades, conforme a la agenda democrática anunciada por los diputados Henry Ramos Allup y Julio Borges durante la instalación de la flamante AN.
La democracia incluye, no excluye, y por ende beneficiarios de sus valores y ventajas son todos, mayorías y minorías. Si la victoria no se disuelve en un momento único, la derrota no tiene por qué ser una catástrofe insuperable, salvo cuando autócratas con vocación totalitaria se opongan fieramente a la investigación de delitos mayores.
El 5 de los corrientes hizo una radiografía de la oposición y del gobierno, que no deja lugar a dudas ni a refugios de “tercera vía”. El gobierno hizo cuanto pudo para evitar su derrota del 6 de diciembre o para sembrar la sensación de que pagaría “cualquier precio” pero no reconocería la victoria de la MUD. El presidente y su sosías anunciaron incluso que tomarían la calle en defensa de la revolución, al tiempo que sugerían que una AN “burguesa” jamás se instalaría.
Acostumbrados “a perder” durante 17 años, algunos valiosos intérpretes democráticos dieron crédito a semejantes amenazas y desestimaron el crecimiento acelerado de la oposición, luego de hacer el resumen de medios e instituciones dominadas por el régimen. Era una sumatoria impresionante, a lo menos “por fuera”, frente a la cual la MUD solo parecía contar con una certificada voluntad de cambio, alimentada por el descomunal fracaso de la gestión chavo-madurista y la irritación social conectada con la expansión agresiva de la mancha de la pobreza.
Ilustraba una antigua tira cómica argentina, “El señor y su valet”, las risibles incidencias de un archimillonario arruinado. Sus atuendos estaban raídos pero no su convicción de que nada, pero nada había cambiado. Así también, inflado, ufano y amenazante, el presidente Maduro sigue hablando como si dispusiera del poder que ya no tiene.
Entiendo que le resulte difícil adaptarse a la pobreza, pero la dura derrota que ha sufrido debería enseñarle la importancia de hablar con quien lo tiene contra las cuerdas, aprovechando que aquel –salvo que fuera inevitable– no quisiera alcanzar el poder sobre la base de un país reducido a escombros. De negociaciones bien hechas siempre se saca algo importante, sobre todo porque nuestro país y nuestro pueblo son los mismos.
La forma como la MUD llevó este proceso hasta tan impresionante resultado no es sino un homenaje a la política durante demasiado tiempo maltratada y sometida a gratuitas sospechas. Lo primero fue que la unidad, la verdadera, la posible, no prescinde ni oculta diferencias solo que les sobrepone la superior aspiración democrática que une a quienes la asumen.
Para demostrar que no se trata de retórica al uso, se levanta no solo todo este proceso unitario desde su primer momento, sino la reciente escogencia de candidatos a integrar la directiva de la AN dejando al voto secreto, universal y directo, las aspiraciones de Henry y Julio. Difícil encontrar un mejor ejemplo de estilo democrático.
El problema es que el gobierno entró en la espiral diabólica del desconocimiento de la soberanía popular. Maduro, Diosdado y la minoría parlamentaria han decidido que su misión consiste en sabotear cada acto de la AN con la mira puesta en su disolución, comenzando con el despojo de sus ingresos y de los servicios de luz y agua.
Bajo la presión de los más furiosos o aterrados que se revuelven nerviosos en la cumbre del poder y se preocupan por lo que, haciendo uso de su autonomía, la AN pudiera poner al descubierto, están evidenciando que prefieren un conflicto al rojo vivo entre poderes, de modo que el mandato popular del pasado 5 de diciembre sea burlado y se mantenga en pie la situación que movió el voto castigo contra una gestión hambreadora y disparatada sin precedentes. Es una conspiración irrisoria que pretende convertir en víctimas a los victimarios, en defensores de la Constitución a quienes todos los días la pisotean, creyendo que con arte de falsa taumaturgia van a engañar a nadie.
Lo peor, lo que extrema la peligrosidad, es que entonando gritos de guerra han decidido unir sus posiciones privilegiadas en busca de victorias imposibles, poniendo de lado la obligación de encarar los gravísimos problemas que la disparatada e inhumana gestión sedicentemente revolucionaria agrava con pavorosa regularidad.
No aprenden de sus fallidas intentonas. El presidente Maduro no pudo impedir las parlamentarias de diciembre, no le fue dado tampoco bloquear la instalación de la flamante AN, no pudo convocar fuerzas suficientes para arremeter contra la gran movilización que acompañó a los diputados de la mayoría, ni convenció a los militares para inducirlos a incumplir sus obligaciones constitucionales en defensa del orden público.
Al final se ha refugiado en el recurso in extremis de poner en manos de sus obedientes diputados la carta de sabotear la AN, respaldados por los colectivos paramilitares. ¿Harán correr sangre en resguardo de sus privilegios?
Con semejantes agresiones e irrupciones, se desvisten ante la opinión nacional e internacional. O tempora O mores!
Analista político venezolano.
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