COMETER ATROCIDADES NO ES LA OPCIÓN
Trino MARQUEZ
Nicolás Maduro optó por transitar
el camino de la represión, su única política. Durante dos meses y medio ha
sofocado con violencia las protestas masivas, primero contra la decisión del
Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de acabar con la Asamblea Nacional y
arrogarse las atribuciones del cuerpo legislativo; y luego de improvisar una
constituyente fraudulenta que va a contrapelo de la Constitución de 1999 y de la voluntad de
Hugo Chávez, quien consideró a esa Carta su mejor legado a los venezolanos, a
pesar de que en 2007 intentó reformar su letra y esencia para remover los
obstáculos que le impedían la cubanización total del régimen. Una Constitución
para los próximos mil años, repetía. Una década después, su heredero se va por
la calle del medio contra ese pacto con el vano propósito de imponer lo que su
mentor no logró: un sistema autocrático parcelado en pequeñas comunas que
facilitarán el ejercicio despótico del poder y la eternización de la casta dominante
en Miraflores.
Para
convencer a la gente de este soberbio disparate, Maduro desecho las fórmulas
persuasivas y escogió la amenaza, el chantaje y la coerción desembozada. Intimida
a los empleados del Estado para que respalden el llamado constituyente en
mitines y actos públicos cada vez más escuálidos y desabridos. Chantajea a la
gente humilde que recibe los Clap amenazándolos con que no recibirán más esa
limosna si no apoyan su iniciativa. Golpea y reparte gas, balas y metras a los manifestantes que se oponen a la farsa
constituyente.
Esta
ruta represiva le ha generado graves problemas internos e internacionales. En
el plano internacional, le resulta cada vez más difícil sostener que el suyo es
un gobierno democrático. ¿Cómo va a ser democrático si aplasta a plomo limpio
las gigantescas movilizaciones en las que se pide cumplir con el calendario
electoral previsto en la Carta Magna de 1999? ¿Cómo defenderse de las
acusaciones de dictador si en vez de concertar con sus opositores los persigue,
los asesina y los encarcela? ¿Cómo no darle la razón a Luis Almagro al señalarlo
de déspota cuando las imágenes que se proyectan en todos los países civilizados
son las de guardias nacionales y policías golpeando salvajemente a jóvenes
estudiantes y robando y maltratando a periodistas que cumplen con la obligación
de informar acerca de lo que ocurre en el país? La figura internacional de
Maduro se asemeja cada vez más a la de un dictador de una república bananera,
de los que abundaban en el continente en la época de la Guerra Fría; o, más
atrás aún cuando, según la expresión de Rómulo Gallegos, la antinomia era entre
civilización y barbarie.
En
el ambiente doméstico, el camino represivo ha provocado escozor en numerosos
sectores que incluyen la fiscal Luisa Ortega Díaz, la exdefensora del pueblo
Gabriela Ramírez, diputados electos en la lista del Psuv y militares. Las
recientes declaraciones del general Vladimir Padrino López en las que condena
la “atrocidad” de los guardias nacionales bolivarianos en la aplicación del
castigo a los manifestantes, revela ese malestar. En ellas no hay una pose o un
simple saludo a la bandera para congraciar las organizaciones ocupadas de los
derechos humanos. Se nota una preocupación genuina por el destino de la Guardia
Nacional Bolivariana, de las Fuerzas Armadas en su conjunto y por el porvenir
de él mismo. Pasar a la historia como el Ministro de la Defensa carnicero no
debe de llenarlo de orgullo, especialmente frente a los argumentos irrebatibles
de los mejores abogados constitucionalistas del país, quienes han demostrado
hasta la saciedad que la Constituyente Comunal colide con la Constitución
nacional y que una nueva constitución lo único que hará será eliminar los
aspectos positivos de la Carta del 99: Asamblea Nacional, independencia de los
poderes públicos, Fiscalía General, propiedad privada, descentralización, gobernadores
y alcaldes, profesionalismo de las Fuerzas Armadas, derechos humanos,
independencia del BCV.
Se
evidencian claras diferencias entre Padrino López, por un lado, y Benavides
Torres y Reverol, por el otro. A estos, parece, no les importa lanzar la
institución castrense al abismo que propone Maduro. Por eso continúan
cometiendo atrocidades. La intervención de la GNB generalmente trasforma las
protestas en disturbios y asesinatos. Al Ministro de la Defensa, en cambio, la
alternativa represiva no le convence. Las Fuerzas Armadas de una república
democrática no pueden ser el instrumento dócil de una minoría arrogante que
pretende, por las malas, perpetuarse en el poder.
Esa
fisura podría ser el preludio de nuevas grietas en el régimen. A lo mejor Luisa
Ortega Díaz no sea la única dispuesta a oponerse a que el país termine de
hundirse debido a la constituyente madurista.
@trinomarquezc
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