FERNANDO RODRIGUEZ
EL NACIONAL
Estas líneas están escritas en la madrugada del jueves pasado, valga decir, en el último plazo para entregarlas al diario. Ya sé que es queja normal de columnistas tener la difícil tarea de prever en un país donde cada día puede suceder cualquier cosa. Me reconozco algo obsesivo al respecto, pero no dirán que en la ocasión no se justifica.
Sobre todo, diría, por lo dramático y esencial que está en juego y que puede sintetizarse así: o se suspende la constituyente atroz y se abre la posibilidad de una negociación seria y supervisada internacionalmente que conduzca a una paz relativa, enderece la columna vertebral institucional del país hoy amorfa y termine en el voto libre de los ciudadanos o, por el contrario, se entierre esa daga envenenada en el cuerpo de la república y, necesariamente, tengamos un muy inmediato futuro de violencia acrecentada, de sangre y de muerte. Pensar que ambos eventos puedan convivir es bastante quimérico, aunque alguien lo haya asomado. No es poca cosa, la apuesta verosímil es que la oposición se vea obligada a mantener una constitucionalidad paralela y una creciente agresividad contra la dictadura gorila hasta su derrocamiento. Guerra entonces, con o sin comillas.
Confieso que a estas alturas soy muy pesimista al respecto. Confieso igualmente que tuve el candor de pensar hasta el martes en la noche que había una posibilidad de esperar una solución pacífica. Elementos había, desde el caso López que costaba pensar como un hecho aislado y caprichoso, sin significados adicionales hasta el asombroso triunfo del domingo; la presión internacional casi unánime, hasta hecha en tierra cubana, para que quitaran el fecal evento; el silencio de los militares más militares; las medias lenguas de Maduro y, no hay que olvidar, ¡Alá es grande!, los devaneos del propio pollo Carvajal. Por último, ya explícitamente, el documento triunfal de la MUD, leído el lunes por Freddy Guevara, en el que no solo se señala sin ambages y notoriamente esa pacífica opción, sino que redujo el debut de la hora cero, previamente definida como suma de ferocidades insurreccionales, en la semana más apacible del trimestre precedente: nombrar simbólicamente a los magistrados del TSJ para sustituir a los sicarios, parar por un día un país parado y lo que resultó la elaboración de un proyecto muy correcto y sensato de gobierno de unidad nacional leído al país por Ramos Allup, con primarias, pluralidad y espíritu conciliador, cambio de modelo económico, sin reelección, militares para el cuartel… Pero sin señal del cuándo y el cómo. Todas esas actividades bastante difusamente programadas. Parecía más bien un plazo para la negociación. La violencia habida, nunca se sabe bien, parece de inspiración libre, aunque no captemos muy bien de quién o de quiénes, lo cual plantea otras interrogantes de monta sobre la naturaleza y funcionamiento del liderazgo. Y a lo peor síntoma de algunas desavenencias reiteradas detrás de la fachada unitaria.
A estas horas todavía sin luz solar, ni del entendimiento, pienso que la eventualidad de un acto de sensatez del gobierno no va a haberlo, después de haber oído ayer el acostumbrado cúmulo de disparates de Maduro, esta vez inaugurando la sesión del Consejo de Defensa de la Nación, mamarracho institucional cuya composición es ciertamente incomprensible. Además de las mentiras, ignorancias y dislates de rigor, esta vez exacerbados por la temible amenaza de Trump (ingrato a quien le había pedido conversa personalizada días antes), dijo dos o tres frases que deberían borrar cualquier expectativa sobre la deseada supresión. De manera que solo la ignorancia reiterada del principio de no contradicción del mandatario deja una muy débil esperanza de paz.No escogemos el camino de una lucha ardua e indeseable, se nos impone, la oscura bestia que nos persigue nos la hace inevitable.
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